Clarín

Una recorrida por las playas italianas que hacen realidad aquello que se creía imposible

El “mar del alivio”. Balnearios para personas con discapacid­ades motrices severas ofrecen la maravilla transforma­dora de zambullirs­e en las aguas y disfrutar.

- Marina Artusa martusa@clarin.com

“Salvo”, como le dicen a Salvatore Caserta, llora. Apenas su piel roza la piel del mar, Salvo hace lo único que su cuerpo le permite hacer: llorar. Salvo Caserta fue un carabinier­i fortachón, hasta estuvo en misiones de paz en Bosnia. Es siciliano, tiene casi 60 años y durante la última década se ha dedicado a sentir en carne propia cómo la esclerosis lateral amiotrófic­a (ELA) lo va neurodegen­erando. A través de un asistente y un sistema computariz­ado escribió un libro, Salvo l’ amore (Salvo el amor) y estuvo con el Papa cuando vino a Bologna, en octubre del año pasado.

Salvo no llora por la enfermedad. Llora porque ha vuelto a sentir el oleaje del Adriático. Sobre la panza, sobre la espalda. Sobre la rigidez de sus brazos. Sobre las piernas, que son suyas pero no responden cuando él quiere moverlas.

La última vez que Salvo Caserta se bañó en el mar fue hace nueve años, apenas poco después de la llegada del diagnóstic­o. Volver a sentirse en el agua, sostenido por Milena, su mujer, y acompañado por el cura y un grupo de amigos que lo siguen y hacen que este ratito de verano en la playa sea el paraíso.

Salvo se puede bañar en el mar porque a fines de julio se inauguró en Punta Marina Terme, una playa de la costa de Ravenna, un balneario para personas con discapacid­ades motrices severas.

En un hueco de playa libre, entre los balnearios Chicco Beach y Susanna, Debora Donati logró montar “Tutti al mare. Nessuno escluso” (“Todos al mar. Ninguno excluído”): una pasarela ancha, apta para sillas de ruedas, que llega hasta la orilla y siete gazebos para recibir, el tiempo que deseen quedarse en la playa, a siete “huéspedes”, como los llama Debora. “Aquí no son pacientes, son huéspedes que vienen a darse un baño en el mar”, dice ella.

La playa es libre pero es preciso sa- car turno porque sólo hay capacidad en los gazebos equipados para personas discapacit­adas, tres de los cuales tienen conexión eléctrica y agua caliente. Hay elevadores especiales para trasladar a los huéspedes desde sus sillas de ruedas a las camillas o las sillas que los llevarán hasta el mar. Y un equipo de voluntario­s que Mariangela Talamo, mamá de Letizia, una adolescent­e de 14 años con atrofia de la médula espinal, llama “nuestros ángeles”.

“Soy mamá de una nena con una traqueotom­ía y estoy serena. Me siento segura aquí. Porque todo ha sido pensado por alguien que vivió lo que nosotros vivimos a diario. Debora fue familiar de un paciente con esclerosis y está en cada detalle”, dice Mariangela.

Se refiere a la historia de Debora y de su esposo, Darío Alvisi, de 44 años y enfermo de esclerosis, que murió este año: el verano pasado, el último de su vida, Darío, Debora y sus hijos viajaron 803 kilómetros desde Faenza, su ciudad, hasta San Foca, en la provincia de Lecce, en Puglia, donde funciona “Io posso” (“Yo puedo”), la primera playa equipada para pacientes de enfermedad­es neurodegen­erativas y discapacit­ados motrices. “Cuando una persona sufre este tipo de enfermedad parece todo imposible. Un simple baño de mar con la familia para nosotros significó volver a compatir algo que la esclerosis nos había quitado con los años”, dice Debora.

Por eso decidieron embarcarse en re- producir la iniciativa del sur de Italia en Emilia Romagna, donde ellos viven. “Creamos la asociación Insieme a te (Junto a vos) y pedimos permiso a la municipali­dad. El Viernes Santo de este año supimos que nos otorgaban la playa para montar el balneario. Darío murió tres días después. Se fue pero al menos supo que nuestro sueño iba a convertirs­e en un balneario para personas que padecen discapacid­ades motrices como la que padecía él”.

A un costado, un par de sillas de ruedas flotantes y preparadas para circular sobre la arena, camillas que resisten al agua y esos “ángeles”, como los llama la mamá de Letizia, que acompañan a los bañistas y asisten con los respirador­es y lo que los huéspedes necesiten. Tutti al mare es una iniciativa que este verano se implementa­rá sólo por un mes. El año que viene estará disponible durante toda la temporada.

“Cuando Darío se enfermó, pensamos que nunca más íbamos a poder hacer nada -cuenta Debora-. Las personas con esclerosis tienden a creer que no van a poder salir de su casa ni de su habitación. Este proyecto de facilitarl­es y acompañarl­os a bañarse en el mar es algo impensado para ellos”. El batón de Maria Grazia Dalpanni, de 91 años, flota en el oleaje como si fuera un personaje de La forma del agua, la película de Guillermo del Toro que ganó el Oscar este año. María Grazia, que se mueve en silla de ruedas por el peso del tiempo, no se baña en el mar desde hace diez años. Su hija y sus nietos la trajeron sin decirle adónde iban. “Esto sí que no me lo esperaba”, dice ella.

A su lado nada Gianluca Babini, un estudiante de 29 años. Guapo y atlético, Gianluca usa la pasarela del balneario para deslizar su propia silla de ruedas. Cuando llega al mar, se baja de la silla y entra en el agua haciendo malabares sobre los brazos. “Cuando tenía un año tuvo un accidente. Mi esposa murió y él quedó paralítico de la cintura para abajo”, cuenta su papá, Evaristo Babini. “Para nosotros, la posibilida­d de venir a la playa y bañarnos juntos en el mar con Letizia significa la normalidad que no solemos tener”, dice Mariangela.

“Es un gesto tangible, real, que le devolvemos a quienes la enfermedad ha privado de la emoción del mar -dice Debora mientras su hija menor, de 7 años, corretea por la playa-. En cada sonrisa de cada persona que acompaño a meterse en el mar veo la sonrisa de Darío, mi marido. Y comienzo a entender que todo mi sufrimient­o de estos últimos años tuvo un sentido”. A las siete de la tarde, cuando los últimos huéspedes se despiden, la sensación que gana el atardecer en el balneario Tutti al mare es la de un bienestar en el alma inmenso. Cuentan los voluntario­s, cada uno a su modo, la maravilla transforma­dora que genera el pequeño placer de una zambullida en el mar para los que habitan ese continente espinoso que es la vida encarcelad­a en un cuerpo indómito que se niega a acatar. Dicen que llegan tensos, temerosos y preocupado­s. Hasta que se produce la alquimia de sumergirlo­s, como en un bautismo, en el mar. Ahí se relajan, ríen o lloran, como Salvo Caserta. ■

La sensación que gana el atardecer en el balneario Tutti al mare es la de un bienestar en el alma inmenso. La maravilla transforma­dora de sumergirse en el mar”

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CÉZARO DE LUCA Sin barreras. El balneario Tutti al mare, en las costas del Adriático, gratuito, está equipado para gente con capacidade­s diferentes.

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