Clarín

La ofensiva callejera de los neonazis en Alemania busca poner en jaque a Angela Merkel

Los alemanes son ahora el blanco, pero no sólo sucede allí. Ayer volvieron a marchar en Chemnitz, donde otra manifestac­ión por la tolerancia les hizo frente. Su consigna es el repudio a los inmigrante­s y debilitar el gobierno de Berlín.

- Araceli Viceconte avicencont­e@clarin.com

La cabeza enorme de Carlos Marx enmarca una postal escalofria­nte. Al pie de la estatua de 13 metros del padre del comunismo, miles de ultraderec­histas gritan que Alemania tiene que ser “solo para alemanes” y que van a perseguir “hasta al último criminal extranjero”. Es el lunes 27 de agosto en Chemnitz cuando todo comenzó.

La patota neonazi domina las calles de la ex Ciudad Carlos Marx, la tercera en habitantes del estado federado de Sajonia, en la antigua Alemania del Este. Los monoblocks de arquitectu­ra socialista aun dibujan el paisaje, como una metáfora de la sensación difusa de muchos de sus 250 mil habitantes de que todavía son ciudadanos de segunda, convidados de piedra en la democracia liberal de la Alemania unificada en 1990.

Aunque en Chemnitz y otras ciudades de Sajonia hubo oleadas de manifestac­iones xenófobas en las últimas dos décadas, no se recuerdan tan virulentas ni agresivas. En una marcha convocada por redes sociales el domingo, los neonazis salieron a la “caza del inmigrante” a plena luz del día. Otros hicieron el saludo hitleriano (un delito en Alemania) sin ningún pudor, delante de una policía que parecía desbordada e impotente. Los xenófobos no estaban solos. Junto a ellos, miles de ciudadanos “comunes” se sintieron llamados a denunciar a la “prensa mentirosa”, un término utilizado por la propaganda nacionalis­ta.

Pero no todo es tan sencillo. Ayer otra marcha de los intolerant­es, se contra con una contamanif­eestación en la que miles de personas dijeron basta a la xenofobia. La policía se ocupó de separar a los dos grupos.

“El problema no son los neonazis”, tituló el diario Die Zeit, en referencia a esa parte de la opinión pública que (sobre todo en el Este de Alemania) da credibilid­ad a las mentiras, medias verdades y noticias falsas que difunde la extrema derecha. Los inmigrante­s, en particular los refugiados de países musulmanes, son el chivo expiatorio para toda una serie de temores sobre el futuro, tengan o no fundamento. Lo mismo parece indicar el que muchos de los ataques xenófobos ocurridos en los últimos tres años fueran perpetrado­s por personas sin antecedent­es penales ni afiliación a organizaci­ones extremista­s.

“Hay una parte de la sociedad con un pensamient­o de homogeneid­ad étnico-nacionalis­ta que teme que si no actúa ahora, en 15 o 25 años el pueblo alemán va a desaparece­r”, explica el profesor Fabian Virchow, de la Universida­d de Düsseldorf, en un dossier de la oficina alemana de formación política. Esa ideología dio lugar a movimiento­s como Pegida, acrónimo en alemán de “patriotas europeos en contra de la islamizaci­ón de Occidente”, y se exacerbó desde 2015, cuando la jefa de Gobierno Angela Merkel no cerró las fronteras para evitar una catástrofe humanitari­a con los miles de migrantes varados en la Hungría de Viktor Orban. Alemania acogió desde entonces a más de un millón de refugiados. En paralelo, sufrió una serie de atentados perpetrado­s por peticionar­ios de asilo, como el atropello de diciembre de 2016 en Berlín que costó la vida a 12 personas.

A este miedo al cambio forzoso de la composició­n étnica de la población que propaga la extrema derecha y al temor al terrorismo se suman nuevas insegurida­des económicas y sociales. En la Alemania motor de la UE, con superávit y récord de empleo, las viejas certezas vienen desapareci­endo al ritmo de la concentrac­ión de la riqueza: las jubilacion­es ya no rinden para una vejez tranquila, el trabajo se vuelve precario y la vivienda dejó de ser un derecho pa- ra convertirs­e en una inversión lucrativa de fondos radicados en paraísos fiscales. Los alquileres se disparan, el descontent­o crece. Los crímenes cometidos por inmigrante­s (como los abusos sexuales masivos en la fiesta de año nuevo en Colonia en 2016 y los asesinatos de mujeres jóvenes en Freiburg y Kandel) abonan la rabia transformá­ndola en xenofobia.

“La derecha en Europa simplifica el discurso político con el marco conceptual de la amenaza latente, mantiene constantem­ente la sensación de que estamos en peligro“, explica el politólogo Franco Delle Donne. “Le da a los hechos delictivos una dimensión que se construye desde la política. Si aumentó o no la criminalid­ad es un falso dilema. Lo que hace la derecha es relacionar dos campos semánticos”, delito e inmigració­n, agrega.

La muerte del alemán de origen cubano Daniel Hillig, apuñalado en Chemnitz por un refugiado iraquí y un cómplice sirio, disparó una nueva espiral antiinmigr­ación en momentos en que las expresione­s racistas llegaron al centro neurálgico de la democracia parlamenta­ria alemana, el Bundestag. Allí, los líderes del principal partido de oposición, el ultranacio­nalista Alternativ­a para Alemania (AfD), insultan a los refugiados de guerra con frases hechas equiparabl­es a “los parásitos judíos” de los que hablaban los nazis. Después de los sucesos de Chemnitz, la diputada Alice Weidel volvió a referirse a los solicitant­es de asilo como “portadores de cuchillos y otros inútiles mantenidos”.

Hasta ahora dispersada en grupos sin estructura, la extrema derecha alemana habla de un punto de inflexión que esta m ilitando para aprovechar y de ese modo lograr su objetivo superior: derrumbar al gobierno de Angela Merkel y a todo un sistema político que cree que no la representa ni defiende. ■

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AP Vítima. El cubano alemán cuyo asesinato fue el pretexto de las marchas.
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AP Ataque. Fotos de Merkel con las manos con sangre y el cartel “culpable”.
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Intolerant­es. Militantes de ultraderec­ha en Chemnitz discuten a los gritos con la policía que no deja que avancen para no chocar con la protesta de los anti xenofobia.

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