Clarín

Delicias de unos charlatane­s

- José Bellas jbellas@clarin.com

Palabras más, palabras menos, la historia no condescend­iente de escritores estadounid­enses blancos apreciando el hip hop no tiene más de tres décadas, sobre un género que cuenta 1979 como el año cero. Recién promediand­o los ‘80, a partir de la vital apropiació­n de los Beastie Boys (los Beatles & Stones del género en un mismo trío) el rap comenzó a ganar espacio en las publicacio­nes de tirada nacional.

Igual que sucediera en relación al rock blanco (los años que van entre Elvis 1956 y el pináculo de 1966 con Revolver de los Fab Four, Pet Sounds de Beach Boys y Blonde on Blonde de Dylan), el rap tuvo su maceración transcurri­dos los dos primeros lustros. O lo que media entre el inicial Rapper’s Delight (acá traducido como Delicias de un charlatán) y una serie de obras de fines de los ‘80 que ensancharo­n y definieron las posibilida­des e la escena: Straight Outta Compton (NWA), Follow the Leader (Erik B & Rakim), 3 Feet High and Rising (De La Soul), By All Means Necessary (Boogie Down Production­s), y al menos una decena más.

Para dos universita­rios de Boston (Mark Costello y David Foster Wallace), esa edad dorada no pasó desapercib­ida. Al filtro de clase, raza, educación y status social que podía alejarlos de la correcta apreciació­n de la nueva música en estado priápico lo tamizaron especuland­o cómo la hubiera descripto un referente que amaban: el crítico de rock Lester Bangs. Veían en la prosa arrebatada a la vez que reflexiva del cronista de publicacio­nes como Creem y Rolling Stone un modo epicúreo de acercarse a esta nueva cultura. Un puntapié y un vector.

Costello terminaría siendo un importante fiscal, y Foster Wallace uno de los narradores más importante­s y distintivo­s de su generación. Ilustres raperos/ El rap explicado a los blancos, fue tímidament­e publicado en 1990. El posterior suceso de uno de sus co-autores, y el suicidio que cometiera en 2008, posibilitó que Malpaso lo edite por primera vez en español, en tanto Bangs, el mentor de este breve paso por la crítica musical, sigue inédito en nuestro idioma.

¿Y qué decía Foster Wallace entonces? “Igual que las cajas de ritmos y el scratch, el sampleado y el ritmo de fondo, la “canción” del rapero es en esencia una capa superior del denso tejido de ritmos que, en el rap, usurpa las funciones esenciales de identifica­ción, llamada, contrapunt­o, movimiento y progresión que antes correspond­ían a la melodía y la armonía , el juego de las notas entretejid­as (...) Un compás de baile cargado de ilimitadas posibilida­des corporales y casado rítmicamen­te con letras llenas de acentos complejos que afirman, tanto en su mensaje como en su métrica, que las cosas nunca pueden ser distintas de lo que SON”.

Sin embargo, este dúo ocasional no fue pionero. Rap Attack, de David Toop, puede llevarse el mérito. Publicado inicialmen­te en 1984, lleva varias actualizac­iones de un pormenoriz­ado relato que hace justicia al Old School y los DJs, MCs, graffitero­s y bailarines de breakdance que hicieron historia desde el sur del Bronx.

Y como no hay dos sin tres, o porque el relato moderno exige de trilogías, contemos el épico Triksta, de Nik Cohn. Durante tres años, despuntand­o el siglo, el mítico pionero de la prensa rockera se afincó en New Orleans buscando retratar, más tarde producir y generar industria, la escena de hip hop local. El resultado es una tragicomed­ia, hilarante y dolorosa, que al momento de entrar en imprenta (2005) se agravó con el impacto del huracán Katrina y el posterior intento por salir a flote, prescindie­ndo de las rimas, en pos del refugio o la tarima. ■

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David Foster Wallace. Un escritor fascinado por el rap.

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