Clarín

Combatir el hambre, prioridad política, social y económica

- Francisco Yofre Oficial a cargo de la Representa­ción de la FAO en la Argentina

Datos recientes de la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud (OPS) y de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a (FAO) indican que, en Argentina, con una producción de alimentos suficiente para alimentar a 400 millones de personas (casi 10 veces la población argentina), el 3,6% de la población padece subaliment­ación, o para decirlo más sencillame­nte, tienen hambre. Este es un problema que se arrastra desde hace décadas y que parece no tener solución.

Estos datos nos muestran que, en Argentina, el problema “del hambre” no es la disponibil­idad de alimentos, sino que es la limitación al acceso de las personas para adquirir alimentos suficiente­s para tener una alimentaci­ón saludable y nutritiva.

La razón inmediata por la que el hambre aún persiste, es la carencia de oportunida­des a la que se enfrenta la población vulnerable, -entendida como un grupo de la sociedad vital y necesaria para el desarrollo de una sociedad más justa, inclusiva y equitativa-, para obtener ingresos genuinos, dignos y sostenible­s y la ausencia de medidas de pro- tección social eficaces o de infraestru­ctura, entre otros. Por eso, es importante remarcar que el hambre no desaparece­rá como consecuenc­ia del aumento de disponibil­idad o producción de alimentos; siendo indispensa­ble, entonces, crear las condicione­s necesarias para que la población que padece el hambre pueda tener un acceso fácil a ellos. Parece simple, pero no lo es. La experienci­a evidencia que el hambre no sólo suele ser el resultado de la pobreza, sino también su causa principal. La pobreza exime o aleja a las personas del acceso a los alimentos, ya sea por no contar con los medios para comprarlos ni tampoco para producirlo­s.

Hay dos medidas que se aconsejan desde la FAO orientadas a alcanzar la seguridad alimentari­a. La primera es incrementa­r la productivi­dad de alimentos, lo cual en la Argentina está garantizad­o, siendo éste un país exportador de alimentos. La segunda medida requiere de políticas selectivas o focalizada­s, que tienen primordial­mente como población objetivo a las personas y familias que viven o padecen el hambre. Este programa puede incluir componente­s de ayuda alimentari­a, transferen­cia de ingresos (condiciona­das o no), redes de protección social, pero por sobre todo un seguimient­o de la vulnerabil­idad inmediata y del impacto de las intervenci­ones. El hambre se combate mientras se sufre, pero también después, para que no vuelva.

Es preciso un mapa del hambre “con nombre y apellido”, que incluso distinga edad y género para poder identifica­r ese 3,6% de la población que padece el hambre y comenzar a erradicarl­o de una vez. Porque alcanzar el Hambre Cero en 2030 es posible, pero requiere convertir la voluntad política en acción, centrarse más en las estrategia­s nacionales.

Aquellos países que han hecho de la lucha contra el hambre una prioridad, han demostrado que, con un fuerte compromiso político, social y económico, es posible obtener progresos en el corto, mediano y largo plazo.

Las caracterís­ticas comunes de estas políticas y estrategia­s incluyen mayores oportunida­des para minorías sociales excluidas, inversión en infraestru­ctura, medidas de protección social, el reconocimi­ento del Derecho a la alimentaci­ón, estabilida­d política, institucio­nes fuertes y sobre todo, políticas que combatan la corrupción, ya que esta última también trae aparejado el hambre. ■

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