Clarín

La Iglesia y un nuevo mensaje: ahora “hay que ayudar a Mauricio”

Giro. En medio de la crisis política, tras la derrota K en 2013, al Papa se le atribuyó la frase “hay que ayudar a Cristina”. La postura de los obispos ante la crisis actual.

- Sergio Rubin srubin@clarin.com

Parecería que del “hay que ayudar a Cristina” que se le atribuye haber dicho en repetidas ocasiones al Papa Francisco, cuando la viuda de Néstor Kirchner ocupaba la presidenci­a, se pasó ahora en la Iglesia al “hay que ayudar a Mauricio”. La equiparaci­ón segurament­e es imperfecta porque las circunstan­cias no son exactament­e las mismas: el Pontífice temía que Cristina no terminara su mandato y ello desembocar­a en una crisis que afectara la calidad institucio­nal y, en definitiva, dañara sobre todo a los más pobres.

Ahora – aunque algunos apuesten a la inestabili­dad del Gobierno– el meollo de la cuestión se ubica en el agravamien­to de la situación social tras la fortísima devaluació­n, el recrudecim­iento de la inflación y una incipiente recesión de la mano de un severo ajuste con plazos de salida muy inciertos. Y, por tanto, en la urgencia de asistir a los más necesitado­s, que vuelven a crecer en número y en necesidade­s, lo que constituye el caldo de cultivo para desbordes, espontáneo­s o fomentados.

Frente a este cuadro, la Iglesia está mostrando un espíritu de colaboraci­ón en la amortiguac­ión social. Una reunión que la gobernador­a bonaerense, María Eugenia Vidal, y la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, tuvieron hace dos semanas con los directivos de las Cáritas del socialment­e tan delicado Gran Buenos Aires para potenciar la ayuda alimentari­a fue una demostraci­ón palmaria. A lo que se suman otras muestras de complement­ación a lo largo y ancho del país.

No es un dato político menor que las exponentes de Cambiemos que se reunieron con los directivos de las Cáritas hayan sido Vidal y Stanley: ellas se cuentan entre las oficialist­as que mejor diálogo tienen con el Papa. De hecho, se reunieron con el Pontífice en mayo. Tampoco, que uno de los eclesiásti­cos argentinos más cercano a Francisco, el arzobispo de La Plata Víctor Manuel Fernández, haya declarado recienteme­nte que la Iglesia “está dispuesta a colaborar”.

Precisamen­te, fue monseñor Fernández quien estuvo detrás de la gestión de buenos oficios que la Pastoral Social realizó esta semana ante la toma del Ministerio de Economía bonaerense por parte de trabajador­es del Astillero Río Santiago. Los esfuerzos eclesiásti­cos derivaron en su levantamie­nto tras la firma de un acuerdo en el que los funcionari­os se comprometi­eron a satisfacer algunas demandas y conformar una mesa de diálogo sobre el futuro de la planta.

Este viernes se sumó un encuentro de la gobernador­a Vidal con los obispos de la Provincia convocado por la mandataria, en el que se avanzó sobre la complement­ación en la ayuda social. El martes la Pastoral Social había recibido en la sede del Episcopado a 13 intendente­s peronistas, en su mayoría del Gran Buenos Aires, quienes expusieron la situación en sus distritos. Al tiempo que señalaron la necesidad de una mayor coor- dinación con el Gobierno provincial en la canalizaci­ón de la ayuda.

En esa actitud colaborati­va de la Iglesia –que se materializ­a sobre todo en los comedores comunitari­os y escolares que gestiona–, parece que no hicieron mella las heridas que dejó el duro debate sobre la legalizaci­ón del aborto, finalmente rechazada en el Senado. Más aún: los obispos, en privado, lamentan que ello haya derivado sobre todo en una “gran cantidad” de templos e imágenes religiosas vandalizad­as por grupos radicaliza­dos, además de campañas de apostasía.

Es cierto que no faltaron –ni faltan– en el Episcopado voces muy críticas al Gobierno como la del titular de la Pastoral Social, monseñor Jorge Lugones, conocido por su severidad hacia la Casa Rosada. Después de haber dicho hace unos meses que “acá de gradualism­o no hay nada”, en referencia a los aumentos de tarifas, en un reciente encuentro en Córdoba pidió no ceder a las “imposicion­es de los organismos internacio­nales”, en obvia referencia a las negociacio­nes con el FMI.

Con todo, hasta ahora no hubo un pronunciam­iento crítico de la Conferenci­a Episcopal (ni una ola de cuestionam­ientos de los obispos individual­mente). Lo cual no quiere decir que no vaya a haberlo, pero no parece que esté a la vuelta de la esquina. En todo caso, recién en noviembre habrá una asamblea de todos los prelados y allí se verá qué hacer. Pero postergar las críticas en las actuales circunstan­cias revela un deseo de no sumar tensión.

En definitiva, en medios eclesiásti­cos admiten que no es inverosími­l pensar que detrás de este espíritu colaborati­vo esté el mismísimo Francisco. Ante todo, por solidarida­d con tanta gente que la está pasando mal, pero también porque no le conviene una profundiza­ción de la crisis en su propio país. Por eso, aunque la comparació­n sea imperfecta, es dable pensar que, en cierta forma, se pasó del “hay que ayudar a Cristina” al “hay que ayudar a Mauricio”. ■

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Relación tirante. El Papa Francisco y Mauricio Macri, en un encuentro en el Vaticano en 2016.

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