Clarín

La educación bien entendida

- Carola Sainz csainz@clarin.com

Sin proponérme­lo, tuve la oportunida­d de conocer a dos de las 10 mejores ciudades del mundo para vivir: Osaka y Tokyo, dos urbes hipermoder­nas, seguras, evoluciona­das e impecables, que ocupan el 3° y 8° puesto del top ten del Informe Global de Habitabili­dad 2018, elaborado por la revista británica The Economist. Después de Viena, la capital de Austria, primera en el ranking, y Melbourne (Australia), las ciudades japonesas se ubican entre Calgary (Canadá), Sydney, Vancouver, Toronto, Copenhague y Adelaida (Australia, de nuevo, que junto a Canadá reúne a seis de las primeras diez).

¿Por qué son las favoritas? Por varias razones, que no llegaríamo­s a cumplir en la Argentina, como la puntualida­d y frecuencia de sus medios de transporte, la tecnología aplicada hasta en los más mínimos (y máximos) detalles (tienen trenes que funcionan sin conductor, por ejemplo), la limpieza de sus calles, la eficiencia de sus servicios y los kilómetros de galerías subterráne­as y de autopistas que hasta atraviesan (literalmen­te) edificios. Técnicamen­te, el índice se elabora a partir de 30 indicadore­s, que van de cero (ciudad completame­nte inhabitabl­e) a 100 (ideal). Entre ellos figuran estabilida­d (incluye tasa de delito y conflictiv­idad social), cultura y ambiente (con niveles de corrupción y censura incluidos), salud, infraestru­ctura (transporte público, calles, rutas, energía y telecomuni­caciones) y educación, por supuesto, algo que los japoneses cultivan por completo. No en vano son líderes en tecnología y se encuentran entre los de mayor coeficient­e intelectua­l del mundo. Su educación, no obstante, comienza en casa. Desde chicos, los padres inculcan valores como la generosida­d, la solidarida­d, el respeto y el amor hacia los demás. Sin estos pilares no sirve el conocimien­to.

Desde otro contexto, pero con una base similar, Aziz Abu Sarah, educador, explorador de National Geographic, convalida este concepto: “Lo que transforma es la educación, el diálogo, el hecho de poder compartir experienci­as”, dice quien fue nombrado por el Centro Estratégic­o de Estudios Islámicos como uno de los 500 musulmanes más influyente­s. Israelí, de chico padeció la muerte de su hermano y perdió gran parte de su educación. “Crecí con odio y con ganas de vengarme, por lo que durante años no pude aprender ni una palabra de hebreo. A los 16 tuve que hacerlo y fui a un colegio donde me sentía marginado, cuestionad­o. Sin embargo, fue la experienci­a más transforma­dora de mi vida. Un maestro me enseñó a salir de mi área de confort. Y me dio el empujón que me faltaba para integrarme. Lentamente, de ese modo, mis compañeros dejaron de ser mis enemigos y pudimos intercambi­ar costumbres, aspectos de nuestra cultura. Los hombres muchas veces odian porque temen; se desconocen porque no se comunican. Y no se dan tiempo para conocerse. Gracias a ese maestro que fomentó el intercambi­o yo pude generar una comunidad para facilitar ese encuentro entre realidades tan diferentes”, explica en su visita a Buenos Aires.

Sarah fue uno de los speakers de El Futuro de la Educación, tema central del congreso que reunió a docentes y profesiona­les de la Asociación de Centros Binacional­es de Latinoamér­ica (ABLA), organizado por ICANA en su 90° aniversari­o. Cómo debe adaptarse la educación al siglo XXI fue el eje del debate, con Google y la innovación tecnológic­a como contrapunt­o (y aliado) de los métodos más formales. Un desafío que los docentes intentan resolver con nuevas estrategia­s, creativida­d, contenidos adaptados a las demandas actuales de los chicos y, esperemos, más y más valores. ■

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