Del Potro va otra vez por la gloria en Nueva York
El N° 1 se retiró de la semifinal. Pero hasta ese momento el argentino dominaba en el resultado (7-6 y 6-2) y en el juego. Mañana, ante el serbio Novak Djokovic, buscará repetir la hazaña de 2009 para conseguir el segundo Grand Slam de su carrera.
Derrotó a Rafael Nadal y mañana jugará la final del US Open que ya ganó hace 9 años. El español abandonó por una lesión en la rodilla derecha tras perder 7-6 y 6-2 los dos primeros sets. El argentino enfrentará a Djokovic, quien venció a Nishikori.
Esta vez no hay una explosión en forma de grito. ¡Qué injusticia tan poco divina! Justo él, que pasó por todos los males habidos y por haber, los que no se le hubieran ocurrido ni al más favorito de los villanos, no puede exteriorizar una emoción que seguramente estará entre las mayores de sus emociones. Porque Juan Martín Del Potro, el hombre Fénix que, ojos al cielo, abre sus alas y se persigna ante cada triunfo para dedicárselo a Guadalupe, ahora tiene que apretar la mandíbula y contenerse. Le saldrá naturalmente, al cabo, porque él sabe lo que es estar del otro lado. Lo sabe probablemente más que nadie en el circuito de tenis. Sabe lo que es que el corazón desee, que la mente piense y que el cuerpo no responda.
Entonces saluda a Rafael Nadal, que batalló hasta donde su incansable competitividad le permitió, y escucha su resignación. Y piensa, seguro, que ya está, que es finalista de un Grand Slam por primera vez en nueve años. Que las cuatro veces que entró al quirófano valieron la pena. Que está otra vez a punto de mirar a la historia a la cara. Pero no puede gritar. Así que se lo guarda. Lo contiene, lo mastica, lo traga. Y aunque cueste, por el contexto, por ver a un colega y amigo lesionado, lo disfruta. Le pone a su vida un gran capítulo más, que ya tiene fecha y hora para ser escrito: mañana a las 17, en el estadio de tenis más grande del mundo -el Arthur Ashe-, por la final de su torneo favorito: el Abierto de Estados Unidos (25.280.400 dólares), ante el serbio Novak Djokovic, ganador anoche del japonés Kei Nishikori por 6-3, 6-4 y 6-2. Será la segunda definición en un Grand Slam para su carrera, casi una década después de la primera.
Las dos horas de partido tuvieron a un Del Potro, tercer favorito, de alto nivel, como en las casi dos semanas de juego. Aun así no le resultó presa fácil el número 1 del mundo y máximo preclasificado. Y sin la solidez del saque como otras veces, el trámite del partido se hizo intrincado. Quiebres que se contrarrestaron con otros quiebres y dos set points desperdiciados, ante Nadal, bien pudo resultar en lo mismo que arrojar un pedazo de carne fresca a un grupo de zombies ávidos de alimento. Pero el argentino está cortado con una tijera que, si no es la misma, bastante se parece a la que cortó al manacorí. Entonces sobrevivió a sus propios pasos en falsos con un tie break de jerarquía que ganó 7-3 para llevarse el parcial inicial. El Olé, olé, olé, olé, Delpo, Delpo, ese himno de la patria delpotrista que los aficionados estadounidenses toman como propio, se volvió a sentir en la mole de cemento.
El segundo set, en cambio, ya de entrada tuvo los ribetes que desencadenaron en el abandono. A Nadal, a quien la rodilla derecha le exigió atención médica por segunda vez -ya lo habían revisado y le habían puesto una cinta en el 4-3 del primer set-, lo sostuvo en lqa cancha el orgullo, el amor propio, esa voracidad competitiva que lo convierte en un rival que no está muerto hasta que no se lo en-
terró. Pero su juego no alcanzó, su zurda no pegó de la misma manera y, principalmente, sus piernas no corrieron esas distancias que sólo él puede cubrir. Entonces, con hidalguía, aunque también con frustración, terminó el set que perdió tras ofrecer muy pocas respuestas. Y se entregó tras el 7-6 (7-3) y 6-2. Ya se lo había avisado al juez de silla en un momento de bronca ante un fallo con el que no estuvo de acuerdo: “No tengo opciones, me voy a retirar, pero en este último punto no lo has hecho bien”.
Si Del Potro está hecho de madera
nadalista en términos de fortaleza anímica y mental, Nadal tiene terminaciones delpotristas en ese cuerpo castigado por las más altas exigencias. Así como el tandilense, el español sabe largo y tendido de lesiones. Ayer fue la rodilla la que le impidió continuar, pero en algún tramo de su carrera lo fueron el codo, la espalda, las muñecas y músculos varios. Sin embargo, se recuperó de cada una de sus dolencias para volver a conquistar títulos hasta subirse nuevamente a la cima del ranking. Un luchador al que, como Del Potro, enaltecen los resurgimientos y la resiliencia.
Después de los lamentos y del reconocimiento popular al campeón que se marchó con la frente en alto y el dolor de no poder, llegó la hora del reconocimiento al ganador. Bajaron cantitos que partieron de ese grupo de amigos de toda la vida, que viajó en masa como si una gitana hermosa les hubiera tirado las cartas y les hubiera dicho que Delpo sería campeón.
Bajaron también las pulsaciones, quizá un poco obligadas por las circunstancias. Lo que no bajó es la ilusión, la misma que tenía ese chico de 20 años cuando sorprendió al mundo al ganarle este mismo torneo a Federer. La misma que tiene ahora, con casi 30 y mil batallas contra su propio cuerpo y sus propios demonios. Reconvirtió su humanidad, se amigó con ella y, juntos, volvieron a ser una fueza temible para cualquiera.
De ganar la final, Del Potro se convertiría, tras Guillermo Vilas, en el segundo tenista argentino en ganar múltiples Grand Slams. Eso agigantará su condición ante la mirada histórica. Pero también quedaría a sólo 120 puntos de Federer, el segundo del ranking. En otras palabras, bordearía otro verdadero suceso, ya que sólo Vilas alcanzó ese lugar. Nadal, casi 2.000 arriba, seguiría siendo muy difícil de alcanzar. Pero cómo pensar en imposibles si Del Potro es el mayor enemigo de ellos.