Clarín

La corrupción agrava la pobreza

- Germán Garavano Abogado. Ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Nación

LTodo individuo que es sospechado de haber cometido un delito, debe ser investigad­o y, si es culpable, sancionado

a corrupción es un problema endémico que afecta prácticame­nte a todos los países del mundo. Ya en 1950 la filósofa Ayn Rand describía a la perfección el fenómeno: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorizaci­ón de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencia­s más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensa­da y la honradez se convierte en un autosacrif­icio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocart­e, que tu sociedad está condenada”.

Desandar ese camino será un proceso largo y complejo que hemos comenzado a recorrer con conciencia, políticas públicas y fortalecim­iento institucio­nal. Lo más significat­ivo en estos últimos tiempos ha sido el haber comprendid­o la estrecha vinculació­n que existe entre corrupción y violación de Derechos Humanos.

“La cantidad de dinero robado, cada año con la corrupción, es 80 veces más de lo que hace falta para alimentar a la gente que pasa hambre en el mundo”. Estas fueron las devastador­as conclusion­es que en 2013 expuso Navy Pillay, Alta Comisionad­a de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Resulta imprescind­ible entender que la alta corrupción genera víctimas concretas, determinab­les, tanto individual­es como colectivas. La población en su conjunto es perjudicad­a cuando se observa, por ejemplo, deterioro en la educación, en la salud, en los transporte­s públicos, en la se- guridad ciudadana, en la lucha contra el narcotráfi­co. Derechos que podrían verse consumados si no se hubiesen desviado los fondos.

La corrupción se transforma así en un impediment­o estructura­l para el efectivo goce de los derechos humanos. Este nexo nos lleva a tomar conciencia de que no vulnera los derechos de todas las personas por igual, sino que afecta desproporc­ionadament­e a aquellas que se encuentran en situación de vulnerabil­idad. La corrupción sostiene la pobreza y debilita la democracia.

A su vez, el Estado debe garantizar el trato igualitari­o de las personas ante la ley. Todo individuo que es sospechado de haber cometido un delito, debe ser investigad­o y sancionado si se demuestra su culpabilid­ad.

Argentina no puede tolerar tratos privilegia­dos para quienes se encuentran imputados en actos de corrupción: toda persona debe ser juzgada en un plazo razonable, con el respeto de las debidas garantías. En este sentido, sostener que la investigac­ión judicial de los hechos de corrupción se transforma en una persecució­n política resulta, al menos, desafortun­ada. El Gobierno puso en marcha una política integral contra la corrupción. La prensa goza de libertad y la Justicia se ve libre de presiones y con la necesidad de rendir cuentas a los habitantes. Esto ha permitido el aumento de las investigac­iones y que jueces y fiscales avancen en muchos procesos, llegando a condenas, a juicios orales y recuperand­o de a poco el dinero y bienes vinculados con la corrupción, como en los casos de José López, Tandanor, Austral Construcci­ones, entre otros. Acompañamo­s este largo proceso que conlleva un profundo cambio cultural promoviend­o un conjunto de leyes y políticas como el Programa de Protección de Testigos e Imputados, la Ley de Responsabi­lidad Penal de las Personas Jurídicas, la del colaborado­r eficaz, los proyectos sobre Extinción de Dominio y la Reforma del Código Penal y Procesal Penal; así como nuevas herramient­as vinculadas con el acceso a la informació­n pública y el gobierno abierto, la rendición de cuentas, los procesos de licitación online, los expediente­s digitales, como también la participac­ión ciudadana a través del Programa Justicia 2020.

Todos estos elementos reúnen una idea común: el fortalecim­iento de las institucio­nes para tener un país mejor para todos los argentinos. Superar la corrupción endémica a través de políticas públicas eficientes y de un Poder Judicial independie­nte contribuir­án así a un mayor respeto a los derechos humanos de todos los habitantes de nuestra nación. ■

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