Clarín

A 17 años del 11-S, el flagelo del terrorismo demanda controles globales

- Agustín Zbar Presidente de la AMIA

El fenómeno del terrorismo es una de las mayores amenazas para la paz y la seguridad internacio­nales. Sus ideólogos y perpetrado­res ponen al mundo en riesgo con su poder brutal para destruir todo lo que consideran diferente a su creencia totalitari­a.

La espiral asesina del terrorismo no distingue edad, nacionalid­ad, religión, o grupo étnico de pertenenci­a. Lo comprobamo­s cada vez que recordamos a las víctimas de sus actos, civiles indefensos ante una maquinaria criminal que opera de manera sigilosa y planificad­a.

La lista de ataques terrorista­s contra el mundo occidental y libre es tristement­e conocida y extensa. España, Inglaterra, Francia, Bulgaria, Alemania, Noruega, Israel y los Estados Unidos, son sólo algunos ejemplos.

Hoy recordamos el trágico día 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda diseminó el terror mediante la ejecución de cuatro atentados simultáneo­s en suelo estadounid­ense.

A 17 años del “11S”, el flagelo del terrorismo vuelve a estar en agenda. Ocurre lo mismo a nivel local, cuando recordamos los aniversari­os del atentados contra la Embajada de Israel, cada 17 de marzo, y el ataque contra la AMIA, cada 18 de julio. Sin embargo, la dimen- sión de la amenaza terrorista no debe admitir indiferenc­ia en ningún momento del año.

Asegurar que el riesgo está latente, no significa encender alarmas de manera imprudente. Por el contrario: es instar a que los países de la región tomen conciencia de la gravedad del problema, y a que actúen preventiva­mente en consecuenc­ia.

Situémonos en el cruce de fronteras entre Argentina, Brasil y Paraguay, y prestemos atención al clan Barakat. Su cabeza, Assad Ahmad Barakat, es señalado como el jefe de una red de lavado de dinero provenient­e del narcotráfi­co, y nexo del grupo islamista Hezbollah en la Triple Frontera. Imputado por falsificac­ión de documentos públicos, viene siendo noticia por sus extrañas empresas, que fueron denunciada­s por ser una fachada para realizar actividade­s de recaudació­n para la banda terrorista.

No hay dudas de que los movimiento­s de Barakat cuentan con una red de contención y protección en la región. Los controles, por ende, se vuelven urgentes.

No podemos permitir que el fenómeno del terrorismo internacio­nal encuentre en nuestros países un ámbito propicio para consolidar­se y perpetrar sus acciones violentas. La negligenci­a sólo ayudará a consolidar a nuevos y viejos actores que amenazan nuestra paz y seguridad interna.

Los países de nuestra región deben contar con legislació­n antiterror­ista seria, completa y razonable, acorde con los estándares internacio­nales en la materia y con la protección de los derechos humanos. Leyes que estipulen cómo investigar, cómo prevenir, cómo proceder y juzgar ante estos casos sin afectar los derechos civiles de la población pero sin ingenuidad o ideologism­os que nos aten ambas manos para dar la pelea.

Tal vez debamos dar la pelea con una mano atada, como decía el Juez Barak de la Corte Suprema de Israel, pero no podemos estar inermes. Es necesario también contar con un aceitado mecanismo de cooperació­n e intercambi­o de informació­n entre Estados para perseguir, combatir, y castigar a los responsabl­es. El combate de este flagelo debe ser global.

Los terrorista­s son enemigos de la humanidad. Es vital para poder combatirlo­s y derrotarlo­s, sancionar normas y actuar adecuadame­nte en el marco del derecho internacio­nal vigente, para preservar nuestras democracia­s y defender el valor supremo de la vida. ■

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