No siempre la juventud es menos prejuiciosa

¿Mero espejismo? Hace tiempo se escucha que ese “impiadoso error de la naturaleza” ya no provoca molestia. Que para las nuevas generaciones, seguir el deseo es un plus. Y que los prejuicios se extinguen. Se dan ejemplos: heteros con mejores amigos homos, personas que sin definirse les gusta probar. Esta tendencia va acompañada de un reconocimiento gigantesco de derechos: casamiento igualitario, posibilidad de denunciar al que segrega por orientación sexual, y así.

Sin embargo, la situación entre los jóvenes y en las escuelas no siempre es tan así y la marginación activa y penosa al varón rosa y a la mujer celeste parecen gozar de buena salud. Como si hubiera un nivel superficial, cool, barniz a tono de época, en el que la discriminación suena a pasado, y uno atávico en el que el distinto cobra.

Quizás exista una mirada demasiada optimista acerca de la juventud. La edad no es un seguro contra el bullying. Aunque a veces hay noticias en positivo: pocos días atrás, algunos jóvenes gritaron un potente retruco que deja lugar a la esperanza. Una colega de Clarín, Patricia Kolesnicov, presentaba en la Feria del Libro de Neuquén su novela sobre amor adolescente lésbico. Había alumnos de varias escuelas. La profesora de una de ellas –un instituto evangélico– obligó a sus estudiantes a dejar la charla cuando se dio cuenta de que el amor del que se hablaba era, a sus ojos, impuro. Protestando, los chicos se fueron. Al rato, varios regresaron y le pidieron disculpas a la autora y hasta un par de ellos agradeció la firma de sus ejemplares.

Los años quitan y agregan menos mañas de las que suponemos. Ser una buena persona –tan simple como no hacer leña de alguien que puede caer, no hablamos siquiera de apoyarlo– tiene más que ver con la humanidad que con la ausencia o la proliferación de arrugas.