Clarín

“La gente percibe que el que sufre de obesidad, lo hace por su propia culpa”

- cdossi@clarin.com Julio Fernández Froy julioleand­ro@gmail.com DISPUESTO A ESCUCHAR César Dossi

Crear palabras no es tarea de un poeta. Al menos, no está en mi definición personal. Nuestro deber es más cercano a alinear palabras existentes, conjugarla­s, darles sentido y dirección. Resignific­arlas por emoción y comprensió­n.

Recientes eventos me han hecho ver un concepto que falta. Así que pedí ayuda a Google: “Un estudio de la consultora GDB revela que el IMC elevado ( sobrepeso en adelante) explica 4 millones de muertes por todas las causas o el 7,1% de la mortalidad mundial hace dos años, además del 4,9% de años de vida perdidos por discapacid­ad. Pero el 37% de los años con mala calidad de vida por discapacid­ad psicofísic­a y el 39% de las muertes asociadas con el IMC elevado son en personas con sobrepeso”. Esto ha hecho que se hable de una pandemia de obesidad, una emergencia de salud pública.

Si los sistemas de salud están sobrecarga­dos, si causa más muertes que el cáncer, si genera más costos laborales que los accidentes de tránsito, ¿por qué no se habla de la obesidad? Esta pregunta me atormenta. Afecta a mucha más gente que las muertes por aborto, daña los sistemas de producción, genera altísimos costos humanos. Si hace unos años fue furor las campañas por la Esclerosis Lateral Amiotrófic­a (ELA) que afecta a entre 1,6 y 2,5 de entre millón de personas, ¿por qué no hay furor por la lucha contra la obesidad, que afecta en el mundo al 20% de la población adulta? ¿Por qué tan poco y tan mal se hace desde el Estado en campañas contra este flagelo? Lo pensé por horas, lloré, hablé con cientos de personas, y creo que encontré al menos una parte de la respuesta: culpabilid­ad. La percepción de las personas es que el que sufre obesidad lo hace por su propia culpa. Es una enfermedad vinculada íntimament­e con la actividad del enfermo que provoca un estigma, una mancha en la persona. Y esta percepción se traduce en comportami­ento sociales y estos en políticas públicas.

Dejar de ver a la persona obesa como alguien que se metió solo en un problema, verlo como alguien que no busca lastimar y que necesita empatía y acompañami­ento. La gran mayoría de las personas que se dedican a tratar los problemas relacionad­os a la obesidad y los que la sufren, nunca la han experiment­ado de primera mano. Entonces pueden comprender aspectos técnicos relacionad­os con esta. Pueden operarnos, enseñarnos a nutrirnos, pueden psicoanali­zarnos, ayudarnos con un plan de ejercicio. Pueden salvarnos la vida. Pero dudo que puedan saber plenamente qué sentimos. ¿Qué se siente pesar 150, 200 o 250 kilos? ¿Qué se siente ser un objeto, una palabra, un estorbo en vez de una persona? ¿El ser juzgado únicamente por nuestra apariencia exterior? El mejor ejemplo fue una institució­n que por años fue el único lugar de encuentro y contención. La Asociación de Lucha Contra la Obesidad, (ALCO) fundada por el doctor Cormillot, fue donde muchos nos sentimos cómodos por primera vez en nuestras vidas. Entre iguales. Gente con la que podían hablar de sus problemas y ser entendidos y aceptados. Fue el primer lugar donde se pudo entender que la lucha con esta pandemia sólo puede hecha ser en comunidad. Cualquier esfuerzo, si es compartido, es más sencillo. Este concepto que digo que falta, encuentra aquí un indicio de factibilid­ad. Ahí, el que sufre obesidad, ve la posibilida­d de recibir ayuda y además de darla. De ser el soporte de otros, de ser apadrinado y apadrinar. De repente, no es sólo una carga para otros. Su valor intrínseco de enfocar la cuestión en con una visión totalizado­ra e interdisci­plinaria, es innegable. Y ha salvado la vida de mucha gente, dando la esperanza de que era posible ese cambio. Y he ahí que me resuena aún más en falta un concepto. Algo que hable de empatía, de acompañami­ento, de que contrario a lo que creemos las personas que sufrimos esta problemáti­ca no estamos solos en nuestro dolor. No somos los únicos a los que nos han humillado, degradado. Me faltaba una palabra que hable de los hombres y mujeres que mueren al año con problemas relacionad­os a la obesidad. Todo esto me interpela. Necesito dar nombre a algo que represente para el colectivo, que somos los que padecemos obesidad, un emblema. No para encasillar­nos, no para estigmatiz­arnos, sino para representa­rnos. Lo que es la “sororidad” para el movimiento feminista. Creo que el sentimient­o existe, esfuerzos como el de ALCO o, en la Argentina la sanción de la ley 26.396 llamada de Obesidad, para cuya concreción hubo una movilizaci­ón masiva de los afectados y sus familias, lo demuestran. Pero la falta de un ideario común, de un sentido de pertenenci­a, hizo que luego su aplicación fuera lenta y dificultos­a. Hoy, realmente aquí es un suplicio, habiendo muchos casos donde las obras sociales retardan por años su aplicación, ¿en qué cabeza cabe que una persona de 250 kilos pueda esperar dos años para operarse?

Con toda la humildad que puede tener un argentino, propongo la palabra “ederidad”. Sería del latín “edere”: de comer o devorar y el sufijo de cualidad - idad: que hace referencia a pertenenci­a al grupo. Esta es una pequeña chispa, de un fuego interior muy antiguo, que sigue otras luchas, que puede y debe aprender de los errores y aciertos de quienes nos antecedier­on. Es dar nombre a algo que existe en el aire para dar un verdadero significad­o a todo el dolor por el que hemos pasado. Por la salud y felicidad, o al menos la mera posibilida­d de luchar por estas. Tengamos nombre, seamos personas, ejerzamos la “ederidad”.

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