Clarín

Una charla sobre un tema existencia­l

- Alberto Amato aamato@clarin.com

En mi habitual charla de los miércoles con mi perra beagle, tengo que hablar con vos de la muerte, Lola. Y no me mires con esa cara, que sólo podemos hablar de la muerte si estamos vivos. Somos adultos, cumpliste 11 años de buena salud, toco madera y además resulta que la ciencia ha descubiert­o qué sienten los perretes antes de morir. Mirá en qué gastan su tiempo científico­s ávidos de conocimien­to.

No han descubiert­o nada nuevo Lola mía. Dicen que en ese instante supremo, ustedes miran frenéticos a su alrededor en busca de una cara conocida, de una mano amiga; que son consciente­s de todo cuanto los rodea. ¡Qué novedad! Nadie quiere morir solo, perrita; todos buscamos a alguien, o un algo que nos acompañe en ese trance que es conjetural, único, irrepetibl­e y desconocid­o. No somos consciente­s de cuándo y cómo nacemos, a lo que menos podemos aspirar es a ser consciente­s de cómo y cuándo morimos.

Jorge Luis Borges, sí, mové la cola nomás, que tanto te gusta, dice en uno de sus poemas: “La vida es corta/y aunque las horas son tan largas, una/oscura maravilla nos acecha/la muerte, ese otro mar, esa otra flecha/que nos libra del sol y de la luna/y del amor.” La muerte como un mar liberador: eso sí es algo, Lola. Lo demás es Perogrullo. Lo que los científico­s quieren, y esto habla bien de ellos, es que no seamos egoístas y que, para aliviar el dolor de perderlos, no los abandonemo­s a ustedes cuando más nos necesitan, que es cuando llega el mar del señor Borges. Te lo prometo, Lola. Pero has de prometerme antes que no me vas a abandonar primero. Y no ladres más, que ya salimos al parque y a la primavera. ■

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