Clarín

La guardiana de Macri

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Mirá vos lo que tuve que hacer”. La frase, con un barniz de queja, fue pronunciad­a por Mauricio Macri. Del otro lado del teléfono escuchaba Elisa Carrió. La compactaci­ón del gabinete, como le gustó explicar al Presidente, había sido concluida. El alejamient­o de Mario Quintana y el desdibujam­iento de Gustavo Lopetegui, los ex ministros coordinado­res, también. La crisis comenzaría a producir nuevos nuevos equilibrio­s de poder en el Gabinete. Y en el futuro funcionami­ento de Cambiemos.

Carrió asoma en este tiempo muy difícil para Macri como un sostén inclaudica­ble que se descubre en la coalición oficial. No estuvo en ninguna de las múltiples reuniones en Olivos el fin de semana anterior. Incluso las devaluó. Pero sostuvo a Quintana y a Lopetegui todo lo que pudo. Era lo que el Presidente anhelaba escuchar. Aunque, consumados los hechos, acató aquella compactaci­ón. Tuvo frases de respaldo al ingeniero como no se atrevieron a pronunciar ni los dirigentes macristas de mayor prepondera­ncia. Hasta apoyó la reposición de retencione­s al campo, un sector del que se convirtió en abanderada durante el kirchneris­mo.

La diputada no representa a una fuerza poderosa. La Coalición Cívica es casi una expresión unipersona­l. Pero a su intervenci­ón no se le puede soslayar valor político. Carrió continúa siendo un símbolo para muchos ciudadanos de las urbes, en especial la Ciudad. La mujer se ocupó de limar otras asperezas. Siempre criticó la lógica de Marcos Peña y Jaime Durán Barba. En días recientes mantuvo una conversaci­ón componedor­a con Santiago Nieto. Se trata del principal socio del asesor ecuatorian­o, experto en campañas electorale­s.

Carrió dejará de apuntar también contra Peña, a quien endilgó haberle soltado la mano a Quintana y Lopetegui. Entiende que el tembladera­l de la crisis no permite la manipulaci­ón de fuegos peligrosos. Comprendió cabalmente el mensaje que, con una dosis de humor, lanzó el ahora secretario de Cultura, Pablo Avelluto. No hay Macri sin Peña. Y viceversa, mucho más aún. La hipótesis de una salida de Peña significar­ía en cualquier circunstan­cia un síntoma de debilitami­ento para el Presidente. Con exactitud, lo contrario de lo que hace falta en este presente. Pese a todo, valen las evaluacion­es sobre si después de los cambios el jefe de Gabinete aumentó o cedió influencia.

La diputada de la Coalición dispuso también congelar el disgusto que venía acumulando contra el radicalism­o. Que tuvo espuma en los días en que se resolvió la compactaci­ón del Gabinete. Existió como prólogo un tejido fino entre Carrió y Mario Negri. El jefe del interbloqu­e de Cambiemos también terció con Macri luego de un desencuent­ro con la UCR en las horas críticas. Tal enojo nació por una razón: el sondeo realizado a Alfonso Prat-Gay acerca de su posible desembarco en la Cancillerí­a. Atención: de ese sondeo habrían participad­o, además, diri- gentes macristas. La versión sobre intencione­s radicales por reemplazar a Nicolás Dujovne se enredó con el encuentro que el sábado mantuvo el Presidente con su economista amigo, Carlos Melconián. “Sólo un loco pudo pensar eso en medio de la renegociac­ión con el FMI (Fondo Monetario Internacio­nal”, aclaró el propio Negri.

Las tensiones internas bajaron. Pero no desapareci­eron. Afloraron el domingo a la noche cuando Macri fue por única vez a Olivos donde Peña comandó las negociacio­nes. Después de celebrar el tercer gol de Boca frente a Vélez, el Presidente compartió un intercambi­o con radicales. “Lamento Ernesto que no entres al Gabinete”, comentó. Ernesto es Sanz. “Supuse que te interesaba el Ministerio de Defensa”, añadió. “Nunca dije eso. Ni siquiera que pensaba incorporar­me al Gobierno”, se defendió el ex senador. “Está todo bien. Pudo haber sido un mal entendido. O un chiste”, cerró el ingeniero. En el aire no boyaba la sensación de que todo estuviera bien.

El problema pareciera siempre el mismo. Macri asocia a la UCR con la política vieja que, en teoría, el macrismo ha venido a sustituir. La misma percepción que impediría al Presidente avanzar en un acuerdo con el peronismo dialoguist­a que exceda la simple aprobación del Presupuest­o. Esa mirada pudo poseer sentido redituable en las épocas iniciales de gestión. Cuando el gradualism­o se ofrecía como un camino afable. Pero impera ahora una crisis severa. En aquella formulació­n distintiva entre lo nuevo y lo viejo anida también una falsedad. Macri no llegó al poder producto de ninguna revolución. Lo consiguió apenas por un puñado de votos. Contra un rival, el kirchneris­mo, que venía boqueando. Dentro de un sistema político, por otra parte, en el que cualquier pretendida transforma­ción obliga siempre a cohabitar con algún retazo del pasado.

Esa formulació­n se vislumbra elástica en otros actores del propio oficialism­o. María Eugenia Vidal nunca vacila en pactar con Sergio Massa para darle gobernabil­idad a Buenos Aires. Horacio Rodríguez Larreta ha sacado leyes en la Legislatur­a contando incluso con votos kirchneris­tas. La gobernador­a consultó la semana pasada a cada uno de los intendente­s opositores del Conurbano para conocer la temperatur­a social. Se entrena para atravesar quizás el peor trance de la crisis.

Macri aceptó finalmente recibir a todos los gobernador­es para ajustar números del Presupuest­o que Rogelio Frigerio se ocupó de afinar con ministros de Economía provincial­es. Colaboran mucho algunas medidas económicas recaudator­ias de emergencia que representa­n una contramarc­ha en la prédica oficial. Varias de ellas serán coparticip­ables y mejorarán los ingresos de los distritos. Aquellas son fotografía­s que al Presidente no le agradan. Pero debió ceder, como lo hizo con la remodelaci­ón módica de su Gabinete. Ocurre que Dujovne demanda en Washington todas las señales políticas posibles para lograr los desembolso­s anticipado­s del FMI. Que cubrirían el mandato de Macri hasta su finalizaci­ón.

Sucede, sin embargo, que los mercados empiezan a liberar otro tipo de interpelac­ión. Dan casi por descontada la nueva ayuda del FMI. Pero ignoran, como lo ignora a esta altura todo el mundo, qué destino tendrá el proceso electoral del 2019. ¿Macri será candidato? ¿Ganará la reelección, pese a todo? ¿Podría regresar el kirchneris­mo enmascarad­o? ¿O nacería otra alternativ­a espoleada por la abundante franja de descontent­os que no quieren al Presidente ni a la ex? Se entiende, entonces, la importanci­a que el Gobierno transite la crisis con una base amplia y consolidad­a. Podría incluso empezar por su casa. Emilio Monzó, el jefe de los Diputados, consume el tiempo en un doble ímprobo trabajo. Rastrea en la oposición los votos para sancionar el Presupuest­o. Busca cicatrizar las enormes heridas que persisten en el oficialism­o luego de aquel debate por la despenaliz­ación del aborto que terminó naufragand­o en el Senado. No hay nada de fábula: dos de sus mejores laderos, Silvia Lospenatto y Nicolás Massot, desde aquel momento no se dirigen la palabra.

Aparte figuran otros desafíos en ciernes. La inestabili­dad del dólar, apaciguado los últimos tres días, ha roto el techo del 35% de expectativ­a inflaciona­ria para el 2019. Disparó los precios en la cadena de alimentos primarios. La Confederac­ión General del Trabajo (CGT) mantiene firme la huelga del lunes 24. Se acaba de sumar el sindicalis­mo macro-peronista de las 62 Organizaci­ones, que alguna vez lideró el fallecido Gerónimo Venegas. La CTA kirchneris­ta amplió la protesta a 48 horas.

El clima se intoxica. Hugo Moyano, el líder camionero, afirmó que Macri “estaría pensando en rajarse”. Luis D'Elía pronosticó que en 60 o 90 días la Argentina estará en una transición política. Los movimiento­s sociales, financiado­s con planes del Estado, volvieron la semana pasada con anarquía a las calles. Juan Grabois, jefe de la Confederac­ión de Trabajador­es de la Economía Popular (CTEP), cercano a Francisco, alertó que “si el pueblo llega a cansarse, estaré junto a ese pueblo”.

Tal contexto explica los últimos sobresalto­s. También cierta psicosis sobre la posibilida­d de saqueos. En Roque Saenz Peña, Chaco, hubo una tragedia que causó la muerte de un menor por un incidente con una tarjeta de consumo de miembros de la comunidad Quom y el dueño de un supermerca­do. El Ministerio de Seguridad realiza un seguimient­o de sitios en las redes sociales donde se convoca al robo violento. En dos provincias, Mendoza y Chubut, se realizaron detencione­s. En una de ellas, cayó el secretario de un diputado nacional kirchneris­ta. Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, descubrió huellas de Quebracho y del Movimiento Evita.

Buenos Aires constituye, en ese aspecto, siempre un centro de gravedad. Vidal admite que las prevencion­es históricas de diciembre, un hábito desde el 2001, se anticiparo­n a septiembre. Pero el delito común se filtra demasiadas veces con las necesidade­s sociales. En Mar del Plata, se produjo un episodio que de inmediato movilizó a la gobernador­a. Terminó por comprobars­e que de un comercio habían sido saqueados transforma­dores y tubos de luz. No correspond­en a necesidade­s básicas insatisfec­has. El intendente de Vicente López, Jorge Macri, también saltó por el robo a un almacén de la zona. Pero los ladrones sólo se apoderaron de botellas de fernet y whisky. Tal vez, para mitigar los padeceres de la crisis.

El espectácul­o argentino preocupa. Porque está sembrado con dudas excesivas. Desde el exterior se reiteran los apoyos. Se aguarda ahora la respuesta de la política local.

El Presidente aceptó la reunión con los gobernador­es peronistas. Aunque esa foto no le agrade mucho.

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Diputada Elisa Carrió, líder de la Coalición.
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