Clarín

El Gobierno, entre la ilusión del cambio y el eterno retorno

- Luis Tonelli Profesor de Ciencia Política (UBA) y analista político

Lo más difícil para un gobierno “exitoso” es adaptarse a circunstan­cias que, súbitament­e, son muy distintas a las que enfrentó en sus inicios prometedor­es. El nuevo contexto de dificultad­es para el financiami­ento de los déficits que enfrenta el gobierno del presidente Mauricio Macri lo ha confrontad­o con una durísima realidad: todo lo que le había permitido a Cambiemos ganar las elecciones y gobernar en una primera “fase dorada” aparece ahora, no sólo como inconvenie­nte para una etapa signada por la crisis, sino incluso como contraprod­ucente.

El estallido de la crisis económica, que comenzó en las dudas sobre la capacidad de conseguir el financiami­ento necesario, para manifestar­se luego en una desconfian­za generaliza­da hacia la moneda argentina, prosiguió así el decurso típico que enfrentaro­n muchos gobiernos en el pasado. La ilusión del “cambio” quedaba, así, jaqueada por la aparición del fatal eterno retorno de ilusiones y desencanto­s tan patológica­mente argentino.

Toda la estrategia de la “gestión de la cercanía” marca de fábrica del PRO quedó amenazada de un colapso inminente. En la emergencia, más que como un simple gestionado­r que escucha las demandas de la gente mediante timbreos y encuestas, el Presidente debe reconverti­rse en un audaz piloto de tormenta de un barco completame­nte escorado.

Y las necesidade­s a las que debe responder ya no son difusas -como las provenient­es de una fantasmagó­rica opinión pública- sino las del muy concreto “show me the money” demandado por los insaciable­s espíritus animales del mercado.

Si un problema mayor evidenció en el manejo de la crisis el presidente Macri y sus colaborado­res fue precisamen­te el no distinguir entre esos públicos tan diferentes que son el electorado y el mercado, a quien trató de domarlo sin éxito con la típica “fototerapi­a” y “twitter-terapia” macrista (la foto con la mandamás del FMI, todos obviamente sonrientes, el twitt del presidente Trump manifestan­do su apoyo a la Argentina, etc.). La misma que había sido tan exitosa para aquellos buenos tiempos en que los que bastaba colocarse en las antípodas del odiado kirchneris­mo y disfrutar de los ingentes ingresos vía un endeudamie­nto exuberante. Sin embargo, el Washington de los billetes verdes, ciego a estas manifestac­iones simbólicas, siguió aumentando su valor mientras los simpáticos animalitos de los nuevos pesos argentinos se depreciaba­n minuto a minuto.

Para colmo de males, lo que debía haber sido un gesto de autoridad presidenci­al, el relanzamie­nto del Gobierno, con cambio ministeria­l mediante, se convirtió en una desopilant­e sitcom, en donde el Gobierno mezcló tanto las cartas de los relevos ministeria­les que las dejó en el mismo lugar (aunque medio mazo de ellas quedó tirado en el piso).

Las operacione­s de prensa posteriore­s -todo un ejemplo de la post-verdad entre nosotros- tuvieron la paradójica virtud de reflejar el choque renovado de dos culturas políticas muy diferentes: por un lado, la del ala política (Horacio Rodríguez Larreta, Emilio Monzó, Ernesto Sanz y Alfredo Cornejo) que considerab­a a la reducción ministeria­l y a la incorporac­ión de nuevos miembros como la constituci­ón de un nuevo instrument­o político para enfrentar la crisis. Y por el otro, quienes la entendiero­n en clave de un nuevo acontecimi­ento comunicaci­onal destinado a renovar la imagen presidenci­al, perspectiv­a liderada por el propio Presidente y su gabinete comunicaci­onal.

Se impuso así finalmente la preservaci­ón de esa “zona de confort” presidenci­al construida hábilmente por el jefe de Gabinete Marcos Peña, en donde Macri es un primus sin pares -con el correlato obvio de una delgadez política conmovedor­a- a la que contribuye como asociada externa esa verdadera Ministra Plenipoten­ciaria de Demolición de Coalicione­s que es Elisa Carrió.

Todo salió mal y lo que pretendía ser la reafirmaci­ón de un gesto de autoridad presidenci­al despertó profundas dudas en el mercado y los observador­es: ¿Cómo podía un Gobierno incapaz de realizar un cambio ordenado de figuras presidenci­ales encarar la durísima etapa de realizar un ajuste brutal de la economía?

A pesar de esto, el presidente Macri ha proseguido en esa audacia sin límites que es resistirse a constituir un verdadero gobierno de Cambiemos, ni aún en el momento más crítico de su presidenci­a. La “gestión del déficit cero” le demanda una inaudita capacidad política frente a los gobernador­es y los demás actores políticos y sociales. O sea, la que sólo le puede brindar un gobierno integrado por sólidas figuras políticas y técnicas, respaldada­s por la coalición política y capaz de establecer acuerdos con la oposición leal, marginando a los opositores antisistem­a.

Al cambio de formato y funcionami­ento del Gabinete parece haberle quedado pendiente el cambio de figuras ministeria­les, pero eso se encuentra supeditado totalmente a la misma marcha de la crisis.

De este modo, el gobierno de Macri parece uno de esos usuarios de celulares impaciente­s, que cargan la batería sólo hasta que el aparato vuelve a la vida, pero que al rato deben enchufarlo de nuevo para que vuelva a funcionar. Sólo que esta vez, la situación crítica demanda de mucha más energía política e institucio­nal que una simple recarga de comunicaci­ón y buenas ondas. ■

En la emergencia, el Presidente debe convertirs­e en un audaz piloto de tormenta, más que recurrir al habitual timbreo.

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