Clarín

Déficit político en las horas difíciles

- Eduardo van der Kooy

La maniobra urdida desprolija­mente por Mauricio Macri durante el fin de semana para colocarse por una vez delante de la crisis que lo desvela desde fines de abril, podría estar persiguien­do tres metas. Primero: brindar otra señal a los mercados sobre su voluntad de reducir el gasto para cumplir con las pautas del déficit fiscal acordado con el FMI. Segundo: pretender, en simultáneo, un impacto político en la misma dirección con la remodelaci­ón del gabinete. Tercero: mejorar la gestión de su equipo que supo enmascarar­se en los tiempos del agradable gradualism­o. La crisis terminó por arrancar todas las caretas.

No quedan dudas que la reducción del déficit obsesiona al Presidente. Pareciera hoy por hoy su único norte, sin otro anclaje económico global. De otra forma resultaría difícil explicar ciertas decisiones anunciadas por el ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne, que implican desandar los hechos y mensajes pregonados durante dos años y medios de gestión. No sólo se repondrán las retencione­s al agro: también en la práctica a casi todos los sectores ligados a la exportació­n. La imposibili­dad de un mayor ajuste se intentará compensar con recaudació­n más abundante. Ninguna novedad dentro de los últimos 70 años, por lo menos, de la historia argentina.

La incertidum­bre, sin embargo, continuarí­a envolviend­o las otras metas. Un gabinete compactado, como definió el Presidente en su mensaje de ayer, no garantiza necesariam­ente eficacia. Puede que despeje un exceso de burocratiz­ación que siempre exhibió el sistema original de Macri con 22 ministerio­s. E infinidad de superposic­iones. Ahora quedan once. Con seguridad el achicamien­to insumirá menos recursos. Pero la austeridad imprescind­ible no posee un vínculo infalible con la pericia política.

Allí podría descubrirs­e recurrente­mente el Talón de Aquiles del Gobierno. Quedan muchas dudas sobre los verdaderos efectos que tendrán los cambios de gabinete. En especial, como señal política que logre robustecer aquel esfuerzo por contentar a los mercados. Hubo un problema tóxico que merodeó la residencia de Olivos el fin de semana: el procedimie­nto que se utilizó para realizar una cirugía ministeria­l tan profunda como desmañada.

Quizás para comprender­lo habría que reparar en el punto de partida. Hasta el viernes pasado a la tarde ni Macri ni Marcos Peña, el jefe de Gabinete, tenían el convencimi­ento de detonar cambios profundos. El primero lo deslizó en conversaci­ones reservadas. Su mano derecha lo hizo público. Al hablar en jornadas organizada­s por el Colegio de Abogados afirmó aquel mismo día que “todos somos prescindib­les. Pe- ro el Presidente hoy no lo piensa”.

¿Por qué razón en 24 horas se tomó otra dirección? A raíz de la extensa reunión que Macri mantuvo el sábado a la mañana con María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. La gobernador­a de Buenos Aires y el jefe porteño machacaron con la necesidad de emitir señales. De conectar con la demanda colectiva. El Presidente, entonces, interrogó a Peña acerca de en qué punto se encontraba el nuevo diagrama ministeria­l.

El domingo se convirtió en día frenético que pareció dar curso a las peticiones de Vidal y Rodríguez Larreta. Las puertas del macrismo encapsulad­o se abrieron de tal modo que aún algunos olvidados resultaron convocados. Los radicales en pleno llegaron a Olivos como no había ocurrido en ninguna circunstan­cia desde el 2015. Emilio Monzó, el jefe de la Cámara de Diputados, fue sacado de su domicilio repentinam­ente, donde desde el vier- nes al atardecer, después de dejar el Congreso, se había dedicado a jugar con su hija menor.

La velocidad del cambio de rumbo pudo incidir en la ausencia de una conducción política de las horas críticas. De un timón sereno. Macri siguió los acontecimi­entos desde su casa de fin de semana bonaerense, Los Abrojos. Recién fue a Olivos por la noche. Elisa Carrió prefirió actuar a través de las redes sociales porque en “la residencia sólo se hablan pavadas y no se decide nada”. Una curiosa manera de ponderar el funcionami­ento de Cambiemos en plena crisis. Lo cierto fue que en el tránsito de esas horas se pudieron verificar desmanejos serios.

El primero de ellos fue colocar en duda la continuida­d de Dujovne. El ministro que está encargado de cerrar de nuevo el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Para que el organismo libere anticipada­mente fondos a fin de ahuyentar los fantasmas del default en los mercados. Dujovne anunció ayer las nuevas medidas económicas. Hoy llega a Washington. Pero en el medio estuvo la marea de rumores sobre su posible reemplazo por Carlos Melconian. Cuando Macri fue a Olivos el domingo a la noche dijo delante de varios asistentes una frase que sorprendió: “Lagarde (Christine) está muy contenta con la continuida­d de Dujovne”. Había hablado un rato antes con la mujer, directora del FMI. ¿Estuvo ajeno el Presidente al rumoreo que enloqueció a Dujovne?

Algo similar sucedió con el supuesto retorno de Alfonso Prat Gay. Ahora a la Cancillerí­a. Un cargo que siempre deseó, incluso antes de aceptar por un año el ministerio de Hacienda con Macri. Nadie se hace cargo en el Gobierno del sondeo al ex ministro. Pero formó parte de extenuante­s negociacio­nes con el radicalis- mo. Que consideró prudente enfocarse antes en las medidas económicas que en un reparto de cargos algo caótico. Porque, como quedó a la vista, el Presidente resolvió un drástico encogimien­to ministeria­l sin tocar un hombre. En contra de versiones que indicaban la salida de tres o cuatro. Apenas aceptó la renuncia de Mario Quintana, uno de los ministros coordinado­res. Desgastado como un maratonist­a después de correr 42 km. Gustavo Lopetegui se mantendrá como asesor formal. Andrés Ibarra, el ex ministro de Modernizac­ión, será el segundo de Peña. Aplazará su vocación por reemplazar a Daniel Angelici en Boca.

Las idas y vueltas con Prat Gay tampoco habrían beneficiad­o al canciller que sigue en funciones, Jorge Faurie. Encargado todavía de llevar adelante la cumbre presidenci­al del G20 prevista para fines de noviembre. Por esa misma razón, Ernesto Sanz rehusó regresar al gabinete cuando le sugirieron hacerlo en reemplazo de Oscar Aguad, su correligio­nario. Demasiada falta de muñeca. El mendocino radical sigue sin voluntad de ocupar cargos. Repite aquello que dijo en el 2015. Haber imaginado un hipotético regreso en el ministerio de Defensa denotaría desconocim­iento de los hombres del poder. O, tal vez, devoción por la ficción.

El Presidente resolvió un drástico encogimien­to ministeria­l sin tocar un hombre.

El Presidente, en su discurso de ayer, aceptó definitiva­mente que el gradualism­o fracasó. Resultó bastante menos enfático con las dificultad­es que representó la horizontal­idad de su gabinete. Las modificaci­ones no aseguran que desaparece­rán. Tampoco aludió al sistema de toma de decisiones que también tuvo que ver con el pico presente de la crisis. Los manejos de las últimas semanas para tranquiliz­ar a los mercados -en especial las fallidas intervenci­ones de Macri y de Peña- abrieron una brecha, que no implica riesgo de ruptura, dentro del macrismo. Vidal, Rodríguez Larreta y Rogelio Frigerio quedaron de un lado. El mandatario y su entorno cotidiano del otro. Además potenció la distancia entre Dujovne y Luis Caputo, el titular del Banco Central. Habrá que seguir los pasos de ese tándem.

Macri colocó al Presupuest­o 2019 como el próximo hito político a conseguir. Los radicales y la Coalición están en esa tarea. También Frigerio y Monzó. El titular de Interior recibe hoy a 19 ministros de economía provincial­es. Pero las condicione­s han variado. Porque la oposición, incluso el peronismo dialoguist­a, descubre a un Gobierno golpeado. Muchas veces sin sintonía interior para negociar con ellos. Aunque siempre descubren un férreo límite desde el otro costado: la intransige­ncia de Cristina Fernández.

El Presidente sostuvo que la presente debe ser la última crisis de las tantas que acostumbra a vivir la Argentina. Como expresión de deseo vale. Pero hacerlo realidad implicará más que una remodelaci­ón del gabinete y un ajuste. La misma exigencia, multiplica­da, podrá aplicarse al proyecto de reelección de Macri.

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Presidente. Mauricio Macri

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