Una charla sobre un tema existencial
En mi habitual charla de los miércoles con mi perra beagle, tengo que hablar con vos de la muerte, Lola. Y no me mires con esa cara, que sólo podemos hablar de la muerte si estamos vivos. Somos adultos, cumpliste 11 años de buena salud, toco madera y además resulta que la ciencia ha descubierto qué sienten los perretes antes de morir. Mirá en qué gastan su tiempo científicos ávidos de conocimiento.
No han descubierto nada nuevo Lola mía. Dicen que en ese instante supremo, ustedes miran frenéticos a su alrededor en busca de una cara conocida, de una mano amiga; que son conscientes de todo cuanto los rodea. ¡Qué novedad! Nadie quiere morir solo, perrita; todos buscamos a alguien, o un algo que nos acompañe en ese trance que es conjetural, único, irrepetible y desconocido. No somos conscientes de cuándo y cómo nacemos, a lo que menos podemos aspirar es a ser conscientes de cómo y cuándo morimos.
Jorge Luis Borges, sí, mové la cola nomás, que tanto te gusta, dice en uno de sus poemas: “La vida es corta/y aunque las horas son tan largas, una/oscura maravilla nos acecha/la muerte, ese otro mar, esa otra flecha/que nos libra del sol y de la luna/y del amor.” La muerte como un mar liberador: eso sí es algo, Lola. Lo demás es Perogrullo. Lo que los científicos quieren, y esto habla bien de ellos, es que no seamos egoístas y que, para aliviar el dolor de perderlos, no los abandonemos a ustedes cuando más nos necesitan, que es cuando llega el mar del señor Borges. Te lo prometo, Lola. Pero has de prometerme antes que no me vas a abandonar primero. Y no ladres más, que ya salimos al parque y a la primavera. ■