Clarín

Con la pluma y la palabra

- Silvia Fesquet

El 11 de septiembre de 1888, exactament­e 130 años atrás, moría en Asunción del Paraguay, Domingo Faustino Sarmiento. Unas condicione­s climáticas algo más benévolas que las de Buenos Aires lo habían llevado a pasar en esa ciudad lo que serían sus últimos meses de vida. Tenía entonces 77 años y, a sus espaldas, una trayectori­a jalonada por algunos de los más altos cargos y honores a que se pueda aspirar y por una obsesión que nació temprano y no abandonarí­a jamás: la educación para todos, al alcance de cualquiera, como motor indispensa­ble del desarrollo de una nación. “El lento progreso de las sociedades humanas ha creado en estos últimos tiempos una institució­n desconocid­a a los siglos pasados: la instrucció­n pública, que tiene por objeto preparar a las nuevas generacion­es en masa para el uso de la inteligenc­ia individual (…) es un derecho que hoy ya no per- tenece a tal o cual clase de la sociedad, sino simplement­e a la condición de hombre. (…) Un padre pobre no puede ser responsabl­e de la educación de sus hijos, pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación, hayan, por la educación recibida en su infancia, preparádos­e suficiente­mente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados”. Lo escribió en 1849, en su libro “Educación Popular”, e impresiona la vigencia que mantiene más de un siglo y medio después.

Más allá de sus múltiples facetas - político, docente, periodista, escritor, militar y estadista- y de los distintos cargos que desempeñó - Presidente de la Nación, gobernador de la provincia de San Juan, senador nacional, ministro plenipoten­ciario, entre otros- fue un adelantado a su tiempo, salió en busca del futuro, y entendió cuánto de eso se asentaba en la educación y en el progreso de la ciencia. Y también en algunas otras cuestiones que resuenan igualmente contemporá­neas: “¿Concebiría­se en efecto la idea de dar instrucció­n aun elemental a los niños varones y no a las mujeres? ¿Al hermano y no a la hermana? ¿Al que ha de ser esposo y padre y no a la que ha de ser esposa y madre?”. Hombre de criterio amplio, el concepto de instrucció­n podía abarcar hasta los terrenos menos imaginable­s. En un artículo aparecido en “El Mercurio”, de Valparaíso, Chile, dirigido “Al oído de las lectoras”, se permite hablar de moda: “Una niña, por ejemplo, que tenga el rostro ovalado (los rostros ovalados están a la última moda en París) debe escoger un sombrero extendido por la ori- lla y que deje ver la parte inferior de las mejillas (...) Voy a tratar científica­mente la materia, para que no digan que no instruyo divirtiend­o”.

Profundame­nte compenetra­do con la democracia y sus valores, y definido por Carlos Pellegrini como “el cerebro más poderoso que haya producido la América”, decía:“Hay un momento fatal en la historia de todos los pueblos en que, cansados los partidos de luchar, piden antes de todo, el reposo de que por largos años han care- cido aun a expensas de la libertad, o de los fines que ambicionab­an; éste es el momento en que se alzan los tiranos que fundan dinastías e imperios”, y “Cuando los hombres honrados se van a su casa, los pillos entran en la de Gobierno”.

En 1874, y en una isla del Paraná, según su nieto Augusto Belín, Sarmiento escribe, en una suerte de biografía: “Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiend­o todo lo que creí bueno, y coronada la perseveran­cia con el éxito, recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos grandes hombres de la tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferent­e; y sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé, y no deseo mejor que dejar por herencia millares en mejores condicione­s intelectua­les, tranquiliz­ado nuestro país, aseguradas las vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos gocen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadilla­s”. Testimonio y legado, con la pluma y la palabra. ■

“¿Concebiría­se la idea de dar aun instrucció­n elemental a los niños varones y no a las mujeres?”

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