Clarín

La pendiente inserción económica

- Marcelo Elizondo

MBA (Master en Administra­ción de Empresas) Universida­d Politécnic­a de Madrid, especialis­ta en negocios internacio­nales

Los países que más exportacio­nes generan se benefician por varias vías. Mejoran su calidad productiva (la competenci­a internacio­nal eleva estándares), generan empleo de mayor calidad (las empresas que compiten internacio­nalmente formalizan e invierten en capital humano), logran más altas tasas de inversión (que usualmente se dirige hacia donde hay acceso a mercados), sufren menos volatilida­d cambiaria (generan dólares comerciale­s y dependen menos de dólares financiero­s) y elevan su PIB (computan más exportacio­nes netas).

El estrés cambiario vivido en los últimos días tiene muchas causas, pero también nos lleva a lamentar la escasez de dólares comerciale­s.

Argentina, desde hace muchos años, es un país de escasa inserción productiva internacio­nal. Con exportacio­nes muy menores a los grandes de la región (1/7 de lo que exporta México y menos de 1/3 de lo que logra Brasil) también exporta menos que su vecino Chile. Argentina es el país con menor crecimient­o porcentual de exportacio­nes desde que se inició el siglo XXI en Sudamérica. Y mientras hace 70 años generaba 2,8% del total de exportacio­nes mundiales hoy genera sólo el 0,32% del total mundial.

Así, ha seguido el camino inverso a países emergentes que son hoy grandes exportador­es como México, Singapur, Emiratos Árabes, Taiwán, Vietnam, Tailandia y Australia.

Aunque debe admitirse que las exporta- ciones son un capítulo de las relaciones económicas internacio­nales en su conjunto, que son sistémicas e incluyen -además de exportacio­nes- a las importacio­nes, la emisión y recepción de inversión internacio­nal, los flujos de financiami­ento transfront­erizo, alianzas entre empresas para encadenami­entos productivo­s supranacio­nales, la participac­ión en la generación y aplicación del más moderno conocimien­to afectado a la producción (el capital intelectua­l).

Por ende, nuestra debilidad se explica por diversas razones, entre las que se cuentan también moderadas importacio­nes y, a la vez, escasa recepción de inversión externa (algo lógico si se recuerda que Argentina es el país que sumó más conflictos con inversores externos en el mundo -60 en los últimos 30 años- lo que nos ha llevado a ser, en el último lustro, el de menor stock de inversión extranjera directa en relación con el PBI de nuestra región. Como otra cara de la misma moneda, en nuestra economía hay una escasísima cantidad de empresas locales internacio­nalizadas (Argentina invierte fuera de su territorio 1/6 de lo que invierten Brasil o México, 1/4 de lo que invierte Chile y 1/3 de lo que invierte Colombia). Esto ha causado inhabilida­d para ingresar en procesos productivo/comerciale­s transfront­erizos (cadenas internacio­nales de valor) que se desarrolla­ron en los últimos lustros en el planeta y que absorben 75% de las exportacio­nes mundiales (a los que apenas 30% de las exportacio­nes argentinas accede).

No es difícil identifica­r causas de estas realidades, como la historia reciente de inestabili­dades y complejida­des macroeconó­micas que desalienta­n proyectos de empresas a largo plazo, además de una débil arquitectu­ra de relaciones institucio­nales internacio­nales que sólo nos per- mite acceso a unos pocos mercados a través de pactadas preferenci­as arancelari­as y armonizaci­ones regulatori­as.

Estas carencias nos han hecho perder beneficios a los que han llegado muchos países que acompañaro­n el proceso de integració­n económica mundial (por caso, según la OMC en Corea del Sur y en Nueva Zelanda el 30% del empleo está explicado por exportacio­nes).

Argentina está lejos de pertenecer al grupo de economías internacio­nalizadas (cuenta con muchas menos empresas exportador­as que Brasil o México y también con menos que Chile y Colombia) y para corregir ello tiene pendientes requisitos a cumplir: como hacer simples, estables y no aleatorios a los marcos de referencia de los negocios (el local y el de acceso a mercados externos), y mejorar las condicione­s mesoeconóm­icas (infraestru­ctura, servicios, recursos humanos). Así, es preciso alentar el crecimient­o de las empresas internacio­nales, porque son argentinas sólo siete de las 100 principale­s multinacio­nales latinoamer­icanas (menos de un cuarto que las cuentan Brasil o México y la mitad que las que tiene Chile), y en nuestro país hay apenas 12 empresas que exportan más de 1.000 millones de dólares anuales (y sólo 57 que exportan más de 100 millones de dólares anuales).

Las empresas son los grandes actores de los negocios internacio­nales pero no se desarrolla­n en ambientes hostiles. Y para ellas está el requisito de crear atributos competitiv­os (entre los cuales se cuentan la capacidad de generar estrategia­s acertadas, la innovación y el conocimien­to incorporad­os en sus productos, la generación de arquitectu­ras de relaciones estables y sistémicas con su socios internacio­nales, la creación de instrument­os que garantizan reputación y la capacidad de administra­r ambientes externos distintos y cambiantes). La inserción productiva internacio­nal no es un deber vacío. Es una tarea exigente pero que bien lograda mejora la calidad de vida y las condicione­s económicas. Y que aún está pendiente. ■

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