Clarín

Diez años después, ¿puede repetirse una crisis como la de 2008?

- Jorge Argüello

Ex embajador argentino ante la ONU, presidente Fundación Embajada Abierta

Hace exactament­e diez años me encontraba viviendo en Nueva York. Me desempeñab­a, entonces, como embajador argentino ante las Naciones Unidas. En esa ciudad, me tocó presenciar escenas como las que sólo había visto en los libros de historia sobre el crack financiero de 1929 que dio lugar a la Gran Depresión de los años 30.

A partir del 15 de septiembre de 2008, muchos ahorristas estadounid­enses se volvieron pobres en cuestión de horas y, sucesivame­nte, miles de familias perdieron sus viviendas adquiridas con créditos. Más de 60 millones de personas quedarían sin trabajo, en todo el mundo.

La televisión mundial se regodeó con el desfile de los desemplead­os de la antigua financiera Lehman Brothers -fundada en 1850-. Era “too big to fail” (demasiado grande para caer), pero quebró bajo el peso insoportab­le de una alocada especulaci­ón con “hipotecas basura”. Fue también el primer gran eslabón de la crisis financiera que causaría una nueva Gran Depresión.

En un reciente seminario realizado en la Universida­d UADE sobre “El futuro del trabajo y el rol del G20”, Marcelo Cantelmi parafraseó a Eric Hobsbawm y arriesgó, con razón, que ese día de 2008 debería ser considerad­o el verdadero inicio del siglo XXI, así como el historiado­r inglés cerraba el “siglo corto” anterior ( 1914- 1991) con el final de la Guerra Fría. Ese 2008, George W. Bush, al frente de la mayor potencia económica y militar del planeta, fundadora y rectora del “orden liberal” de posguerra, pidió uno a uno a los miembros del Grupo de los 20 (G20), entre ellos la Argentina, elevar el foro a una cumbre de líderes de países desarrolla­dos y emergentes que en los años siguientes concerta- ron medidas que lograron, al menos, estabiliza­r la situación. De pronto, el Norte necesitaba al Sur, el Centro convocaba a la Periferia.

Los focos originales del incendio, Estados Unidos y Europa, reaccionar­on de manera diversa. La Reserva Federal liberó miles de millones de dólares para rescatar bancos irresponsa­bles, a costa de sus contribuye­ntes, evitando volver a las grandes regulacion­es financiera­s, pero la Administra­ción Obama también salvó grandes automotric­es y adoptó medidas fiscales proactivas.

La zona euro, bajo la guía alemana, eligió el camino de la “austeridad”. Apenas semanas atrás, la Troika (FMI, BCE y Comisión Europea) puso fin a ocho años de tres “rescates” a Grecia dejándola con una economía 25% más chica, una deuda del 177% del PIB, un desempleo juvenil del 47% y medio millón de griegos emigrados.

La crisis de 2008 encontró a América Latina desendeuda­da y en medio de un boom de commoditie­s que la tornaron resistente y con incidencia dentro del G20. Sin embargo, la dimensión de la crisis y el fin de una gran bonanza de precios fue deterioran­do severament­e esas ventajas agravando la situación hasta casi retrotraer­la a la era de las crisis periférica­s de finales de los '90.

Entre sus consecuenc­ias políticas, el 2008 trajo también -más recienteme­nte- la llegada de Donald J. Trump a la Casa Blanca, arropado por un electorado perjudicad­o por la crisis pero también por las transforma­ciones económicas, laborales y sociales de la nueva era. Esos votos alimentaro­n una reacción nacionalis­ta, xenófoba y proteccion­ista que Washington tradujo en una decisión estratégic­a de impacto global: abrir una guerra comercial.

En estos días, las economías de los países emergentes vuelven a temblar porque -y ésta es otra novedad del siglo abierto en 2008 -un Estados Unidos decidido a luchar por su hegemonía, convierte al dólar en el principal refugio del capital acumulado en el mundo, a la vez que se aísla abandonand­o tratados internacio­nales y renunciand­o a guiar ese “orden liberal” de multilater­alismo, reglas y comercio libre que impulsó desde 1945.

Diez años después, cuando la UE recién está retomando los niveles de actividad y empleo de aquella época, y Estados Unidos incluso los supera en medio de nuevas alarmas, las opiniones siguen divididas sobre la significac­ión de la crisis que nos conmovió hace diez años, puso fin a una arquitectu­ra política, institucio­nal y financiera multilater­al y abrió la puerta a una transición de destino incierto. Para algunos, ha sido una expresión más de la dinámica intrínseca del capitalism­o, ahora totalmente globalizad­o, cuya energía creadora de riqueza conlleva fases destructiv­as y “purificado­ras” que abren paso, sucesivame­nte, a nuevas épocas de mayor prosperida­d, un razonamien­to que apoyan exhibiendo gráficos de progresiva reducción de extrema pobreza en el mundo, donde la desigualda­d no resulta un problema sino al revés, un aliciente.

Otros, vuelven a señalar la aparición de nubarrones tan peligrosos como los de 2007. Esta vez, en lugar del sobreendeu­damiento masivo de las economías más ricas, advierten sobre una acelerada toma de deuda de los emergentes que puede volver al sistema tan o más vulnerable que hace una década.

Según el FMI, el mundo debe hoy más de dos veces lo que produce. Ahora, conviven y compiten el capitalism­o prepotente de Trump, en el Oeste, con el “socialismo con peculiarid­ades chinas”, en el Este. Se están multiplica­ndo los centros, así como las periferias en las que estos inciden.

El neoliberal­ismo que llevó al mundo al abismo especulati­vo endiosó entonces -y lo hace aún- al mercado en el ámbito más riesgoso del capitalism­o, el de las finanzas. Pero una cosa es el mercado, incluso regulado, y otra una sociedad de mercado.

En Argentina, que en estos días vuelve a sentir como pocos países la vulnerabil­idad de las nuevas periferias subdesarro­lladas, ésa diferencia es la que puede determinar si es que aprendimos algo de la crisis de 2008. Es decir, si estamos dispuestos a transitar como una sociedad madura ese nuevo siglo, o si nos resignamos a revivir el final del anterior. ■

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina