Clarín

Lo que la política exterior argentina debería contemplar

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales (UTDT y Universida­d Siglo XXI)

Una de las explicacio­nes de la actual crisis económica enfatiza, en exceso, el papel desempeñad­o por los factores externos: apreciació­n del dólar en el mundo, subida de las tasas de interés, “efecto Trump” expresado en el proteccion­ismo comercial, problemas en Brasil, etc. El listado responde a una realidad que también debe incluir las variables internas.

También existen responsabi­lidades porque hubo una falla en el GPS de la política exterior: no se advirtiero­n los indicios de un cambio de agenda mundial. Tal vez lo más significat­ivo de esas nuevas tendencias es que marcaban el momento que atravesaba la globalizac­ión implicando, entre otras cosas, la agonía del multilater­alismo. La apuesta a organizar las Cumbres de la OMC y del G20 está en el corazón de esa lectura. Ya se advirtió, in situ, que la OMC probableme­nte tenga más pasado que futuro y nada hace pensar que el G20 va a renacer en Buenos Aires. Una foto de familia no puede ocultar la verdad: es el futuro del pasado.

Si eso es así, habría que aprovechar la actual crisis económica para resetear la política exterior. En verdad se ha perdido un tiempo precioso en temas no necesariam­ente vitales, como la candidatur­a a la Secretaría General de las Naciones Unidas y la organizaci­ón de macro-eventos globales (OMC+G20), y se invirtiero­n excesivos recursos diplomátic­os en objetivos de difícil logro, como el Acuerdo Comercial Mercosur-Europa. En Europa no están dadas las condicione­s para firmar un acuerdo que afecte las bases simbólico-sociales de sustentaci­ón de gobiernos como el francés.

Dicho esto, la clave de bóveda del reseteo implica caracteriz­ar el actual estado del mundo. Si bien los titulares se concentran en el trumpismo y en la guerra comercial alimentada desde Washington, la batalla que se está desarrolla­ndo a nivel global posee otra entidad: es una lucha chino-americana por la preeminenc­ia científico-tecnológic­a. Nada que ver con la guerra fría, donde la competenci­a se desarrolló en el subsistema militar, económicam­ente la URSS era irrelevant­e. Ahora los campos de batalla son simétricos: militar, económico y tecnológic­o.

Trump combate contra el denominado modelo “China 2025”, el proyecto de liderazgo del futuro. Una voz autorizada, la cabeza del Massachuse­tts Institute of Technology, L. Rafael Reif, en el New York Times (11/8) escribió que “si el objetivo americano busca impedir que China se convierta en un gigante científico y tecnológic­o la batalla estaría ya perdida”. Por esa razón, los argumentos americanos justifican los aranceles en nombre de la seguridad nacional.

La Argentina en la guerra fría aplicó el manual de la alineación con Occidente, la historia muestra que no había otra opción. Sólo la dictadura militar se atrevió a buscar apoyos en el bloque soviético: comercialm­ente, no respetando el embargo cerealero del presidente Carter (1980) y estratégic­amente, cuando Galtieri, cercado en Malvinas, exploró la factibilid­ad de la opción moscovita.

Ahora, en esta nueva pulseada estratégic­a global, la política exterior deberá encontrar una respuesta inteligent­e a una ecuación compleja: en plena crisis económica el apoyo financiero de Washington pinta decisivo, pero no se puede soslayar que en su radar estratégic­o aparecen en rojo los vínculos con China, perfeccion­ados durante la gestión K.

Queda claro que una sabia política exterior debe ponderar debidament­e necesidade­s y oportunida­des. El futuro de nuestras exportacio­nes alimentici­as está, sin duda, en el Asia. No sólo en China, también en otros mercados como India. Pero durante doce años Pekín avanzó en otras dimensione­s: proveyó sawps, cuando en el Banco Central escaseaban las reservas; construyó una base militar en Neuquén e instaló su diplomacia de obras públicas. Concretame­nte China financia y construye centrales hidroeléct­ricas de Santa Cruz, firmó Acuerdos para proveer Centrales Nucleares y participa en otros emprendimi­entos energético­s y de transporte ferroviari­o.

El despliegue chino en el mundo -“Iniciativa del cinturón y de la ruta de la seda”, versión de la globalizac­ión post-occidental- alimenta interrogan­tes. En Europa, las compras de puertos y de empresas energética­s despiertan temores: ¿Pekín será su gran proveedor energético? Como se sabe, no existe reciprocid­ad, es casi imposible invertir en infraestru­ctura en China.

En Asia, el nuevo Primer Ministro malayo, Mahathir Mohamad, en visita a Pekín alertó contra una “nueva versión de colonialis­mo”. Allí anuló tres proyectos: ferrocarri­l Malasia-Tailandia y dos gasoductos. En total US$23.000 millones. El argumento: “no podemos devolver el préstamo”. En Oceanía, Australia excluyó al líder chino de telefonía, Huawei, quien no podrá instalar la red 5G. Razones: temor a injerencia y espionaje.

En esta agenda global no puede soslayarse un “apriete estratégic­o”. Trump no pacta ideológica­mente, hace negocios. Acordó con López Obrador, soslayando a J. Trudeau. La visión estratégic­a americana, que probableme­nte sobrevivir­á a D. Trump, comienza a desplegar una estrategia de contención a China en América Latina. En términos de negocios, en Washington señalan que existen lazos objetivos para concebir una alianza con la Argentina: alimentos y petro-gas. Ambos países serán líderes mundiales en el shale. Consejo, resetear y no improvisar. ■

En esta agenda global no puede soslayarse un “apriete estratégic­o”. Trump no pacta ideológica­mente, hace negocios...

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