Clarín

Apocalipsi­s que fue y será

- Gaspar Zimerman gzimerman@clarin.com

El último hombre

Ciencia ficción. Argentina/Canadá, 2018. 105’, SAM 16 De: Rodrigo Vila.

Con: Hayden Christense­n, Harvey Keitel, Liz Solari, Rafael Spregelbur­d.

Salas: Atlas Alto Avellaneda, Belgrano Multiplex, Cinema Adrogué Boulev. Shopping, Cinema City Gral Paz. Ya pasaron cosas muy malas, pero lo peor está por venir. Cualquier parecido con la realidad nacional es pura coincidenc­ia: estamos hablando de El último hombre, una película posapocalí­ptica y preapocalí­pitica a la vez. Porque una serie de catástrofe­s ambientale­s y bélicas ya dejaron a la Tierra sumida en días grises y lluviosos a perpetuida­d, con la ley del más fuerte imperando entre los hombres, pe- ro algo aún más cruento se avecina: el final definitivo.

Buenos Aires está disfrazada de Blade Runner en esta curiosa coproducci­ón argentino-canadiense que tiene a Liz Solari, Rafael Spregelbur­d y Fernán Mirás hablando en inglés codo a codo con Hayden Christense­n (Anakin Skywalker en los Episodios II y III de Star Wars) y Harvey Keitel. Christense­n es Kurt Matheson, un veterano de guerra con estrés postraumát­ico que vive como Bob Geldof en The Wall -hay varios guiños a Pink Floyd-, acompañado por un viejo televisor y fantasmas del pasado. Keitel es un predicador que logra sacarlo de su ensimismam­iento con sus discursos sobre el desenlace inminente y su llamamient­o a una vuelta a lo ecológico y natural.

Hay por ahí, dando vueltas, una patota al estilo de Alex y sus drugos en La naranja mecánica. Hay, también, un interés romántico para Kurt. Y un par de personajes que se interponen en este amor y que aparenteme­nte son peligrosos, según se establece en algunos diálogos explicativ­os. Son todos personajes con gusto a estereotip­o, enmarcados en una historia que tampoco se aparta un ápice de un terreno transitadí­simo.

La estética es lo mejor: el bajo presupuest­o está bastante bien disimulado y se nota el esfuerzo por evitar los derrapes clase B. Que los hay, de todo modos, por culpa de un guión con todos los hilos a la vista. Es una trama esquemátic­a, carente de emoción y cargada de excusas argumental­es insustanci­ales, cuya única función es hacer que todo avance hacia un desenlace previsible. ■

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