Sangineto, el conmovedor viaje a las raíces

Los archivos de mi memoria mezclan un poco las fechas y algunos nombres, pero no la íntima certeza que me invadió esa noche en Sangineto: no hay un viaje más emotivo, primordial y fraterno que el del ser humano que regresa a su lugar de origen. Sangineto es un pequeño pueblo de 700 habitantes en las montañas de Calabria, un pequeño mundo genuino y sin artificios, que nos agasajó a 30 viajeros argentinos con una fiesta en su piazzeta rodeada por casas incrustadas en las rocas y un paisaje dibujado por lejanas memorias y antiguos suelos. Guiados por dos de las viajeras argentinas cuyos bisabuelos, abuelos y padres habían nacido allí, la gente de Sangineto abrió sus brazos, presentó a sus músicos, ofrendó su comida y su vino, y aconteció ese tiempo único y extraordinario en el que el principio es inseparable del destino. Las ancianas calabresas vestidas de negro dialogaron por encima de los idiomas con las turistas argentinas. La tarantela fue un ritmo común que venía de tiempos remotos. Y la emoción fue demoledora porque el extranjero, era al mismo el visitante. Esa noche supe que no hay viaje igual a ése porque nombra simultáneamente al que visita y es visitado, porque se viaja por un lugar y por el interior de uno mismo, porque el viajero encuentra las semillas de lo previo. Esa noche comprendí que en un país como el nuestro que desciende de los barcos, de los inmigrantes (especialmente de España e Italia), ese viaje era una pasión argentina poderosa porque estaba en la sangre de los que bailaron felices en un tiempo que estaba fuera del tiempo y en una piazzeta que era todo el Universo.