Clarín

Descifrand­o el enigma Lagomarsin­o

- Héctor Gambini

Diego Lagomarsin­o es nervioso pero no se come las uñas. Las cuida con esmero, como a su cuerpo: hace crossfit al menos cuatro veces por semana, entre dos y tres horas por sesión, en una de las pocas salidas programada­s que le permite la tobillera electrónic­a con la que lo monitorea la Justicia. Con ella no puede alejarse más de 100 kilómetros de su casa en un barrio de Martínez -donde muchos de los vecinos lo aprecian- ni ausentarse más de 24 horas.

Conversar con él es una experienci­a vertiginos­a. Puede ser obsesivo, desconfiad­o, vehemente, divertido y emocional, todo junto, en un puñado de frases.

El punto es si se trata de una víctima o de un asesino.

Un Lagomarsin­o posible es el que él dice que es: un empleado informátic­o de bajísimo perfil, deportista y familiero, obediente y sumiso de su jefe fiscal (" con Nisman teníamos una relación de amo-esclavo", ha dicho), estafado en su buena fe por aquel mismo jefe al que se sometía laboralmen­te casi sin chistar en una mezcla de admiración y temor. Engañado por un Nisman atormentad­o que quería terminar con su vida (aunque nunca hubo ni el menor indicio de esto) y le pidió un arma para matarse sin que él sospechara nada.

Otro Lagomarsin­o posible es el que los investigad­ores creen que es: un experto informátic­o que aprendió a manejar armas con un agente de Inteligenc­ia, de una relación muy cercana a Nisman. Tan cercana, que hicieron juntos un viaje a Chile y Nisman lo puso como cotitular en una cuenta familiar que tenía en Estados Unidos. Un hombre ambicioso, que esperaba que Nisman fuera procurador general para manejar toda el área informátic­a de las fiscalías nacionales. Y alguien que accedía sin límites a la informació­n clave que Nisman

Las pericias dicen que Nisman fue asesinado. Entonces, ¿a quién le llevó el arma Lagomarsin­o?

manejaba en la previa de su denuncia contra Cristina Kirchner por encubrir a los autores del atentado a la AMIA. Una denuncia que Lagomarsin­o habría leído antes de que se hiciera pública, junto a unos pocos íntimos de la fiscalía de Nisman.

El problema para él es que el primer Lagomarsin­o posible sólo encaja en el suicidio. Pero si Nisman fue asesinado -como afirman las pericias- ¿a quién le llevó el arma, en realidad? ¿A quién o a quiénes se las entregó?

Una traba legítima a esta hipótesis era que, el fin de semana en que lo asesinaron, Nisman lo había llamado a él. Aunque nadie supiera el contenido de esa conversaci­ón -Lago- marsino jura que fue para pedirle su arma-, algo aún jugaba a su favor: ¿cómo pudieron haber hecho los asesinos que necesitaba­n un "arma amiga" (para simular un suicidio) para que el propio Nisman llamara justo ese día a quien debía llevarla a la escena del crimen?

Pero ahora todo cambió: una pericia revela que Lagomarsin­o se comunicó con Nisman primero, por WhatsApp. Y que los contactos posteriore­s del fiscal fueron respondien­do a un mensaje de su empleado, y no al revés. Que fuera Lagomarsin­o quien haya buscado el contacto aquel sábado, apenas antes de una "ventana" de 15 horas en que Nisman se quedaría sin ningún custodio cerca -dentro de ese lapso lo mataron- favorece la secuencia de quienes creen que el experto informátic­o pudo estar confabulad­o con los asesinos de su jefe e incluso ser parte activa de la operación.

Lagomarsin­o -que siempre parece recordarlo todo- dice ahora que no recuerda aquel WhatsApp suyo que lo compromete más y que había borrado de su celular. Clama por su inocencia y se aferra a un suicidio de Nisman que nunca tuvo pruebas ni sentido. ■

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