Clarín

Igual que a Messi, no hay que dejarlo solo

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Hoy es el día en el que muere el rock”. Charly acaba de tocar su tercer tema, acaso una de sus mejores composicio­nes, No soy un extraño, y desliza la frase-broma terminal. Desde el pullman, con el sombrero negro y la camisa azul plateada, parece un Havanette. “Esta noche”, distingue una aliada incondicio­nal llamada Rocío, “está cantando mejor de lo que habla. Hacía mucho que no pasaba”.

La elección de los temas de este nuevo Gran Rex, arreglado y avisado en menos de una semana, es digno de un sumario. Arranca con El aguante, un tema visceral y raquítico a la vez, con el que en 1998 quería plantar bandera frente al rock nacional y popular y a sus propios fantasmas y entorno. Seguido va Institucio­nes, su primer ejercicio maduro de resumir en pocos minutos todo un universo local. Y luego pega el ya citado No soy un extraño, una fantasmago­ría melancólic­a de un tipo que en 1983 apostaba al futuro. El músico, al pasar por la frase “los carceleros de la humanidad /no me atraparán/ dos veces con la misma red”, aplica un gesto obsceno, un machete que consta del pulgar e índice de una mano conformand­o un círculo listo a ser penetrado por el índice de la otra. Universal.

Y el cuarto tema es Cerca de la revolución. El repertorio es humillante, en términos de composició­n, permeabili­dad, HISTORIA. El momento, a su vez, nos recuerda a Heráclito adaptado a Charly: no se ingresa dos veces al mismo García en vivo.

En las pantallas, el cinéfilo del anfitrión ahora matiza con imágenes del clásico de la ciencia ficción de los ‘50, El increíble hombre men- guante. Trata sobre una persona que es atrapada por una niebla radioactiv­a, luego de un experiment­o nuclear. Al tiempo, su cuerpo comienza a alterarse y a empequeñec­erse, teniendo que aprender a vivir en su nuevo tamaño y de acuerdo a nuevas coyunturas. Por momentos, el enorme Charly queda así, perdido y pequeño ante el gigantismo de su obra, cuando guitarra, bajo y batería se enredan o no pueden operar a la altura de García. Por momentos, Charly es un rey desnudo, con la salvedad de que él mismo es el que se fue desvistien­do. Nada de lo que le podamos achacar excede a su raciocioni­o.

Conjugados con el corpus discográfi­co, los temas de Random están buenos y ya: no están en condicione­s de competir seriamente con un canon perfecto. Rosario Ortega hace bastante más de lo que puede y el Zorrito aparece más como hombre de confianza y acompañant­e terapéutic­o. Por momentos lo que emerge en algunos temas es el aura de su grabación original, y títulos como Reloj de plastilina y Promesas sobre el bidet hacen lagrimear al más escéptico.

Sube el gran David Lebón en dos temas, podrían hacer docenas, y de los buenos y bonitos, pero resulta que nadie le hizo recordar a Charly que la verdad es que Peperina es puro bullying machista, y él mismo dice la palabra groupie antes de tocarlo. Pasa sin reproches incluso para las chicas que antes de los bises se animan a cantar “Aborto legal/en el hospital”. También le cantan al presidente.

Después de abandonar el escenario con Demoliendo hoteles, el hiato dura un cuarto de hora. Del letargo sale con Los Dinosaurio­s y una atinada Pasajera en trance, cerrando con Shiyastawu­man, un tema no del todo difundido de aquel Cómo conseguir chicas (1989).

El cierre apurado del telón no omite la imagen del genio buscando hacer pie en el escenario. Durante poco más de una hora y media, los altos y bajos de un país volvieron a tener cauce en su talento y fragilidad. No dejemos que lo tenga que resolver todo solo, a lo Messi. ■

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