ENTREVISTA A SERGIO RAMÍREZ
Escritor nicaragüense El autor presenta una novela en medio de la crisis de su país. Dice que es la hora de la resistencia cívica.
El escritor nicaragüense presenta su novela policial “Ya nadie llora por mí”
A esta altura del año, Sergio Ramírez debería haber terminado su visita a Buenos Aires para presentar la novela Ya nadie llora por mí -un policial que transcurre en la Nicaragua del presidente Daniel Ortega, con fuertes alusiones a la corrupción de políticos y de empresarios, representados como señores feudales entre la pobreza de la gente-. Ahora, estaría cumpliendo con presentaciones en Europa. Pero suspendió todo y se quedó en Managua. Tras las revueltas que comenzaron el 18 de abril y, según explica, ya causaron 450 muertos, aclara: "Me decía que tenía que estar aquí... Hablar desde adentro".
Este autor que el año pasado ganó el Premio Cervantes -el mayor en las letras españolas- señala que casi no sale de su casa por la tensión que hay en la ciudad y confiesa que, en medio de la crisis social, lleva meses sin poder escribir ficción. "Hubo más de 2 mil heridos y 23 mil desplazados a Costa Rica", pone en contexto y se desahoga: "Hay una suerte de toque de queda después de las 18, autoimpuesto por la gente, las calles quedan casi desiertas".
Su novela es la aventura del detective Dolores Morales, un ex guerrillero idealista que, tras el final fracasado de la revolución que a fines de los 70 llevó a Ortega a su primer período en el poder, hoy pena como investigador de infidelidades. Un poderoso empresario lo contrata y le paga diez mil dólares para que averigüe sobre la desaparición de su hija adoptiva. Pero a medida que avanza la trama Morales entiende que a Soto, el empresario, lo que menos le interesa es conocer la verdad. El detective deberá elegir: alinearse al sistema o recuperar sus propios ideales. La trama se construye con personajes que ven todo lo que está mal pero, desde la humildad de la calle, buscan defenderse con el humor como escudo, mientras investigan. Se trata, casi, de un largo diálogo de amigos.
Pero esta entrevista para hablar de su novela policial empieza como una novela de espionaje. Llamo a Managua, Ramírez -que fue el vicepresidente de Ortega entre 1985 y 1990- me atiende. Le hago una consulta, me responde y automáticamente suena nuestra conversación como un audio a través del teléfono: vuelvo a escuchar mi pregunta y vuelvo a escuchar su respuesta antes de que se corte la comunicación.
La escena se repite dos veces. El reportaje, en verdad, comienza con el tercer llamado, en el que la comunicación se "normaliza".
- Sergio, pasó algo curioso las dos veces anteriores. Cuando para vos se debe cortar la comunicación, yo escucho la reproducción de la pregunta y tu respuesta...
- Ahhhh... ¡pues alguien está grabando! Te está ayudando, te va a mandar la copia... -nos reímos-.
- Te había preguntado por la situación actual en Nicaragua...
- Estamos en una situación de mucha incertidumbre, de mucha tensión. Los actos más violentos no se han repetido. Pero hay una represión selectiva, dedicada a cazar a los muchachos que han encabezado las protestas. Muchos de ellos están escondidos. Son sacados de allí y llevados a juicios arbitrarios. Es una etapa de endurecimiento de la represión. Pero me parece que el régimen se siente triunfante, como que logró dominar la situación, incluso la paz, la normalidad...
-Una normalidad que no es normalidad.
-Exacto, es la paz varsoviana. La normalidad forzada, hay una especie de toque de queda no impuesto, pero la gente se lo impone a si mismo. La actividad económica ha decrecido mucho...
- Tu novela ¿sirve para entender el origen de esta crisis?
- Creo que sí. Antes del estallido del 18 de abril, la situación en Nicaragua era silenciosa. Si tú hojeabas las páginas de los periódicos o mirabas las noticias, Nicaragua estaba generalmente ausente. Había una especie de pantalla oscura, que era Venezuela. Todo el mundo hablaba de Venezuela, el deterioro, los abusos. Y detrás de Maduro se escondía Ortega. Nadie se preocupaba por él.
- ¿Cómo definirías tu novela?
- En la primera de esta serie, El cielo llora por mí (2009), introduzco al inspector Morales en la atmósfera de la Nicaragua de Arnoldo Alemán, que es el presidente corrupto que fue juzgado por lavado de dinero. Después, pactó para que Ortega pudiera volver al poder con el 35 por ciento de los votos. Reformaron la Constitución a cambio de que Alemán se quedara en la impunidad. En la primera novela, el inspector Morales, que es un ex guerrillero, se ha quedado en la policía antinarcóticos. Y él, que es un hombre de los viejos ideales, allí está en una atmósfera que no es la suya y lo que hace es defenderse con humor. En esta segunda novela, el ambiente que creo es el del gobierno de Ortega: una Managua oculta, una represión que no hace olas, cárceles donde se torturan prisioneros... pero eso no es un tema en el país. Corrupción como el de este personaje central que es Soto, que es el que pertenece a la nueva clase de los ricos favorecidos por lo que un día se llamó la Revolución y luego otros, como el Rey de los Pilotes, que tiene un poder enorme en el negocio de la basura (urbana) y también tiene poder político. Todo esto estaba allí pero no se veía...
- El destino de Morales, ¿es el que tienen que enfrentrar los viejos revolucionarios en Nicaragua? - Es un arquetipo, sí. Algunos de los viejos revolucionarios se pasaron a la corruptela y, del otro lado, están los que rechazaron esa situación y se quedaron pobres, al margen. Los de su generación -que es cercana a la mía- tenemos el privilegio o la desgracia de ver en nuestras vidas dos revoluciones. Una hace 40 años (que depuso la dictadura de Anastasio Somoza), y ésta, sin armas, contra un régimen opresor.
- ¿Cuál es la salida? ¿Un gobierno socialdemócrata?
- Tener elecciones. Por primera vez en mucho tiempo, unas elecciones verdaderas. El país no está dilucidando en estos momentos quién va a gobernar, sino que se termine este régimen y que pasemos a un proceso electoral verdadero.
- ¿Por qué da la sensación de que los países de Latinoamérica, repiten los mismos ciclos?
- Hay realidades muy diversas, pero hilos comunes que se van zurciendo. Yo pongo el acento en Centroamérica, donde no hemos logrado salir del caudillismo del siglo XIX. En Nicaragua deberíamos crear instituciones fuertes, el imperio de la ley, el estado de derecho. Eso está ausente. Yo veo que ahora tendríamos la oportunidad de cambiar un gobierno por la vía de la resistencia pacífica, de la resistencia cívica, no por una guerra civil. Porque en la guerra civil siempre tienes jefes militares, que una vez triunfantes otra vez repiten el fenómeno del viejo caudillismo.
- ¿Si tuvieras que marcar diferencias entre el Ramírez que fue vicepresidente de Ortega (1985-1990) y el actual, qué resaltarías?
- Yo creo que el Ramírez vicepresidente fue un accidente en mi vida. Entré en un terreno que no era el mío, por la puerta de una revolución, sino yo nunca hubiera entrado en ese reino oscuro de la política. Entonces, me dije: “Estoy obligado a entrar porque hay que hacer un cambio”. Luego
cuando esas puertas me las cierran, me senté a escribir Margarita está linda la mar. Si hubiera sido político y no escritor, a mí no me importarían las derrotas: a los políticos no les importan las derrotas.
- ¿Cómo es eso?
- Los golpean, caen, se levantan, tienen piel de cocodrilo y siguen adelante. Mira el ejemplo de Lula, de López Obrador, son políticos de oficio. Quien te dice que la señora Kirchner no volverá al poder algún día. Eso nunca se sabe. Son de alguna manera caudillos. Cuando me cerraron la puerta dije: “Yo vuelvo a mi oficio”.
- Y en esa experiencia política, ¿qué aprendiste?
-Que el poder es el mismo, sea de izquierda, sea de derecha. Las luchas de poder, los codazos, la falta de escrúpulos. Cómo el poder te aleja de la gente: la gente se vuelve cifras, se vuelve números, lo que dicen los informes o los asistentes... No es cierto que un gobernante está enterado de lo que ocurre en las calles: está alejado de lo que está ocurriendo en las calles. Eso de la inmutabilidad del poder lo aprendí muy a fondo. ■