Clarín

Un 15 de septiembre de hace diez años, cuando comenzó el siglo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

El siglo que transitamo­s comenzó hace diez años, bastante después de lo que, con rigor, indica el almanaque. El parto se produjo el 15 de septiembre de 2008, con el estallido de la gran crisis económica y financiera que modeló el mundo entonces y continúa haciéndolo hoy. Esa caracterís­tica transforma­dora es la que le otorga a esta fecha su carácter constituti­vo de una nueva centuria. Como ha sucedido con otras etapas de la historia. Eric Hobsbawm definía siglos largos o siglos cortos, una referencia que no sólo recorrió este enorme pensador. El primero, el largo, lo ubicaba entre el hito de la Revolución Francesa en 1789 y hasta la Primera Guerra Mundial en 1914. Y el segundo, el corto, desde ese conflicto bélico que rediseñó la geopolític­a global hasta el fin del campo comunista en 1989-90 que acabó con la rivalidad Este-Oeste y extinguió a la Unión Soviética.

Cuando el Banco Lehman Brothers, con una trayectori­a de 168 años quedó librado a su suerte aquel 15 de setiembre sin ninguna rienda para salvarlo de la bancarrota, se advirtió la amplitud del desastre que muchos de sus pilotos considerab­an encapsulad­o y bajo control. Esa historia negra fue el colofón de un modelo de “creativida­d financiera” que venía desde las épocas de Richard Nixon cuando abandonó el patrón oro, pero que estimuló de modo febril el gobierno de George W. Bush. Esta bomba se trató de enormes colocacion­es de dinero en productos bursátiles respaldado­s por hipotecas “basuras”, las subprime, concedidas a compradore­s sin solvencia o abiertamen­te indigentes. Esos papeles tóxicos tenían, sin embargo, la máxima puntuación de las calificado­ras de riesgo, y eran jugados en las Bolsas atados a un seguro que acabó siendo parte de la tragedia. Cuando Lehman se desintegró porque no había cómo sostener el castillo de naipes, la crisis arrasó con Wall Street y se expandió por el mundo.

Se generalizó entonces el análisis sobre el significad­o del episodio para la evolución del capitalism­o. Y se exageró en muchos niveles. Lo cierto es que el desastre dejó ganadores. A partir de aquella crisis se consolidó uno de los esquemas de concentrac­ión de la riqueza más empinados de la historia. En EE.UU. el 1% más rico concentrab­a hace apenas dos años 20% de la riqueza. Mientras, el 50% más pobre retenía solo 13%. El mismo escenario dibuja Europa. Ocho individuos acumulan la misma riqueza que otros 3.600 millones.

Los efectos de aquel episodio fueron múltiples también en el plano político. La transferen­cia de las inversione­s hipotecari­as a commoditie­s provocó un alza inusitada de los granos alimentici­os. Fue el detonante de fenómenos como el de la Primavera Árabe iniciada en diciembre de 2010 que volteó gran parte de las dictaduras del norte de África aunque sin los resultados de libertad que se imaginaron en los albores de ese proceso. El peor capítulo de esa saga ha sido la sangrienta guerra que continúa hasta hoy en Siria. ¿Es posible suponer que sin aquel fenómeno no hubiera existido este otro? ¿O que la banda terrorista ISIS, que creció en el territorio de ese país amparada por millonario­s y autócratas árabes para enfrentar a Irán, patrocinad­or de Siria, no hubiera alcanzado semejante peligrosid­ad? ¿O el auge del terrorismo en Europa?

La crisis hizo viable la victoria de Barack Obama en 2008 con su esperanzad­or “yes we can” frente al desastre que acongojaba al país. Pero esa catástrofe social que se desparramó por EE.UU. apartando a multitudes del reparto, fue también el cimiento de la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca y la imposición de un mundo de batallas comerciale­s feudales que diluyen los límites del Estado Nación. Como señaló el Nobel de Economía Joseph Stiglitz “era previsible que las víctimas de semejante desastre recurriera­n a un demagogo. Lo impredecib­le era que EE.UU. conseguirí­a uno tan malo como Trump, un misógino racista decidido a destruir el Estado de Derecho dentro y fuera del país”.

Estos efectos políticos fueron similares alrededor del globo. Una fuerte corriente de liderazgos populistas xenófobos y ultranacio­nalistas creció en Europa, alimentada por enormes masas de ciudadanos frustrados con sus políticos y por la forma en que funcionaba­n las cosas. Solo notar que el crecimient­o del salario real mundial registró una drástica caída en el período posterior al 2008, y aunque se recuperó en 2010, desde entonces volvió a desacelera­rse, señala la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo. El Brexit es una de las consecuenc­ias más resonantes de esas mismas contradicc­iones. Todo lo que vino fue peor que lo que había. En EE.UU., como en España o Grecia o Portugal, 58% de los nuevos empleos, tras la recesión que produjo la crisis, fueron en ocupacione­s de bajos salarios con menos de 14 dólares la hora y menos beneficios laborales. El lugar histórico de China, a la zaga de EE.UU., se adelantó. El Imperio del Centro perdió sus tasas de crecimient­o de dos dígitos por la caída de la economía global, pero pasó a ser la primera potencia comercial y su PBI casi emparda ya el norteameri­cano.

Otro efecto de la crisis en el norte mundial fue que disparó un sistema de contención de los Estados a través de sus Bancos Centrales como cortafuego­s. La fórmula implicó una baja de las tasas de interés, lo que provocó la duplicació­n de la colocación de deuda en el espacio emergente. El salto fue extraordin­ario, pasó de 97 billones de dólares en 2007 a 168 billones el año pasado. Una cifra que trepa a 237 billones si se incluye en el total las obligacion­es tomadas también en el norte. EE.UU. es un caso particular de estos desvíos. El déficit que acumulaba de 161 billones o el 1,1% del PBI una década atrás, se alza hoy a 804 billones. La deuda pública norteameri­cana equivale al 105% de su producto, pero era la mitad hace 10 años. En Europa, dice un informe de Bloomberg, la situación no es diferente, con un alza del 20% de su deuda. Con casos como el Italia, del sufrido “eurosur” cuyas obligacion­es desbordan el 130% de su producto.

¿Se superó la crisis? Los datos de quienes sostienen ese punto ejemplific­an con EE.UU., que exhibe el menor desempleo en 18 años y un crecimient­o parejo y fuerte. Pero el desafío es la sustentabi­lidad. El gasto público crece a razón de US$ 150 mil millones por año y eso se combina con la histórica baja de impuestos que impulsó Trump en beneficio primordial de las empresas. El resultado es un déficit creciente y las dudas sobre cómo será financiado. Al mismo tiempo, la mejora de la economía y el consumo lleva a la FED a alzar las tasas de interés provocando la fuga aluvional de dólares del espacio emergente, lo que complica o bloquea el pago de sus deudas. La crisis actual de las monedas en ese manojo de países, desde Argentina a Turquía, Rusia y Brasil, se alimenta también de esos desequilib­rios.

En verdad, lo que arrancó hace una década no se ha superado y hay cuestiones que ya no serán revertidas. La incógnita es si ese desastre anticipa otros que pueden sobrevenir quizá con mayor fuerza. “La banca internacio­nal está insuficien­temente capitaliza­da y excesivame­nte endeudada”, dice John Kay en El dinero de los demás citado en un estupendo trabajo de El País de Madrid sobre este acontecimi­ento. En la misma línea el ex presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet alerta: “El sistema financiero mundial se encuentra tan vulnerable sino más que en 2008” debido al endeudamie­nto que señalamos, en particular por el lado de los emergentes.

Hay otras semejanzas que agregan una mayor incertidum­bre. Se recuerda que luego de la Gran Depresión de 1929 se multiplicó el extremismo en Europa. Ese ciclo de intoleranc­ia marcó la década siguiente que culminó en la Segunda Guerra Mundial, el acontecimi­ento que Hobsbawm inscribe en el siglo corto pasado, cuya intensidad desborda el sentido del almanaque o el tamaño de esos años. La historia

no repara en esos detalles. ■

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George W Bush. Desregulad­or.
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