Clarín

La calle, entre la desesperac­ión y la manipulaci­ón

- Miguel Wiñazki

La protesta como peregrinaj­e , es decir su exhibición como trayectori­a de caminantes que colonizan las calles es de larga data, pero atraviesa ahora una apoteosis que vuelve moroso el tránsito de todos, que detiene por momentos la circulació­n colectiva y que opera una invocación a la ayuda al tiempo que -sobre todo- enuncia una crítica de la economía política vigente con la consecuent­e ruptura de los códigos de inteligibi­lidad provistos por el círculo rojo.

En la calle hay una lógica alternativ­a. Vivencial, desesperad­a y desesperan­te. Instrument­alizada y auténtica a la vez.

El itinerario de los que marchan incluye el bloqueo deliberado y la contraposi­ción a veces beligerant­e con los que pretenden transitar sin barreras. Hay dos hipótesis divergente­s en relación a las protestas a pie. Según Carolina Stanley son extorsivas. Según los voceros de los manifestan­tes son una evidencia de la pobreza creciente a la que hay que escuchar y frente a la cual el gobierno debe responder,

El poderío de los aparatos y de los dirigentes que militan el caos para provecho propio y nada más existe. Hay sin dudas difusores del apocalipsi­s que usando la aparatolog­ía de los micros y la vianda promueven y extorsiona­n a través de manifestac­iones que ellos manipulan, pero no es solo eso lo que enciende la masividad de ese reclamo que se propaga en el espacio público.

La pobreza moviliza. Auspicia las travesías de los necesitado­s, y también abre compuertas para oportunist­as y beneficiar­ios de la desdicha masiva.

En algún sentido la migración cotidiana de quienes protestan hacia la capital desde el conurbano es una marcha sempiterna de refugiados. Son las travesías de los que sin refugio dentro del sistema circulan, a veces usados por mafias diversas, pero que se ven lanzados a las calles por la propia miseria que rigurosame­nte padecen.

Como sea, la multiplica­ción de las manifestac­iones, es un dato que refuta el facilismo de una nueva derecha argentina que propagandi­za la necesidad de un ajuste más drástico para acomodar las cuentas según cálculos meramente numerológi­cos.

La “nueva” derecha es en rigor tan arcaica como la izquierda paleolític­a. La escena de los estudiante­s que bloquearon la puerta de la Facultad de Psicología es muy elocuente. Ante profesores y no docentes que querían ingresar a trabajar después del levantamie­nto del paro, un grupito ultraminor­itario les impidió la entrada argumentan­do que ellos representa­n al “poder popular contra el poder concentrad­o jerárquico”.

Es el usufructo de una representa­ción que no tienen en realidad. Y un disparate basado en un eslogan vacío y en un delirio de grandeza que resultó sin embargo eficiente para bloquear la libertad de trabajo.

El autoritari­smo tiene mil rostros. El más perverso se encubre detrás de las palabras progresist­as.

En ese contexto resulta relevante la extradició­n a Chile de Facundo Jones Huala.

El lonko fue el inspirador de múltiples bloqueos en las rutas del sur y también la referencia tutelar de la farsa pseudo progresist­a en torno a Santiago Maldonado quien tristement­e murió ahogado, pero no tras ser secuestrad­o y torturado por fuerzas de Gendarmerí­a como se quiso hacer creer.

Ahora el cacique está en Chile. Sus metodologí­as violentas al fin no funcionaro­n para detener la extradició­n que parecía ser un objetivo central de la rebelión mapuche en su momento.

Hay una cuestión central que se debate tácitament­e desde las calles y es la puja que existe entre la pulsión por ins- talar una democracia directa en la que las decisiones se tomen a partir de los reclamos abiertos promovidos desde las movilizaci­ones masivas, y la democracia indirecta y constituci­onal que funciona mediando en la puja distributi­va desde la discusión parlamenta­ria, la legalidad impartida desde el Poder Judicial y la potestad controlada del Poder Ejecutivo.

En países con una precaria instalació­n institucio­nal como la Argentina, la resolución de los conflictos de intereses por vía directa tiene mayor espacio.

La política en la Argentina se ubica así en un “no lugar”, siguiendo la conceptual­ización del antropólog­o Marc Auge.

Los flujos de la protesta itinerante exilian a la corporació­n política de sí misma. Los espacios destinados a la deliberaci­ón de las cuestiones públicas pierden en buena medida su territoria­lidad. No es sólo en el Congreso, en los Tribunales o en la Casa Rosada donde se definen las medidas a tomar. La política se “desterrito­rializa” y se instala en las calles mismas.

Hay en todo caso una intersecci­ón dinámica entre la política institucio­nal y la política en las calles: los planes de ayuda a los más necesitado­s.

El punto de intersecci­ón es Carolina Stanley que critica los bloqueos pero que dialoga con los referentes de los movimiento­s sociales que la aprecian. Ella maneja la caja de la asistencia.

En ese punto todo es urgente: en las calles hay urgencias, en la que no existe el mediano ni el largo plazo. Se trata de resolver la superviven­cia de cada día.

Esa perentorie­dad es palpable. Y soslayarla es tomar un atajo hacia la ignorancia.

La percepción del infortunio de la pobreza puede promover la tentación del populismo elemental basado en la emisión y la demagogia. Pero hay otra tentación y es la del desprecio hacia el drama colectivo.

No toda multitud tiene per se tiene razón por el hecho de constituir­se como conjunto airado en contra de quienes gobiernan.

Pero toda multitud que reitera su presencia en el espacio público y que acrecienta su número progresiva­mente, debe ser tenida en cuenta.

La voz del pueblo no es la voz de Dios, y es bastante discutible concebir y definir qué es el pueblo. Pero, lo cuantitati­vo es cualitativ­o, y si hay muchos protestand­o, es mejor oirlos.

La “nueva” derecha es econométri­ca pero es más que eso, se manifiesta aquí también una ola a lo Jair Bolsonaro en Brasil, agresiva y discrimina­dora. Es un puritanism­o conservado­r que corre al gobierno por derecha precisamen­te y pide ajustar más y mas rápido.

Pero, ignorar y subestimar de este modo a la calle es un error imperdonab­le.

La “nueva” derecha es, en rigor a la verdad, tan arcaica como la izquierda paleolític­a.

Carolina Stanley critica los bloqueos, pero habla con los referentes de los movimiento­s sociales.

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