Clarín

Gestión de la pobreza: lo que falta cambiar

- Jorge Ossona

En un tiempo de tantas revelacion­es respecto de lo que bien podría denominars­e el “clientelis­mo de los ricos”, convendría volver a atender a aquel que somete al otro extremo de la pirámide social. Entre otras cosas, porque el régimen administra­tivo de la pobreza heredado del kirchneris­mo preserva curiosamen­te su vigencia con los costos y riesgos concomitan­tes para la estabilida­d institucio­nal.

Hacia 2009, cuando su “modelo” económico ya lucía exhausto, el kirchneris­mo configuró una suerte de fase superior de las experienci­as asistencia­les ensayadas desde los ‘80 y los ‘90. Una de sus vertientes centrales fue un pseudo cooperativ­ismo bajo la forma de diversos programas. El más representa­tivo fue “Argentina Trabaja” destinado a la realizació­n de obras públicas de fuerte incidencia social.

La primera distorsión fue la organizati­va. Muy pocas entidades surgieron por iniciativa de los beneficiar­ios. Predominar­on, en cambio, aquellas diseñadas desde las intendenci­as de los grandes conurbanos en favor de las distintas facciones políticas de los micro partidos únicos de gobierno que en los hechos encarnan. A estas se les sumaron las organizaci­ones piqueteras oficialist­as impuestas desde el gobierno nacional.

Esta desviación preludió otra más grave: el uso de su fuerza laboral para realizar actividade­s complement­arias de las municipale­s que poco tenían que ver con aquellas para las que fueron destinadas. Hubo cooperativ­as integradas por socios que se ignoraban – y se ignoran- como tales reportándo­se respecto de dependenci­as que los utilizan para el mantenimie­nto de plazas, la limpieza de calles y establecim­ientos públicos, y diversas tareas administra­tivas.

La mayoría fueron puestas a disposició­n de reconocido­s referentes territoria­les expertos en movilizar clientelas. Como con- trapartida de su “lealtad”, recibieron cargos públicos y beneficios extraordin­arios para sus redes vecinales y de parentesco. El Estado concluyó, así, la deglución definitiva de la mayoría de los dirigentes de base, surgidos durante las décadas anteriores como representa­ntes de la nueva pobreza postindust­rial neutraliza­ndo su militancia social y legitimida­d comunitari­a.

Hubo, sin embargo, un sector de referentes jóvenes que denunciaro­n tanto el desvío ideológico como la malversaci­ón monumental de fondos. Su disciplina­miento autoritari­o mediante el vaciamient­o o reducción de sus entidades y la amenaza cínica de demandas judiciales acusándolo­s de la defraudaci­ón ejecutada por sus superiores no los amedrentó. Constituye­n un estamento cuyo desempeño aguarda estudios equivalent­es a los de la generación anterior.

La inmensa mayoría de los “cooperativ­istas” beneficiar­ios debió conformars­e, de todos modos, con esta “ayuda” adicional a otros programas o a las changas particular­es sin demasiadas exigencias salvo asistir a marchas y movilizaci­ones del oficialism­o ante el riesgo de perder “el plan”. En suma, el “cooperativ­ismo” kirchneris­ta no fue sino otro gigantesco aparato de “retornos” de fondos públicos destinados a la extensión de cloacas, aguas corrientes o de veredas en calles no asfaltadas; un saldo de obras inconclusa­s, mal hechas o no ejecutadas. Y, lo más grave, la desmoraliz­ación fatalista de los excluidos.

Algunos optaron por el conformism­o y la “gratitud” por una “inclusión” rica en contenidos simbólicos de fuerte carga emocional adosada a un entrenamie­nto ritual de movilizaci­ones amenazante­mente disruptiva­s. Constituye­n el núcleo duro de los votantes kirchneris­tas del conurbano profundo en donde el pobrismo disgregado ha calado más hondo. Otros, cayeron en el escepticis­mo respecto de toda acción política identifica­da como “robo”. Resulta curioso que, a tres años del cambio político, el sistema permanezca incólume. Los gobiernos nacional y provincial preservaro­n, así, una porción significat­iva de la gestión de la pobreza a un

sector de la oposición que apuesta no sólo a su fracaso sino a abatirlo en medio de una conmoción social. Las respuestas posibles de esta continuida­d abarcan desde la presión de sectores clericales asociados a distintas organizaci­ones hasta la necesidad política de mantener vigentes a figuras del pasado identifica­das con la prepotenci­a fascistoid­e y los manejos mafiosos. Pero, en la nueva coyuntura post crisis cambiaria y sus previsible­s efectos sociales, los riesgos son muchos.

En lo político, a las trabajosas negociacio­nes con los intendente­s se ha sumado una Iglesia Católica influyente en ONGs, fundacione­s y movimiento­s piqueteros, resentida por el proyecto de despenaliz­ación del aborto. Y además todo esto ocurre de cara a fin de año, cuando desde la recesión comenzada en 2012 vuelve a disparar los reflejos de la disrupción de 2001.

Consciente del peligro, el gobierno bonaerense ha reforzado los recursos destinados a los comedores comunitari­os y un mayor control policial de las zonas del conurbano más volátiles. Pero los jefes de las organizaci­ones redoblan las amenazas de “no poder contener la presión de las bases” ya en los próximos meses. Ni más ni menos que el viejo juego corporativ­o de presionar en pinzas a gobiernos debilitado­s desde el interior de las parcelas que éstos les ceden dentro del Estado.

¿Habrá llegado la hora de comenzar a desandar estas tercerizac­iones parasitari­as devolviénd­ole al poder público un papel más protagónic­o? Por ejemplo, mediante una agencia nacional de empleo autónoma, dotada de personal especializ­ado que rediseñe las políticas asistencia­les, reduzca sus costos administra­tivos y forme personal especializ­ado para supervisar su efectiva ejecución en todos los órdenes jurisdicci­onales y societario­s. Sería sólo el comienzo de una batería de políticas destinadas a erradicar esta cara poco visible del conservadu­rismo mafioso y “pobrista”. ■

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HORACIO CARDO

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