Lorenzetti, entre la derrota y un plan B para conservar algún poder
Futuro. El titular saliente no consiguió otra reelección como quería, aunque logró bloquear el liderazgo de Rosatti. Su sucesor deberá mejorar la imagen de la Justicia.
Un par de meses antes de lo previsto, y en contra de las advertencias que emanaba la propia Corte respecto a que la renovación de su presidencia se concretaría recién a fin de año, las conversaciones e intrigas que venían cocinándose a fuego lento en los pasillos del cuarto piso del palacio de Tribunales desembocaron ayer en una veloz acordada que alumbró al sucesor de Ricardo Lorenzetti: con cuatro votos firmados -Juan Carlos Maqueda votó en disidencia- el “novato” juez Carlos Ronsenkrantz asumirá como presidente del máximo tribunal el 1 de octubre, acompañado por Elena Highton en la vicepresidencia.
La elección refleja el precario equilibrio entre los dos jueces con las pretensiones políticas menos disimuladas en la Corte: el rafaelino Lorenzetti, que durante los casi doce años como presidente del tribunal acuñó el sobrenombre de “faraón”; y su coprovinciano Horacio Rosatti, quien desde la llegada a la cima del poder judicial se mostró como antagonista casi constante del presidente.
Elogiado en público por Elisa Carrió -aunque ambos afirman no haberse visto desde la reforma constitucional de 1994- Rosatti se opuso a varias iniciativas de Lorenzetti, pero sobre todo a su estilo personalista de conducción, que hasta su incorporación a la Corte no había hallado obstáculos ni contrapesos.
Como buen corredor de fondo que demostró ser ante sucesivas crisis y embates políticos contra la justicia en general y contra su persona en particular -el más duro y persistente de todos proviene justamente de Carrió, que seguirá adelante- Lorenzetti terminó viendo naufragar la pretensión de renovar su asiento por otro período más, aunque hasta última hora buscó salirse con la suya gracias al voto de Elena Highton, que daba por seguro y con el que contaba destrabar el resto.
Por supuesto, junto con ese deseo crecían los argumentos para darse cuenta de que era imposible concretarlo. Lorenzetti le comunicó personalmente a Mauricio Macri su idea de declinar una nueva postulación, y se puso a jugar con todo para influir en la selección de su sucesor.
Con la histórica reticencia de Maqueda a tomar ese leño que tantas veces se convierte en una brasa ardiente, y la débil posición institucional de la jueza Highton, quien sólo se mantiene en la Corte pese a tener más de 75 años porque reclamó con un amparo quedar afuera del mandato constitucional que ella misma juró respetar, las opciones se encogían al mínimo.
Fuentes de tribunales sugieren una desilusión de Highton con Lorenzetti, quien no se habría prestado a acompañar una nueva designación para su hija Elenita, cuyo rol en la secretaria de Relaciones de Consumo de la Corte fue bastante cuestionado. La ver- sión es incomprobable, pero sí compatible con otra supuesta gestión de Rosatti y Rosenkrantz para explorar la votación del nuevo presidente del tribunal esta semana. El viento había cambiado de dirección.
Carlos Rosenkrantz no soñaba con alcanzar el lugar que ocupará. Su estilo parco es la contracara de la afabilidad y el ingenio con que Lorenzetti se convirtió en una máquina de construir consensos, y que desembocó casi naturalmente en su elección como presidente desde el 1 de enero de 2007. Ya fuera de carrera, el santafesino buscó convertirse en el elector, y difícilmente se quede sin ninguna influencia en la nueva etapa. ¿Las razones? Personalidad y experiencia, pero sobre todo la infinidad de personas de su máxima confianza sembradas en puestos clave de la administración y la gestión de la Corte.
Resuelto el juego político en la mesa de arena, veamos ahora qué desafíos le esperan a Rosenkrantz. Para empezar, deberá hallar una salida al reclamo social para que los jueces y empleados de la justicia paguen el impuesto a las Ganancias, que hasta ahora sólo tributan quienes se incorporaron al poder judicial en 2017. El nuevo presidente también deberá recalibrar el rol de la justicia federal porteña, golpeada por el descrédito ante la epidemia de impunidad en los casos de corrupción de todos los tiempos. Además tendrá que ajustar las funciones, el presupuesto y el rol de la polémica oficina de escuchas telefónicas judiciales. El siempre espinoso vínculo con el Consejo de la Magistratura y la respuesta judicial a la inseguridad ciudadana son otro de los desafíos urgentes.
Sin el alto perfil político que le imprimió Lorenzetti, la presidencia de Rosenkrantz puede devolver al tribunal a un lugar menos fulgurante, lo que no necesariamente será mejor o peor que el actual. Silencioso o expansivo, tímido o vehemente, el titular de la Corte deberá ser capaz de representar al poder de la república más cuestionado por la opinión pública, levantando ese aplazo y sin que las fisuras internas lo pulvericen. Necesitará ayuda en semejante empresa. Habrá que ver dónde la busca. Y dónde la obtiene. ■