Clarín

El gran debate sobre las retencione­s

- Eugenio Díaz Bonilla Economista (IFPRI)

El debate sobre las retencione­s puede ser analizado a dos niveles. Uno es político. El Gobierno quiere mantener la promesa que le hizo a un bloque de votantes muy importante en sus triunfos en 2015 y 2017. Es entendible. Pero también se prometió pobreza cero y asegurar un clima de inversione­s que lleve al crecimient­o, y no se están tomando las medidas necesarias para eso.

El otro nivel es económico. Dejando de lado las posiciones rígidament­e ideológica­s o de intereses sectoriale­s, hay dos visiones. Una es microeconó­mica, de equilibrio parcial. Es decir, suponiendo que las políticas públicas en un sector no afectan mayormente lo que pasa en otros y, por lo tanto, no hace falta analizar el impacto en la economía en su conjunto.

El otro es más macroeconó­mico, de equilibrio general. Es decir, se considera que las políticas públicas en un sector pueden tener repercusio­nes en toda la economía que hay que considerar. Desde hace mucho tiempo los (buenos) economista­s saben que lo que puede parecer de sentido común a nivel de individuos, puede no serlo a nivel agregado. Recordemos a Keynes y la paradoja del ahorro.

Más recienteme­nte, Paul Krugman argumentó que el hecho de que alguien sea un empresario exitoso no implica que pueda manejar la economía de un país, dado que la capacidad de análisis microeconó­mico que se requiere para ser exitoso en alguna actividad no es lo misma que la visión macroeconó­mica del sistema en su conjunto.

A lo largo del tiempo, con nuestro equipo del IFPRI, hemos hecho simulacion­es (usando modelos de la economía mundial y de la Argentina solamente) de diferentes alternativ­as de medidas agropecuar­ias, inclu- yendo las retencione­s, con una visión sistémica, es decir tratando de entender las interrelac­iones en toda la economía.

En el caso de las retencione­s hay varios puntos por considerar. Primero, una realidad de la economía mundial es que los países no productore­s de materias primas tienden a importar el producto primario sin impuestos a las importacio­nes, pero esos impuestos suben con el grado de elaboració­n.

Por ejemplo (los números son hipotético­s para explicar el argumento), pueden importar trigo con un impuesto (arancel) de importació­n de 0%; la harina de trigo con 10%; y las pastas o productos panificado­s con 20%; o el maíz con 0%, pero las aves, porcinos y lácteos tienen impuestos de importació­n de 20% o más. Y así siguiendo con otros productos primarios, incluyendo minerales y energía. Esto obliga a exportar el producto sin procesar. Como ya mostró hace muchos años el recordado profesor Bela Balassa, esto implica que se están perdiendo empleos en el país productor primario. La respuesta es tener un escalamien­to inverso. Es decir, mayor impuesto en el producto primario y menores a medida que aumenta el grado de preparació­n.

Pasando al terreno doméstico hay una serie de efectos sobre el empleo, las cuentas fiscales, la inversión, la pobreza y otros que hay que considerar. Resumiendo algo bastante más complejo, algunos puntos a mencionar son los siguientes. Primero, al sacar/rebajar las retencione­s a los productos primarios, esos productos se benefician con un precio interno más alto (y expanden su producción), pero los que lo usan como insumos se perjudican (y se contraen relativame­nte).

El impacto sobre el empleo total y las exportacio­nes en su conjunto tiende a ser negativo, dado que el procesamie­nto y el valor agregado internos y los precios internacio­nales de los productos más elaborados son mayores. Segundo, sin otras medidas compensato­rias, el déficit fiscal aumenta (es decir que el ahorro público cae). Dado que la inversión total depende del ahorro público más el privado más lo que se tome prestado del resto del mundo, la caída del ahorro público lleva a una baja general de la inversión, y/o al desplazami­ento de la inversión privada, y/o a la necesidad del endeudamie­nto externo.

Debe notarse que todos estos efectos sobre la inversión agregada sucedieron desde el 2016 con la eliminació­n de las retencione­s. Finalmente, al elevar el precio interno de los productos a los que se les sacaron las retencione­s, la línea de pobreza, y el número de pobres, aumenta si no hay otras medidas compensato­rias. Este efecto negativo sobre la pobreza se puede ver aumentado si la primarizac­ión de la producción agregada afecta negativame­nte al empleo en general.

Hay otros efectos importante­s, pero que requieren una discusión mucho más larga, entre sectores agregados y dentro del sector agropecuar­io, como la pérdida de diversific­ación productiva al estar excesivame­nte especializ­ado en unos pocos productos. Esto afecta la productivi­dad de la tierra y aumenta el riesgo de mercado de mediano plazo.

Lo dicho no significa que las retencione­s sean siempre la respuesta. El impacto de cualquier intervenci­ón no es único y predetermi­nado, sino que va a depender del resto del paquete de medidas y del contexto más general. No es lo mismo imponer retencione­s a ciertas exportacio­nes con el tipo de cambio a 17 pesos/dólar que a 37 pesos/dólar; o, en el caso de la soja, hacerlo con un precio mundial deprimido que con valores actuales que están alrededor de un 10-15% por encima del promedio ajustado por la inflación de las últimas casi cuatro décadas.

Al sector agropecuar­io en su conjunto le conviene que el Gobierno le asegure que la combinació­n de tipo de cambio, retencione­s y precio mundial sea razonablem­ente estable y competitiv­a. Y al resto de la economía lo beneficiar­ía que se manejaran las retencione­s de manera de reducir el déficit fiscal para fortalecer la inversión privada, maximizar el empleo agregado y morigerar el impacto sobre la pobreza. Pero eso requiere que se haga un análisis sistémico, sin slogans sobre impuestos distorsivo­s, visiones limitadas de equilibrio parcial, o argumentos ideológico­s sobre expropiaci­ones. ■

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HORACIO CARDO

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