Clarín

Cabré se saca chispas con Cabré

En la nueva tira de El Trece, el actor se disocia en dos personajes a los que les saca brillo.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

Con un par de datos y la inteligenc­ia de su lado, uno navega por Internet y en dos segundos descubre que fue clonado por su abuelo. El otro, ante la máxima evidencia, casi como si estuviera frente a un espejo, le dice a su especie de doble: “Esa cara me resulta familiar. ¿Nosotros fuimos al cole juntos?”. Con esas dos pinceladas del primer capítulo de Mi hermano es un clon (a las 21.30, por El Trece) quedó claro quién es quién, o cuál es cuál, en la disociació­n de personajes que le toca en gracia a Nicolás Cabré. Gracia es, precisamen­te, otro de sus dones. En el debut de la tira de Pol-ka, el actor demostró, por si hiciera falta, que el gran Alfredo Alcón tenía razón cuando hablaba de su “talento divino”.

En clave de comedia, ágil y con guiños al registro del enredo, la historia propone un juego de opuestos y confusione­s, a partir de la similitud física de Renzo y Mateo, aunque desde el vamos, al menos para el espectador -y no para el resto de las criaturas de esta ficción-, se presentan en pantalla como el agua y aceite.

Según los libros de Marcelo Nacci y Laura Barneix, el científico Alejandro Figueroa -el Premio Nobel que compuso Norman Briski en una suerte de debut y despedida- logró que su hija (Andrea Bonelli) fuera madre a través de la fertilizac­ión in vitro. Y durante muchos años se guardó el secreto de haber clonado a su nieto Renzo, a partir de unas pruebas con ese material genético. De allí nació Mateo, criado por Elena (María Onetto), enfermera y amante de Alejandro.

Segundos antes de su muerte le contó toda la verdad al más lúcido de sus nietos. Y aprovechó para presentarl­os ante el público: “Vos sos brillante, sos un monstruo (…) Mateo es un poco lento (…) No tenés que fingir ningún sentimient­o, porque no lo tenés”.

De acuerdo al perfil de uno de sus personajes, Cabré se dio media vuelta para que Renzo empezara a usar más la cabeza que el corazón. El es capaz decirle a una señorita, después de una noche de hotel, “me estás aga- rrando mucho la mano”. Del otro lado, Mateo le hace cosquillas a su mamá y reparte ternura. Sin más pretensión que desgranar la historia sobre un tablero que alterna lo blanco y lo negro, Mi hermano es un clon llegó al “prime time” para entretener, sin develar todas las cartas: más de uno se habrá preguntado cómo se hicieron las escenas del cementerio y la del final, con Renzo secuestran­do a Mateo, en las que Cabré apostó al 2 x 1 sin salirse jamás de la piel de uno y otro.

La galería de esta tira ofrece una rica paleta de personajes que en principio parecían pertenecer a uno de esos mundos, pero que rápidament­e traspasaro­n la frontera del equívoco para meterse en la vida del clon.

Así pasó con Lara ( Gimena Accardi) y Ambar (Flor Vigna), las chicas que forman parte de un triángulo que, gracias a la clonación y a las licencias de la ficción, puede mutar en otras formas, porque el “No sos vos, soy yo” apunta a convertirs­e en “¿Sos vos o soy yo?” o sencillame­nte “Soy vos”. Bien abordada, la confusión televisiva es muy rendidora. Si no, que lo diga Lalola,

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Clonado. Briski, en el momento en el que su personaje le confiesa a Cabré que tiene un clon.

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