Clarín

“Irme a China me ayudó a vivir como Facundo y no como Facundo Conte”

A los 29 años, cuenta cómo recuperó la motivación después de sufrir demasiada presión y autoexigen­cia.

- Federico Brusotti mendoza@clarin.com

Dos años en China hicieron falta para que Facundo Conte pudiera sacarse de encima una mochila muy pesada. La frustració­n de ser eliminado por Brasil en los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro lo demolió hasta llegar derruido al gigante asiático. Pero hoy, luego de un año sabático alejado de la Selección en el que aprovechó a bajar un cambio, volvió a adueñarse de “su” camiseta albicelest­e con el “7” en la espalda. Y se encamina a jugar su tercer Mundial de vóleibol.

“Necesitaba tiempo para mí. Para reencontra­rme. Sacarme un tiempo la camiseta de la Selección y del club y poder andar de civil. Y me hizo muy bien”, explica mientras sus manos van de un lado hacia el otro y en más de una oportunida­d las lleva a su pecho y las vuelve a abrir, como buscando expulsar algo de su interior.

Las presiones, el peso de su apelli- do y la autoexigen­cia lo llevaron a tomar medidas drásticas. “Poder vivir como Facundo y no como Facundo Conte fue muy lindo”, le dice a Clarín el jugador de 29 años que fue bicampeón de la Liga china con el Shanghai Golden Age.

En su aventura china encontró otra cultura, otro idioma, otra vida. “Estaba aislado porque el régimen chino es sumamente cerrado y es difícil comunicars­e con las redes sociales bloqueadas, con Internet restringid­o y con WhatsApp que no funciona. Fue muy difícil, pero creo que por alguna razón me puse en ese lugar, lejos de todo. La experienci­a fue increíble”, relata el receptor-punta.

“A nivel personal, fue un año sumamente importante de introspecc­ión. Tuve que invertir ese tiempo y esa soledad en mí. Iba a yoga, aprendí tai chi, hice cursos de meditación... Encontré las ganas, la motivación y la energía que necesitaba”, reafirma en la charla.

Conte llegó a Shanghai después de recibir un mazazo en los Juegos Olímpicos. “Lo que pasó en Río fue un golpe sumamente duro porque el sueño parecía real. Después fui arrastránd­ome a China y me costó muchísimo levantarme. Por eso la idea de tomarme un año sin jugar en la Selección era para bajar los decibles a nivel deportivo”, sentencia.

Esa ausencia con la camiseta nacional le sirvió también para fortalecer vínculos con sus seres queridos. Por eso cuando habla de los beneficios de esa decisión, no le cuesta encontrar el primer punto favorable. “Principalm­ente pude disfrutar de las relaciones humanas y compartir tiempo con mi familia y amigos”, dice sobre algo tan cotidiano que hasta parece raro escuchar.

Es que así se divide un año en la vida de un jugador de vóleibol de elite: jugar 8 meses en un país, regresar a la Argentina y disfrutar de dos semanas libres antes de empezar a entrenar y viajar con la Selección, volver, otros 15 días para descansar, abrazar a familiares y amigos y subirse a un avión para retomar la rutina en algún club extranjero durante otros ocho meses.

“A veces los objetivos deportivos y la edad hacen también que todo lo demás pierda un poco de importanci­a, pero después de 14 años de carrera, empezaba a sentirme solo. Y sin el amor que recibo y que puedo dar a mis seres queridos, no podría tener la energía para hacer lo que hago”, afirma el hombre que jugó en Italia, Rusia, Polonia y China.

Su próximo destino, después del Mundial, será Brasil. “Puedo elegir dónde jugar y no es suerte, porque trabajé para eso. Estoy muy contento que se haya dado de esta manera. Siento que Brasil es lo que necesito en esta etapa de mi vida”, comenta el flamante jugador del Funvic Taubaté. Allí será dirigido por Daniel Castellani y se reencontra­rá con Nicolás Uriarte. “Es uno de mis mejores amigos y el mejor armador con el que he jugado”, lo describe.

Estar cerca de sus afectos fue un argumento de peso para elegir su nuevo club. “China fue la preparació­n para que pueda atesorar y disfrutar de esto, que es la antítesis absoluta. El brasileño es parecido al argentino y estar cerca de casa es fundamenta­l. Las últimas Fiestas que pasé con mi familia en Argentina fueron las de 2006”, recuerda.

Cuatro años después, disputó su primer Mundial en Italia. Y la aparición del “heredero” del gran Hugo Conte disparó inmediatam­ente las expectativ­as. Hasta el propio Facundo se ponía en aquel momento la vara muy alta asegurando que tenía dos objetivos: ser el mejor del mundo y ser campeón con Argentina.

“Ser el mejor del mundo era tal vez algo que se esperaba de mí y no me hacía bien. Hoy lo único que quiero es ganar”, dice convencido. Y culmina con una reflexión clásica de deportista de alto rendimient­o: “Ser el mejor no significa ganar y ganar no significa ser el mejor. A veces jugué muy bien y perdimos y otras jugué mal y ganamos. Y al final lo que queda es la victoria o la derrota”. ■

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FOTOREPORT­ER Otra vez con ganas. Conte relata cómo recuperó energías con el yoga, la meditación y el tai chi.

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