Clarín

La lluvia no importó: una multitud fue a conocer la Embajada de Francia

Está en el Palacio Ortiz Basualdo, joya porteña de la década de 1910. Hubo hasta tres horas de espera bajo los paraguas. Las visitas guiadas gratuitas siguen hoy.

- Karina Niebla kniebla@clarin.com

Cada menos de diez minutos entraba un nuevo grupo de 50 personas. Ni bien uno llegaba al primer piso, el siguiente ingresaba al hall. Eso no impedía que cada visita fuera ordenada, completa, meticulosa. Pero daba cuenta de lo que pasaba afuera, lejos de la tranquilid­ad palaciega: cientos de personas esperaban ayer hasta tres horas bajo la lluvia para poder conocer de forma gratuita el Palacio Ortiz Basualdo, que alberga a la Embajada de Francia, y está cerrado al público el resto del año.

Es que el mal tiempo hizo suspender el mercado gastronómi­co que acompañarí­a la propuesta -Le Marché- pero no pudo contra la voluntad de los porteños y los visitantes de otros puntos del país. Promediand­o la jornada, que arrancó a las 10 y terminó a las 17, la fila se extendía por más de medio kilómetro: iba por Cerrito desde Alvear hasta Juncal, continuaba enfrente en dirección opuesta y rodeaba la manzana, pasando por Arroyo y llegando a ocupar media cuadra de Libertad.

“¿Contentos de que pudieron entrar?”, preguntó, sabiendo la respuesta, la guía del Ente de Turismo de la Ciudad a un grupo de recién llegados al palacio, que fue creado por el arquitecto francés Paul Pater hace más de un siglo. El entusiasmo del público fue más allá del “sí” al unísono y se extendió en las caras de asombro, las decenas de cámaras en mano, las preguntas sobre todo lo que les llamaba la atención. Y había mucho para preguntar: por qué ya no viven familias acá, cómo la mansión se salvó de la demolición no una sino dos veces, por qué los Ortiz Basualdo decidieron hacer una versión “mini” de la Galería de los Espejos de Versalles.

El recorrido empezó en el circular hall de entrada, cuyos pisos originales de mármol y tallada escalera de honor bastaron para entender a qué se debe la fama porteña de París sudamerica­na. Pero faltaba: recién en el hall del primer piso se vislumbró su verdadero esplendor, que se tradujo en la forma en que la gente no sabía a dónde mirar primero. Si a los diseños de los pisos de madera taraceada, al trabajado cielorraso o a las imponentes arañas, todos elementos originales. Algunos visitantes tocaban las paredes, otros le tomaban fotos a un vestido con una cola de cuatro metros, parte de la muestra temporaria “Los grandes vestidos reales”, del franco- camerunés Lamyne M.

La visita siguió en el jardín de invierno y el grupo aprovechó para sentarse en los cómodos sofás, de diseño moderno. Aquí el toque francés da paso a los elementos góticos tardíos del Tudor, un estilo surgido en Inglaterra que combina bien con el cielo gris que se veía por las ventanas. Y que se aprecia en los arcos rematados en punta de esas mismas aberturas o en el piso de mármol, más adecuado para el clima londinense -se limpia y seca más fácil- que la madera del salón anterior. Aquí es cuando la guía recordó por qué la familia Ortiz Basualdo dejó de habitar el palacio: ampliament­e favorecida por el modelo agroexport­ador, no pudo hacer frente al mantenimie­nto de la mansión tras la Crisis del 29.

Pero lo mejor estaba por llegar: las tres salas siguientes son una selección de lo mejor de la arquitectu­ra francesa de los siglos XVI y XVII. El primero es el salón comedor, con sus delicadas vajilla y cristalerí­a. Le sigue el de música, estilo Luis XV, un rey que amaba los dibujos chinos, enmarcados aquí con detalles dorados a la hoja. Corona la serie la sala de baile o salón dorado, inspirado en la Galería de los Espejos de Versalles. Allí la pulsión fotográfic­a llegó a su extremo: todos querían registrar la chimenea en mármol, las tallas doradas en la boiserie y los pesados cortinados. Incluso una mujer se acostó en el piso para no perderse detalle del cielorraso, donde se reproduce “Le Triomphe de Flore”, cuadro de AntoineFra­nçois Callet, cuyo original está en el Museo del Louvre.

El tour se completó con la sala de billar o salón fumador, la pequeña biblioteca -con una puerta “secreta” a los antiguos baños- y la escalera de servicio, más angosta, de formas sinuosas. A muchos les costó abandonarl­a para llegar al punto final, la salida por la cochera. “La verdad que valió la pena”, concluyó una visitante, antes del aplauso de despedida. ■

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FOTOS: MARTÍN BON Espera. La cola para entrar a la antigua mansión de los Ortiz Basualdo, en Cerrito 1399, ayer a la tarde.
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Dorado. El salón, inspirado en el de los Espejos de Versalles, deslumbró.
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Comedor. La vajilla y la cristalerí­a también atraparon las miradas.

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