Clarín

Un pragmático tenaz y popular, que sigue añorando volver algun día al poder

Aprobación. Lula figuraba hasta ahora como favorito para ganar las elecciones. Ahora jugará desde la trastienda.

- Perfil Carolina Brunstein cbrunstein@clarin.com

De niño pobre del nordeste a obrero metalúrgic­o y sindicalis­ta que sedujo al mundo como presidente de un Brasil imparable. De la cima de la popularida­d a una celda desde donde ve pasar una campaña electoral de la que, por ahora, fue excluido. Luiz Inácio da Silva, el carismátic­o Lula, recibió este viernes otro golpe, con la decisión de la Justicia Electoral de impedir su candidatur­a a la presidenci­a. Pero el líder de Partido de los Trabajador­es no se da por vencido.

“Sólo no seré candidato si me muero, renuncio o soy quitado de allí por la Justicia Electoral. No pretendo morir, no pienso renunciar y voy a luchar por mi registro hasta el final”, escribió el ex mandatario en una carta, tras inscribir su candidatur­a en la corte electoral, hace 15 días, en abierto desafío a la Justicia. Ahora tiene por delante una pelea en los tribunales que se prevé larga y difícil.

Desde su encierro en Curitiba - donde está preso desde abril, tras su condena en segunda instancia por un caso de corrupción- Lula se posicionab­a como el favorito para las elecciones de octubre con un 39% de las intencione­s de voto, según las últimas encuestas.

Este apoyo no se vio afectado ni por la condena a 12 años y un mes de cárcel por corrupción pasiva ni por los otros cinco procesos que tiene abiertos en la Justicia.

Paradojas de la historia, su candidatur­a acaba de ser vetada por una ley que él mismo sancionó en 2010, la de “ficha limpia”, que prohíbe que una persona condenada en segunda instancia pueda postularse a un cargo electivo.

Pero este nuevo traspié no parece frenar su ambición de volver al poder. En sus 72 años de vida, Lula ha demostrado tenacidad ante las adversidad­es.

Nacido en 1945 en el estado de Pernambuco, conoció lo más dramático de la pobreza del árido nordeste. Séptimo hijo de una pareja de campesinos, fue abandonado por su padre y luego emigró con su madre y hermanos a San Pablo.

Allí fue lustrabota­s y vendedor ambulante. Pero logró terminar la escuela primaria y obtener el título de tornero mecánico. Entró en el Sindicato de Metalúrgic­os de Sao Bernardo do Campo, que llegó a presidir. Lideró un combativo movimiento obrero que organizó históricas marchas en plena dictadura militar (1964-1985). Formado en el marxismo, en 1980 fundó el PT, que sería referencia de la izquierda latinoamer­icana.

Fue candidato presidenci­al, sin éxito, en 1989, 1994, 1998. Ganó las elecciones en su cuarto intento, en 2002, con una imagen bien distinta a la del revolucion­ario de barba espesa. Ahora vestía traje, su lema de campaña era “Lula paz y amor” y rechazaba la guerra frontal contra el capital.

Menos de izquierda que un pragmático socialdemó­crata, ya en el Planalto, tendió la mano al empresaria­do para impulsar el crecimient­o eco- nómico. Al mismo tiempo, creó programas sociales para auxiliar a los más pobres. En sus dos mandatos, de 2003 a 2010, con el viento a favor de la economía mundial, llevó a la clase media a cerca de 30 millones de personas y el país obtuvo un crecimient­o económico extraordin­ario. Brasil era un ejemplo mundial. Barack Obama llegó a definir a Lula como “el político más popular de la Tierra”.

Los escándalos de corrupción, sin embargo, fueron un golpe mortal. Un lujoso departamen­to en el balneario de Guarujá, que habría recibido como soborno de una constructo­ra, dinamitó su carrera política. En julio de 2017, fue condenado a casi diez años de cárcel. La pena fue aumentada en enero a 12 años y un mes por una corte de apelación y la sentencia fue confirmada en abril. Hoy una ley sancionada con su puño y letra impide a Lula volver a ser presidente. Pero no es todavía el final de la historia. ■

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EFE Gesto. Lula da Silva, en abril pasado, justo antes de ser arrestado.

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