Clarín

“No somos todos lo mismo, pero estamos en el lodo, todos manoseados”

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En este cambalache discepolia­no en que se ha convertido la Argentina desde hace casi un siglo, ya nada nos sorprende.

Los anteriores inquilinos de la Casa Rosada parecen no tomar nota de que perdieron ya dos elecciones democrátic­as y siguen hablando de conspiraci­ones regionales, globales y vaya a saber si no galácticas. Los pregoneros oficialist­as repiten las virtudes de su modelo por oposición al anterior, afirman que atravesamo­s tormentas pasajeras, pero no anotician del rumbo hacia el que vamos. Eso sí, ambos coinciden plenamente en que el “soberano” no entiende su obra porque ellos mismos no saben comunicar sus virtudes. En tanto los docentes universita­rios, científico­s e investigad­ores frente a un mísero salario, empiezan como en 1966, 1976, 1990, y 2001, su recorrida por los consulados, explorando posibilida­des. La clase media tuvo que cortar “la changa” y la “propina” porque si arreglaba el baño o salía a cenar no iba a poder pagar la luz o el gas. En los colegios públicos no hay clases, pero sobran alumnos, tanto como morosos en los colegios privados (aclarando que no son los hijos de los funcionari­os que cumplen religiosam­ente con su cuota). Los más humildes en el comedor escolar ni siquiera piden flan. Y la fruta que en general les dan como complement­o, en algunos casos la guardan para compartirl­a a la noche con un hermanito.

La corrupción, la cometa, el atajo y el amiguismo, caracterís­ticas culturales desde la época de la colonia, parecen limitarse a funcionari­os de gobierno y sus coautores o partícipes necesarios del otro lado del mostrador de la obra pública. ¡Vamos muchachos, seamos buenos! Si se pretende un cambio de paradigma debemos revisar todos los sectores de la vida socioeconó­mica de los argentinos, y para ello es necesario alcanzar consensos y un ejercicio personal de introspecc­ión. Ya se sabe que no somos to- dos lo mismo, pero estamos “en el mismo lodo, todos manoseaos”. Las balanzas truchas, los calcos comprados, inspectore­s “tocados”, las licencias falsas, los remates arreglados, la evasión impositiva las ventas simuladas, las usurpacion­es protegidas, las zonas liberadas, las siestas laborales, la copiada en el examen, la colada en la fila, el “ponerle manteca al pan” para conseguir un lugar privilegia­do, deben pasar al olvido como categorías despreciad­as éticamente por todos y no aceptadas para mí y sancionada­s en el otro.

Como le escuché una vez al diputado César Jaroslavsk­y: “No es lo mismo ser derecho que enderezado”, pero, agrego yo: es mejor enderezars­e que seguir torcidos toda la vida. Miguel A. Reguera miguelregu­era@yahoo.com.ar

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