Una vocación religiosa que se reveló en el ‘73
Suele decir que el descubrimiento de su vocación religiosa está ligada al entonces presidente Hector J. Cámpora y los años de violencia social. Alberto Bochatey ingresó en marzo de 1973, a los 17 años, a la facultad de Ciencias Económicas de la UBA . Una época, ciertamente, muy caliente, con “una universidad masiva, convulsionada y con la JP armada en las aulas”, recuerda.
“Yo estaba involucrado –cuenta- en trabajos sociales , además de algunas colaboraciones por medio de Cáritas, en la Villa 31 y con grupos universitarios. Ni pensaba ni soñaba con ser religioso o sacerdote. Sin embargo, la violencia de aquellos años, me interrogaba: no podía ser que queriendo el bien y trabajando con los pobres hubiera tiros, violencia y partidismo político por sobre la paz, el amor y el Evangelio”. Por eso, dice que un día, enojado, después de un tiroteo en la puerta de la facultad, hablando con un sacerdote amigo, sin pensarlo demasiado, le dijo que dejaría todo y optaría por el sacerdocio “para anunciar al Cristo de los pobres y de la paz: “Él, que me conocía desde niño, me respondió muy sereno: “si, tenés razón. Yo siempre pensé que tenías vocación y que no la veías... ”.
Aquella noche no pudo dormir y comenzó un proceso de discernimiento que concluyó con su ingreso al seminario. Optó por el de los agustinos por su cercanía a ellos: vecino de Buenos Aires, había ido al colegio San Agustín de Barrio Norte y ha- bía sido scout del colegio San Martín de Tours de Barrio Parque. Es que su casa estaba geográficamente entre ambas escuelas. Claro que su decisión –acompañada de la deserción en la facultad- les causó a los padres una gran sorpresa. Su madre la aceptó emocionada, pero a su padre le costó años aceptarla. “Me dijo -recuerda- entre enojado e irónico: ‘Bueno, está bien, pagué 12 años la cuota del colegio, ahora que te den de comer los frailes...”. Simpatizante de Independiente –“Es en lo único que me acerco al diablo rojo” bromea-, en su casa se seguía el fútbol , pero más, el rugby. Su padre había jugado muchos años, incluso llegó a compartir equipo con Ernesto Guevara.
Y él seguía esa tradición. Pero a los 14 años sufrió una caída que le fracturó la cabeza del fémur y le dejó una discapacidad motora de por vida. Apasionado por los motores, su madre contaba que ya a los 4 o 5 años miraba todos los movimientos del conductor. Nadie le enseñó a manejar, aprendió sólo en el campo a los 14 años. En la búsqueda del deporte que podía practicar hizo de todo: natación, wind surf, buceo. Hasta probó el parapente y el paracaídas. Y, aunque no era aconsejable por el problema en su pierna, anduvo muchos años en moto. Cuando apareció la computadora personal le pidió permiso a su superior religioso para comprar una. Se lo concedió en el acto, pero, al preguntarle a quién debía pedirle el dinero, la respuesta fue: “vendé esa moto”. A 44 años de haber elegido el sacerdocio se declara “imperfecto, pero feliz”.