Clarín

Julio Blanck, el adiós a un periodista excepciona­l

1954-2018

- Alberto Amato

Murió ayer a los 64 años tras luchar contra un cáncer de páncreas. Era editor y columnista de Clarín. Se destacó por su talento y su calidad profesiona­l.

La muerte de Julio Blanck, a los 64 años, abrió ayer en este diario una oquedad de un diámetro aún mayor que el que deja en el periodismo la desaparici­ón de un analista lúcido, honesto, implacable, irónico y veraz de las últimas cuatro décadas de agitada vida política argentina.

Eso pasa siempre con la muerte joven: sabemos quién fue el que se va, pero ya no sabremos nunca quién pudo haber sido. Por eso rondaban ayer, en el silencio que el mundo virtual impone en las redaccione­s, alejadas hoy de la batahola verbenera de las máquinas de escribir con las que Julio hizo sus primeros pininos, los rasgos más salientes del carácter de Blanck, que dejó una impronta inolvidabl­e entre quienes tuvieron el placer, siempre duro y severo, de compartir esta profesión fantástica.

Julio recorrió en Clarín el amplio espectro de categorías indescifra­bles de la profesión: fue cronista deportivo, redactor de la sección política, enviado especial, jefe de la sección, prosecreta­rio general, columnista, editor conductor junto a Eduardo van der Kooy, y durante una década, del programa Código Político de la señal TN. Ayer, Van der Kooy recordaba, mientras todos nos acordábamo­s de Julio, una historia reciente y casi desconocid­a que revela cómo enfrentó Blanck su cáncer de páncreas: “En abril de este año celebramos los diez años del programa. Dedicamos todo el mes a esos diez años que cerramos con un reportaje al presidente Macri en su despacho de la Casa de Gobierno. A la mañana siguiente, Julio se internó para su primera sesión de quimiotera­pia”.

Ese fue también el sello distintivo con el que Blanck encaró el periodismo. Llegó a Clarín en 1977, cuando era un chico de 23 años - había nacido el 28 de junio de 1954- en medio del tumulto desatado por la dictadura instalada en marzo del año anterior. Entró por la puerta de entrada de la profesión, puerta siempre grande, que es la sección Deportes. Entre 1979 y 1981, su inquietud, que se dejaba ver incluso en su lenguaje corporal, lo llevó a la revista “Goles Match”, que entonces dirigía Jorge Azcárate y donde Blanck, que cultivaba esa rara cualidad que sabe mezclar con paciencia y sabiduría los libros y el tablón, dejaba traslucir su pasión por Independie­nte.

Para 1980, estaba sin trabajo. Horacio Pagani evocaba ayer su aporte para que Blanck regresara a Clarín, previa evaluación del “error estratégic­o” que implicaba su inicial retirada: “Me lo encontré en la cancha de Vélez y le dije: ‘Te invito a comer a Fechoría’. Al otro día hablé con el editor del diario, Marcos Cytrynblum, para que Julio volviera. Y el tipo me dijo: ‘Está bien, que vuelva. Pero si se vuelve a ir, te vas vos con él”.

Julio hizo de Clarín la casa de su profesión. En 1982, la guerra de Malvinas y los meses que la siguieron, hicieron que Política lo reclamara como un nuevo redactor, pasó a la sección junto con Alfredo Leuco, que también era redactor de Deportes. Fue testigo y cronista de la recuperaci­ón democrátic­a en 1983, cuando cubría los avatares de la Unión Cívica Radical, que iba a resultar triunfador­a en las elecciones de octubre de ese año. Y desde entonces, sus crónicas, sus columnas, sus análisis y hasta la inolvidabl­e sección “Azúcar o Sacarina”, en la que derrochó un humor ácido y agudo que enriqueció su estilo, desfilaron por la pluma de Blanck desventura­s, desdichas, asonadas, escándalos y esperanzas que sacudieron al país.

Entrevistó a todos y con todos logró el ideal de un periodista: hacer que el entrevista­do hable de lo que no quiere y conseguir de su boca un buen título. En 1995 empezó a dirigir la sección Política, con el país sacudido, para variar, por los remezones de una crisis económica, la conocida como “efecto tequila”. Le imprimió a la sección la misma impronta que impuso a su vida al día siguiente del reportaje a Macri: pasión, fervor, intensidad, constancia, exaltación y una obsesión permanente por los datos chequeados y contrastad­os. Así se ganó el apodo de “La Topadora”. Rondaba la sección y las espaldas de los redactores, en las horas previas a los cierres, con una mirada aérea zumbona, también inclemente, sobre textos e intencione­s y extensione­s. Pensaba siempre en el día siguiente y en las páginas siguientes. Tenía como impresas en la memoria las medidas siempre frágiles de un diario. El día de la muerte de Néstor Kirchner, reunió a la redacción en pleno para esbozar su plan de cobertura. Cuando terminó el “esbozo”, había diseñadas cuarenta páginas que no dejaban resquicio informativ­o por cubrir. Cerraba aquella edición especial una de sus columnas: “Poder y dinero, herramient­as y también obsesiones de Kirchner”. En los febriles momentos de ca-

da cierre, cada noche de cada día de todos los meses de muchos años, un diálogo habitual con Blanck era: “Julio, no entra este título”. “Probá con este”. “No va a entrar”. “Probá”.

Entraba. Tenía una capacidad fantástica de liderar y de influir en un equipo periodísti­co. Lideró el equipo de investigac­ión de Clarín que en 2003 recibió el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoameri­cano que entonces dirigía Gabriel García Márquez e impulsó la investigac­ión periodísti­ca como una de las metas para afianzar el periodismo de calidad de Clarín.

Era un tipo áspero, una especie de volcán de emociones contenidas que disparaba con hosquedad unas grageas de afecto casi inocente y valioso. La alta torre de su timidez escondía un rompecabez­as de ternura que rara vez rompía para hablar con pasión también contenida de su mujer, Silvana y de sus hijos, Ignacio, Irina y Sofía. O para ocultar con empeño su pasado como técnico químico, acaso un “error de juventud” antes de que la profesión lo ganara para siempre.

Fueron esas condicione­s, más un humor corrosivo y un cinismo tal como lo entendían los griegos, los que, recordaba ayer Van der Kooy, lo unieron a Blanck para llevar adelante “Código Político”: “Teníamos dos programas diferentes en Metro. La gente de TN nos convocó para que hiciéramos un programa juntos. Nos pusimos de acuerdo enseguida, incluso en que él fuera el conductor, porque lo sabía hacer mejor que yo. Y en diez años, en un mundo de enorme competenci­a, nuestro vínculo se mantuvo tal y como fue en más de cuarenta años de vida profesiona­l en Clarín”.

Fiel a lo que fue toda su vida profesiona­l, Blanck escribió una de sus últimas columnas en la clínica donde estaba internado, con un esfuerzo enorme y una decisión inquebran

table y tal como había prometido en abril, durante una de sus últimas visitas a la redacción, que iba a enfrentar el mal que lo aquejaba. No cejó. Fue, hasta el final, un cronista lúcido de su propia vida.

El dibujo que ilustra estas páginas doloridas fue trazado ayer entre lágrimas por Hermenegil­do Sábat, que compartía espacio, pared de por medio, con Blanck. Sintetiza, de alguna forma, el sentimient­o de una generación de periodista­s que siente que perdió no sólo a uno de los mejores, sino a un hermano a quien acudir en los momentos de dudas y de incer

tidumbre. Los profesiona­les jóvenes tienen en Blanck un ejemplo a seguir. Quienes tuvimos el placer de escribir algunos textos en este diario bajo la batuta impecable de Julio, y hasta bajo su látigo amable, sabemos que tuvimos un privilegio único e irrepetibl­e. Un privilegio que también compartier­on sus incontable­s lectores..

Escribió hasta en la clínica, con un esfuerzo enorme y una decisión inquebrant­able

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Dolorido dibujo. Fue trazado ayer entre lágrimas por su entreñable amigo “Menchi” Sábat.

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