Un barco sin rumbo ni alma
A la deriva
Aventuras. Estados Unidos/Hong Kong/Islandia, 2018. 96’, SAM 13 R.
De: Baltasar Kormákur. Con: Shailene Woodley, Sam Claflin. Salas:
Atlas Alto Avellaneda, Belgrano Multiplex, Cinema Adrogué Boulevard Shopping, Monumental. En 1983, la estadounidense Tami Oldham Ashcraft se embarcó en una travesía por el Oceáno Pacífico: debía pilotear un yate desde Tahití a San Diego. Pero el huracán Raymond destrozó la nave y la dejó a la deriva durante 41 días. Ella sobrevivió para contarlo en una novela que ahora tiene esta adaptación cinematográfica.
Tal vez hoy más que nunca, ante la escasez de ideas el cine recurre a hechos de la vida “real” para alimentar sus guiones. Uno de los riesgos que se corren es que salgan películas como A la deriva. Es decir: realistas, atentas a reproducir los acontecimientos en los que están basadas con el mayor grado de verosimilitud posible, pero carentes de alma.
El islandés Baltasar Kormákur tiene experiencia en contar este tipo de proezas verídicas, en las que el ser humano lidia con la Naturaleza y vence, o al menos no es vencido: dirigió y produjo Lo profundo (2012, también una historia de supervivencia náutica) y Everest (2016). Aquí muestra que esos trabajos no fueron en vano: a diferencia de películas recientes del mismo estilo (como Un viaje extraordinario, de James Marsh) las escenas de navegación son creíbles. Que emocionen es otro tema.
Toda la ficción transcurre entre el presente, en alta mar, y flashbacks del pasado, que nos muestran cómo Tami llegó a emprender esta aventura. Pero para sostener la narración, se apela a un recurso engañoso. Fue- ra de eso, la atención está tan puesta en atenerse a contar los hechos tal cual fueron, que la empatía naufraga antes que la protagonista. Y si la suerte de los personajes no nos importa, ya nada de lo que pueda sucederles tiene demasiado sentido. ■