Cuando la vida da revancha
Se vio obligada a dejar su patria demasiado temprano, llevada por los vientos del exilio. Enojada y triste, junto a sus padres, no dejó de llorar nunca a bordo de ese barco que la ale- jaba de todo cuanto amaba: su lugar, su casa, su familia, sus amigos, y ese actor, muchos años mayor que ella, del que sus doce años se habían enamorado sin remedio. Se prometió entonces, mientras cruzaba el Atlántico, que se convertiría en una actriz famosa sólo para volver algún día y compartir escenario con ese amor imposible del que entonces la obligaban a separarse.
Buenos Aires se convirtió en su nuevo hogar. Desentrañó todos los secretos del castellano, estudió, forjó amistades inquebrantables, recibió halagos y honores, se asomó a la maravilla del amor posible, enterró a sus padres. Un día, una invitación desde su país natal le dio la oportunidad del regreso: iría al teatro a ver a aquel ac- tor que la había deslumbrado en su vida anterior. No volvía convertida en actriz, sino en una escritora consagrada. Enfermo, el hombre estaba internado. Logró llegar al sanatorio. La recibió su secretaria, una joven de veinte y pico, en cuyos ojos vio la misma febril pasión que ella había conocido décadas atrás; comprendió que estaba enamorada. Alcanzó a cruzar unas palabras con él y le dejó su libro más reciente. Al cabo de unas semanas, recibió un mail de la chica; le contaba que durante varias noches le había ido leyendo al actor la novela y que al terminarla, él había susurrado: “Es muy buena escritora”. Desde este lado del mundo, mientras me cuenta la historia, vuelve a sonreír satisfecha. El círculo se había cerrado.