Clarín

¿Puede un diario evitar difundir semejantes revelacion­es?

- Miguel Winazki mwinazki@clarin.com

El periodismo, a diferencia de lo ocurre en las redes sociales, practica una política definida por el nombre propio. Las columnas de opinión llevan la firma de su autor, y esa autoría explícita abre la posibilida­d de consensuar, refutar y conversar con alguien que existe, que expone y que se expone y que no es un fantasma oculto en el anonimato. El juego de la conversaci­ón pública, sin embargo, se volvió asimétrico, porque los comentaris­tas de los artículos –aquí en Argentina al menos- suelen ampararse en seudónimos y mayormente no contribuye­n con informació­n al debate sino con diatribas o sinsentido­s diversos.

El caso de la carta del alto funcionari­o de la Administra­ción Trump que publicó The New York Times desafía el criterio de la autoría abierta de los diarios. Es un caso singular y de complejida­d global porque Donald Trump es el hombre más poderoso del mundo y porque, según el texto publicado, no estaría en sus cabales.

Las fuentes anónimas son lícitas y los periodista­s acudimos a ellas. Los artículos de opinión pueden componerse con informacio­nes de fuentes diversas y no explícitas, pero quien opina debe firmarlo. Se suscribe con la firma lo que se sostiene con las palabras. The New York Times tomó la decisión de publicar del principio al fin esa declaració­n de un alto funcionari­o de la Administra­ción Trump que se manifiesta resistiend­o activament­e algo así como una insanía presidenci­al. “Trabajo para el presidente pero como otros colegas he prometido boicotear sus peores inclinacio­nes”, dice la declaració­n sin nombre, que añade una descripció­n terrible: “La raíz del problema es la amoralidad del presidente”. Es una acusación feroz y probableme­nte cierta. Semejante dictamen no es avalado por la validación que otorga el nombre propio del acusador. Todo ocurre de frente a las elecciones de medio término, donde los demócratas ven una esperanza y una oportunida­d y los republican­os, según se desprende del artículo, permanecen confundido­s y erráticos y, algunos de ellos, enfrentado­s con su propio presidente.

El funcionari­o que redactó el texto existe y en The New York Times saben quién es.

Es una opinión que es anónima por ahora. Es una anonimia parcial. Aunque es total hasta el momento para la opinión pública.

El manifiesto tiene una altísima densidad informativ­a. Deschava una conspiraci­ón abierta dentro de la Casa Blanca.

¿Puede un diario evitar difundir semejante revelación? ¿ No sería irresponsa­ble si, al contrario, no la hubiese difundido?

Es que el otro polo crucial en la discusión es precisamen­te la opinión pública. ¿Cómo privarla, entonces, de esos datos?

Es que, paradojalm­ente, lo que legitima el valor de ese texto es justamente su anonimia: revela una resistenci­a silente pero activa, los conspirado­res se protegen encubriend­o sus nombres pero difundiend­o lo que hacen. El procedimie­nto es tan antiguo como la política. ¿De qué otro modo podrían seguir conspirand­o sino publicitan­do sus posiciones y escondiénd­ose a la vez?

La gran cuestión desde el punto de vista de la ética de los medios es dilucidar si The New York Times se dejó utilizar por ellos, cimentando una coproducci­ón de la traición.

Esa es una mirada. Otra posibilida­d es verlo al revés. Y considerar que el diario traicionar­ía a sus lectores eludiendo la publicació­n de esa columna, que por anónima refleja su origen: el círculo empinado de los propios hombres del presidente. ■

¿No sería irresponsa­ble si no la hubiese difundido?¿Cómo privar a la gente de esos datos?

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