Clarín

A un año del momento en el que todo cambió

- Federico Kotlar fkotlar@clarin.com

“Nunca subestimes el corazón de un campeón”. Para ser creíble, la frase de Rudy Tomjanovic­h, entrenador de Houston, que llegó a lo más alto de la NBA en 1994 y 1995, sólo se puede aplicar a unos pocos elegidos. Desde bien temprano en su carrera y en su vida, Juan Martín Del Potro hizo mucho para entrar a esa categoría. Por nombrar sólo dos de sus muchas hazañas, ganó Flushing Meadows en 2009 a pocos días de cumplir 21 años y lideró dentro de la cancha al equipo argentino que cumplió en 2016 la histórica asignatura pendiente de la Copa Davis.

Después de un 2016 en el que protagoniz­ó un regreso espectacul­ar al tenis, con la medalla de plata en los Juegos Olímpicos y la mencionada conquista de la Davis, el camino lógico de Del Potro era el de continuar su ascenso a esa elite que había abandonado por las lesiones. Pero de golpe la pendiente hacia la cima se volvió demasiado empinada.

Sin demasiadas expectativ­as, Del Potro se preparó para el Abierto de Estados Unidos, ese torneo que lo marcó desde sus comienzos y que es a la vez su Grand Slam favorito. Fue entonces que decidió, por primera vez desde su regreso, contratar a un entrenador estable. Antes se había manejado por su cuenta y trabajado alternativ­amente con algunos coaches con las colaboraci­ones esporádica­s, para algunos torneos, del por entonces capitán de la Davis, Daniel Orsanic. Pero hacía falta algo más y Del Potro lo sabía.

La elección recayó en Sebastián Prieto, que por entonces acompañaba a Guido Andreozzi y había sido clave en impulsar a Diego Schwartzma­n hacia los primeros planos. En su primer torneo, pareció que Del Potro volvería a patinar: en los octavos de final perdía por dos sets a cero contra el austríaco Dominic Thiem, se mostraba fastidiado y respiraba con dificultad. Pero algo cambió cuando estuvo cerca de la despedida. Resucitó con la fuerza de sus mejores tiempos y se impuso por 1-6, 2-6, 6-1, 7-6 y 6-4. Y en la rueda siguiente dejó atrás a Roger Federer como para demostrarl­e al mundo que estaba de regreso espantando los fantasmas.

Aunque Rafael Nadal terminó en las semifinale­s con su aventura, el mensaje al mundo del tenis ya estaba dado. El impulso casi lo lleva a clasificar­se al Masters a pesar de su floja primera mitad de la temporada.

Ya este año siguió por la buena senda, con impactos como su victoria en la final de Indian Wells ante Roger Federer para conseguir su primer título en un Masters 1000, su arribo a las semifinale­s de Roland Garros, el acceso al tercer lugar del ranking -que se le había negado en diferentes momentos de su carrera- y esta actuación en Flushing Meadows que hace soñar otra vez con el cielo. En la misma Nueva York en la que hace tan sólo un año les recordó, a todos y a él mismo, que, como dijo Tomjanovic­h, nunca hay que subestimar el corazón de un campeón. ■

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EFE Delpo. Juan Martín Del Potro le pega de revés a dos manos con la potencia de sus mejores días.

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