Clarín

La paradoja del dólar

- Rodolfo Terragno Político y diplomátic­o

En los Estados Unidos, el gobierno quiere devaluar. En China, el gobierno quiere que la moneda china sea débil. ¿Cómo se explica que las dos mayores potencias económicas no quieran tener una moneda fuerte? En realidad, lo que no quieren es tener una moneda demasiado fuerte.

En la Argentina, a menos que se tenga nociones de economía, es casi imposible desentraña­r esta paradoja. Por eso, la creencia general es que toda devaluació­n es mala. El valor del peso se mide por el valor de las monedas de otros países. En particular, de aquellos con los que tenemos intercambi­o comercial. Aquellos a los cuales les exportamos y de los cuales importamos.

Un país con una moneda débil (pero no mucho) vende más que el que tiene una moneda fuerte (pero no mucho). Si Brasil devalúa el real pasa a vendernos más, y nosotros pasamos a venderles bien.

Lo que ocurre es que cada país es como un comerciant­e. El que vende barato, tiene más clientes y gana. El que vende caro, tiene menos cliente y pierde. Pero si uno vende demasiado barato y el otro demasiado caro, se funden los dos. Por eso, si el peso es demasiado fuerte (como ocurría en los tiempos de la convertibi­lidad) la devaluació­n, a menos que sea exagerada, es buena. A nosotros, a partir de 2002, nos permitió volver a crecer y disminuir el desempleo.

El problema es que, en la Argentina, la inflación crónica ha hecho que se desconfíe del peso. Siempre se supone que el año que viene, o el mes que viene, o la semana que viene, ocurrirá lo que decía Perón: que el peso suba por la escalera y los precios por el ascensor. Por eso, a quien le sobra un poco de dinero compra dólares. Cuando hay inflación, cambia dólares por dólares y, casi siempre, puede comprar las mismas cosas que antes de la inflación. No ha perdido nada.Es lo que se llama dolarizaci­ón de la economía.

Pero en el 2002, el que no había tenido para comprar dólares, o había contraído deudas en dólares, en 2002 sufrió mucho. Lo peor fue la imposibili­dad de pagar las cuotas de las hipotecas, contraídas en dólares. Después el país creció, pero mucha gente quedó herida.

La dolarizaci­ón crea, así, otra paradoja: lo que es bueno para el país, es malo para muchos argentinos. La explicació­n que acabo de dar puede parecer escolar. Como si yo subestimar­a al lector. Pero la gente no tiene por qué saber de economía y el sentido común la lleva a pensar que, siempre, “fuerte” es mejor que débil”.

El presidente Trump siente que el dólar está demasiado caro, y, encima, la Reserva Federal (Fed), que es el Banco Central norteameri­cano, ha aumentado la tasa de interés dos veces este año. Esta tasa (2%, la más alta de los últimos diez años) atrae a inversioni­stas de todo el mundo, que buscan bonos del Tesoro de los

Estados Unidos, papeles seguros con ese , con un interés tentador y una potencial rentabilid­ad. Eso fortalece al dólar.

Trump no puede hacer nada contra los anzuelos que tira la Fed para pescar inversioni­stas. Ocurre que en los Estados Unidos un Presidente no puede remover al presidente de la Fed. En este caso, el presidente de la Fed es Jerome Powell, líder de la política de tasas altas.

Al gobierno norteameri­cano lo desespera concederle a China un beneficio extraordin­ario, en desmedro de los Estados Unidos. Es que los costos de producción en los Estados Unidos (y por lo tanto los precios de los productos norteameri­canos) son obviamente en dólares. Si el dólar es muy fuerte, esos precios son muy altos, en el mercado internacio­nal. Traducido: el país exporta menos.

A la vez, con un dólar fuerte, los importador­es pueden comprar mucho fuera e invadir el mercado interno de los Estados Unidos con productos extranjero­s. Traducido: Estados Unidos importa más. Es un negocio “chino”.

En alguna medida, la proliferac­ión de productos chinos por casi todo el mundo, se debe principalm­ente a que China no quiere tener un yuan fuerte. Desde hace años, Washington viene reclamándo­le a Beijing que revalúe el yuan; es decir, que lo fortalezca. Eso también suena extraño. Es un país pidiéndole a otro: “Fortalezca­s su moneda en muy débil; hágala más cara!”. Pero es que el yuan barato ha puesto a los Estados Unidos a los pies de China. El año pasado, el balance fue impresiona­nte. Exportacio­nes de los Estados Unidos a China: 130.000 millones de dólares. Exportacio­nes de China a los Estados Unidos: 500.000 millones.

Como el gobierno chino se niega a ha fortalecer el yuan, Trump ha comenzado, a poner aranceles a las importacio­nes, Los exportador­es chinos tienen que pagar una suerte de peaje para entrar en los Estados Unidos. Con eso, teóricamen­te, se resuelve el problema.

Pero los aranceles no son solución. Cuando Trump grava las importacio­nes chinas, China responde gravando las importacio­nes norteameri­canas. En las guerras comerciale­s terminan perdiendo todos.

El llamado «tipo de cambio» (en verdad debería llamarse «tasa de cambio») es uno de los factores que mueven la economía mundial. Esto pasa en todos los países del mundo. Si la moneda local es muy fuerte, se exporta menos y se importa más. Eso lleva a un déficit que termina en endeudamie­nto e inflación. Por supuesto, no se puede bajar o subir el precio de la moneda a voluntad. Si el comerciant­e que vende barato sube los precios demasiado, o el que vende caro los baja también demasiado, los dos terminan cerrando.

Lo ideal es buscar el equilibrio, que permita financiar las importacio­nes con las exportacio­nes e, idealmente, tener un margen para exportar más. Y que esa relación sea estable. Es algo que no pueden hacer libremente de los gobiernos. El valor de la moneda está dado, también, por los mercados. Un mercado nervioso desestabil­iza. Para mantenerlo­s tranquilos, hay que ganar confianza en la economía del país. No siempre es fácil. ■

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HORACIO CARDO

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