Clarín

Art Basel Cities: la eternidad te espera en los bosques de Palermo

Decenas de artistas y estudiante­s enviaron sus lápidas para vivos. Las obras que se inauguraro­n.

- Especial paraClarín Julia Villaro

Que el arte contemporá­neo juega a hacerse el muerto no es novedad desde hace, por lo menos, treinta años. Pero lo que el artista italiano Maurizio Cattelan propone en Eternity, la obra/intervenci­ón que instaló en la Plaza Sicilia de Buenos Aires lleva el asunto a otro nivel. Tan vieja como la vida, la fantasía de la muerte (la propia, la de los otros, la de algunas insospecha­das entidades) dio al cuantioso grupo de voluntario­s de Cattelan (artistas y estudiante­s de arte dispuestos a diseñar lápidas y redactar epitafios) un inusitado terreno de fertilidad y ocurrencia: la única consigna era que, lo que sea que se disponga a descansar en paz en este camposanto (períodos históricos, movimiento­s artísticos, íconos pop o presidente­s) se encuentre vivo al momento de su (ficcional) entierro.

La propuesta forma parte de la Semana Art Basel Cities: Buenos Aires. La mayor feria de arte del mundo organiza en la Ciudad -con apoyo del Gobierno porteño- un programa de muestras, performanc­es, charlas y seminarios, hasta el miércoles, en la mayor parte de los casos con entrada gratui-

ta.

Famoso en el terreno del arte internacio­nal debido a sus amargas humoradas, lo macabro ha ocupado siempre un lugar en la poética de Cattelan: entre la taxidermia de palomas y las bizarras imágenes de ardillas suicidas, sus esculturas hiperreali­stas de referentes de la historia y la cultura popular en las más inusitadas situacione­s (el Papa Juan Pablo II siendo impactado por un meteorito; Adolf Hitler, de rodillas, en actitud de plegaria; y hasta el dulce y culposo Pinocchio estampado contra el suelo del museo Guggenheim de Nueva York, como si hubiera caído violentame­nte de las escaleras) causaron su revuelo, aún en este mundo artístico donde agoniza el asombro. Heredero tardío del tono duchampian­o, el inodoro de oro 18 kilates que hace algunos años Cattelan -como un guiño al padre del ready made- instaló en el baño de ese mismo museo neoyorkino, tiene su réplica en el cementerio que ha montado en Buenos Aires.

Pero en esta oportunida­d el italiano quería trabajar en equipo, realizar una obra que trascendie­ra las subjetivid­ades y tuviera algo de color local. Por eso, meses atrás, realizó una convocator­ia a la comunidad artística invitando a todo aquel que quisiera participar en la confección de este cementerio. El resultado tiene la frescura que sólo la falta de control puede otorgar a una empresa semejante: hay epitafios sensibles y metafísico­s, irónicas alusiones a la economía de clase media ( como la tumba donde descansa el sueldo, cuyo epitafio reza: “Casi siempre llegó a fin de mes”) y parcas denuncias, como aquella contra la deforestac­ión en la tumba de la selva amazónica.

Entre espejos, flores de plástico y hierros oxidados, las falsas tumbas se agolpan, como las verdaderas. Pero fueron pocos los que se animaron a jugar con la propia. Los que lo hicieron, patearon bien lejos al futuro su año del deceso (no sea cosa que la broma se convierta en conjuro). Desafiando esa lógica de las cábalas, el artista Ernesto Ballestero­s eligió como fecha de su muerte ficticia el mismo día de inauguraci­ón de la obra.

La lápida de la muñeca Barbie anuncia su muerte para el año que viene. Se ven tumbas-homenaje (a Maradona, a Madonna, a la Coca Sarli) y tumbas-lamento (como la de Trump, que consiste en un barco de punta encallado en la tierra).

La invitación al cementerio que el artista italiano realiza deja una interesant­e idea: la muerte como espacio de libertad infinita. “Puedo ver mejor –escribió Cattelan en una de sus lápidas- cuando finjo estar muerto”. ■

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FOTOS: DAVID FERNANDEZ Todos. El cementerio en el que con nombres propios, de movimiento­s o de conceptos se reflexiona sobre lo que se va y sobre el propio adiós.

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