Clarín

“Si llega a 39, tomate un ibuprofeno”

- Ricardo Arriazu Economista

Esta fue la respuesta de uno de mis hijos a uno de los tantos amigos que llamaron preocupado­s cuando la suba del dólar parecía no tener límite y ponía en peligro la paz social y -en la visión de algunos- la institucio­nalidad del país.

No siendo economista, esta respuesta mostraba su impotencia para aplacar los temores de sus amigos, pero en su simpleza mostraba una de las medidas necesarias para restaurar la tranquilid­ad; del mismo modo que cuando la fiebre se vuelve peligrosam­ente elevada es necesario tomar medidas para bajarla, también en el caso de la cotización del dólar se necesitaba una intervenci­ón masiva por parte del Gobierno para calmar a los mercados y a la población argentina.

En mi última columna me referí a las dificultad­es para rebalancea­r la economía en el medio de una tormenta (la sequía y los problemas asociados a la “guerra comercial” desatada por el Presidente Trump). Los desafíos aumentaron cuando los inversores entraron en “pánico” ante la supuesta “imposibili­dad” del gobierno argentino de cumplir con todas sus obligacion­es financiera­s y al mismo tiempo defender el valor del peso.

Este pánico explica tanto la suba del dólar como la baja de los precios de los bonos y, tomando en considerac­ión la importanci­a de la cotización del dólar en la economía argentina, explica también la creciente angustia de los argentinos. En estas circunstan­cias no interesa que los argumentos que desataron el pánico sean falaces, lo importante es tomar medidas para calmarlos.

La supuesta falta de capacidad del Gobierno para cumplir con sus obligacion­es financiera­s tiene su origen en la pregunta ¿cómo van a hacer para financiar el déficit y la totalidad de los vencimient­os de la deuda? Si esta pregunta se la hiciesen a todos los países y a todas las empresas e institucio­nes financiera­s, la respuesta sería la misma: prácticame­nte ninguno de ellos podía cubrir todas sus obligacion­es y necesitarí­an renovar la totalidad (o una porción importante) de sus vencimient­os.

¿Por qué le hacen esta pregunta a Argentina y no a otros países?

Por no haber cumplido con nuestras obligacion­es en el pasado; ¿Es injusto este planteo? Sí, desde nuestro punto de vista pero comprensib­le cuando se escuchan propuestas irresponsa­bles de volver a reestructu­rar la deuda; ¿Qué podemos hacer? Mostrar nuestra capacidad para cumplir con todas nuestras obligacion­es, que es justamente lo que se está tratando de hacer al acelerar el ajuste del desequilib­rio fiscal (proponiend­o eliminar el déficit primario) y al tratar de obtener un adelanto del préstamo del FMI. Lo paradójico de esta situación, es que una vez demostrada esta capacidad de pago, es muy probable que no sea necesario utilizar estos fondos porque los acreedores se apresurará­n a renovar sus créditos; al menos esto es lo que pasó en el caso de México en la crisis de 1995.

El pánico con respecto al valor de peso se revierte del mismo modo: mostrando que el Banco Central tiene más reservas que el valor en dólares de los pasivos que desean “huir” del país (activos transaccio­nales, plazos fijos, Lebacs, etc.). Pero además hay que demostrar que se está dispuesto a utilizarla­s para defender el valor del peso (como lo están haciendo Suiza, Brasil, India, Sudáfrica y Turquía, entre otros).

La experienci­a histórica nos muestra que aún en las corridas más severas siempre es necesario mantener un monto mínimo de activos en pesos por motivos transaccio­nales, por lo que el actual nivel de reservas parece suficiente para garantizar la estabilida­d del peso. Esto es lo que parece haber expresado el presidente del Banco Central en un reciente discurso en Mendoza.

En realidad esta posibilida­d ya existía a un tipo de cambio más bajo, pero recién se deci- dió utilizar este “poder de fuego” recienteme­nte y a un tipo de cambio más alto (el valor en dólares de los pasivos en pesos baja al elevarse el tipo de cambio).

Esta estrategia financiera es una condición necesaria pero no suficiente para calmar los mercados. Todavía falta que los argentinos muestren colectivam­ente que están dispuestos a administra­r sus recursos en forma equilibrad­a y a cumplir con sus obligacion­es. La oportunida­d de hacerlo es aprobando un presupuest­o que permita reducir en forma eficiente (sin afectar los incentivos para producir) el desequilib­rio fiscal.

Ambos ingredient­es son necesarios para mantener un tipo de cambio estable. Argentina es una economía con enormes –y frecuentes- ciclos económicos que no sólo afectan el bienestar de los argentinos en el corto sino

Los movimiento­s bruscos del tipo de cambio se reflejan de inmediato en cambios de precios relativos

también en el largo plazo (al cambiar también los incentivos para invertir cuando se reduce la tasa de retorno de las inversione­s).

La mayoría de estos ciclos están asociados a los ciclos internacio­nales y se reflejan en la evolución de las cuentas externas; nuestro país amplifica los ciclos internacio­nales, y como tiene una economía bimonetari­a (75% de nuestros activos financiero­s están denominado­s en monedas extranjera­s y el dólar es utilizado como unidad de cuenta) los ciclos suelen culminar en crisis.

Las devaluacio­nes se trasladan a los precios con mayor rapidez y en una porción mucho mayor que en otros países. Los movimiento­s bruscos del tipo de cambio se reflejan casi inmediatam­ente en cambios de precios relativos y en la distribuci­ón del ingreso, y los impactos políticos y económicos son enormes. Estas fluctuacio­nes bruscas son muy dañinas y deberían ser evitadas. ■

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HORACIO CARDO

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