“A veces me doy asco a mí mismo”
Tras sus cada vez más polémicas apariciones mediáticas, el cómico gira. Esta vez actuó en el barrio de Floresta.
Está buenísimo. Te reís todo el tiempo. Si no te reís de Casero, te reís con Casero. Cuando el ex gordo empieza con la sanata a lo Fidel Pintos de ácido, con Casero; cuando empieza con la política y el kirchnerismo, de Casero.
Lo suyo es la irreverencia. El humor es eso. Apelando a vetustas categorías, podría entenderse que el humor es de derecha. Casero se ríe del feminismo y hasta se ríe de temas tabú como los desaparecidos. “Con Carlotto pedí perdón, no puedo abrir tantos frentes”, dice. Si lo pensamos bien, Capusotto no se mete con temas tabú pero también hace humor desde la derecha: Luis Almirante Brown se burla de Spinetta, el poeta del rock, y Pomelo dinamita al rockstar.
“A veces me doy un poco de asco”, admite Casero en vivo. El sábado hubo función después de la censura sufrida en Salta y Tucumán. En un teatro de Floresta presentó ¿De qué no se puede hablar? La previa fue con pintadas en su contra y el Gran Rivadavia pidiendo custodia policial. El clima sólo estuvo enrarecido por la presencia de patrulleros. Parece que Casero no quiere prensa en sus performances. Su productor, Damián Sequeira, le dijo a este diario que “Alfredo no acostumbra a estas cuestiones. A mí me gustaba la idea (de la cobertura), pero debo respetar lo que él quiere”.
A sala llena, el show empieza con un monólogo de casi una hora donde el humorista cuenta lo que le fue pasando en el programa de Fantino, espacio que visita a menudo y quizá sirva como plataforma de lanzamiento de estos unipersonales. Un poco lo que ocurre con los productos satélites de ShowMatch, que después terminan en Carlos Paz. ¿De qué no... es la unión de canciones y sketches deshilvanados, con un Casero preocupado por el Bel canto y las repercusiones de su paso por Animales Sueltos (“¡Puse a 60 mil personas en un plaza a gritar flan!”).
Ya el programa de mano sienta posición. “En un mundo en donde las feministas enarbolan las banderas de Valerie Solanas, una chica enferma que le terminó pegando un tiro a Andy Warhol por no darle bola, voy a despotricar”. O, “trabajaré sin descanso para la absoluta libertad”.
Después de haber relativizado el número de nietos desaparecidos, y no conforme con tener enemigos imposibles como Estela de Carlotto, la obra llegó (o fue a parar) a una sala de Floresta antecedida por dos magníficas prohibiciones. Prohibido: qué mejor noticia que la censura para un artista. El teatro estuvo colmado de gente queriendo ver cómo se hablaba mal de Cristina, de la guita que se robaron, de Cabito, de Víctor Hugo y estuvo especialmente colmado para que Casero pronuncie la palabra... “flan”. “Consultaron con especialistas para saber qué había querido decir Cambiemos con eso de Queremos flan”, dijo, incrédulo, aludiendo al fenómeno.
Casero es y se comporta como el actor más audaz de todos. Su leit motiv consiste en oponerse al progresismo en cualquiera de sus expresiones. La presencia de Fabio Alberti será un soplo de aire fresco. Pero lo más interesante de ver en Casero es su cambio de registro. Dejó el absurdo –al que vuelve sólo para la tribuna- por la provocación. De una punta a la otra. De lo irracional a lo reaccionario. ■