Los senegaleses piden pista: estudian español para dejar la venta ambulante
Se fueron de su país en busca de oportunidades. Dicen que la Argentina es “complicada”, pero les permite progresar. Al saber el idioma, sueñan con poder vivir de sus profesiones y oficios.
Antes que nada aclaran que son migrantes, no viajeros que desean vivir nuevas experiencias. Se ven empujados a abandonar sus casas, a más de 7.000 kilómetros, para echar raíces en un sitio ajeno y alejado de sus costumbres, tan distintas, con un sólo objetivo: conseguir trabajo y aprender el idio- ma -o al revés- para mejorar su calidad de vida y ayudar a sus familias.
Cada vez más senegaleses forman parte del paisaje urbano de Buenos Aires, donde vive la mayoría de los 4.500 que se afincaron en Argentina. De ese total, sólo hay 100 mujeres. El 90% tiene categoría de refugiados, vive en el país con una residencia precaria: es el primer paso para tener la temporaria, que los habilita para estudiar y trabajar.
Abdul (45 años, de Dakar, hace tres años en Argentina), Modou (25, de Louga, llegado hace ocho meses), Bamba (28, de Diourbel, desembarcó en 2016), Gora (35, de Touba, vino en 2015), Chiech (27, de Louga, lleva tres años), Abdou (42, de Diourbel, reside aquí hace 12 años), Sow (29, de Thies, va por su segunda temporada) y Kara (33, de Meckhe, está desde 2015) sonríen tímidamente. Eso les cuesta poco. No así el idioma, una de las barreras más fuertes para su integración.
“Lo más complicado es atravesar los primeros meses, porque sin poder hablar es imposible hacer algo”, dice Kara, una suerte de líder del grupo, quien se defiende más que bien con el español. Les habla a sus compañeros en wolof, su lengua nativa, y todos están de acuerdo: “No se puede expresar lo que se siente, lo que se necesita, ni hacer un trámite o pedir trabajo sin idioma”, sintetiza Kara el pensamiento del puñado de senegaleses que se reunió con Clarín.
A partir de 2004, luego de ser sancionada la Ley Migratoria –la 25.871, que hace responsable al Estado de regularizar la situación, y de garantizar el acceso a la salud y educación de los inmigrantes–, muchos extranjeros eligen Buenos Aires como destino para trabajar, estudiar, probar suerte y armar su familia. “Nuestra prioridad es regularizar la situación migratoria, tener una estadía tranquila y sólo pensar en estudiar, trabajar y mandar plata a Senegal”, dicen Abdul, Bamba y Gora.
Muchos tienen estudios, oficios o profesiones que realizaron en su país, aunque aquí la mayoría se dedica a la venta ambulante (relojes, pulseras, an- teojos de sol, pashminas, que compran en Once) y pasa entre siete y diez horas por día en la calle (no tienen un barrio puntual, sino que deambulan), recaudan entre $ 400 y $ 600 diarios y, a veces, deben enfrentarse a la hostilidad del porteño y a la rigurosidad de las autoridades, como pasó el último martes.
No obstante, hay un optimismo innato, propio de su idiosincrasia. “Queremos estudiar para poder entender el idioma y soñar con otras posibilidades en la Argentina. Si comprendemos el español, podemos vivir mejor”, se anima Abdou con una frase extensa. “Si sabemos hablar vamos a poder vender más mercadería y, así, enviar plata a nuestras familias en Senegal, que es lo que más nos importa”, se envalentona Gora, quien se recibió de periodista, pero nunca ejerció en Senegal. Chiech se perfeccionó en electricidad, Modou en mecánica y se las rebuscan para expresarse, mientras que el resto, con paciencia y un crisol de ademanes, se las ingenia con la ayuda de Daniela, la maestra -aquí presente- que se esfuerza por ayudarlos.
Bamba es técnico informático; Sow, sociólogo; Abdou, chofer de camiones y Abdul, carpintero. Sin embargo, decidieron dejar una realidad aciaga pero conocida que, aseguran, es peor que lo desconocido que les puede tocar del otro lado del Atlántico. “No tenemos guerra civil ni pasamos hambruna en Senegal, pero no hay trabajo y tenemos familias numerosas”, expresan Abdul y Modou.
En Senegal hay unos 13 millones de habitantes y más de la mitad no trabaja. “En casa somos 18, y sólo uno tiene
laburo. Así sucede en miles de hogares”. Bamba y Chiech asienten, y agregan: “No nos importa viajar días enteros con tal de encontrar una forma sana de ganar plata”.
Luchan a capa y espada para construir una frase básica en español, lengua que empezaron a estudiar a partir de una iniciativa en conjunto entre la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural del Gobierno de la Ciudad y el Centro Universitario de Idiomas (CUI), en el marco del programa BA Migrante. Hoy estudian unos 60, se espera llegar a 100 a fin de año y apuestan a duplicar la cifra en 2019.
“Con la colectividad senegalesa se está trabajando en dos grandes sentidos: uno, en la inclusión social a través del idioma, con un taller de 16 semanas y 60 horas cátedra; dos, en la inserción laboral”, señala Pamela Malewicz, subsecretaria de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural. “También pretendemos generar igualdad de trato y de oportunidades, ampliación de derechos y el conocimiento de obligaciones de parte de la población migrante”, hace saber Malewicz.
“Uno de nuestros objetivos es la sensibilización para mayor integración. Siempre les decimos a los compatriotas que no entender el idioma es una gran traba”, enfatiza Moustafá, vocero de la Asociación de Residentes Senegaleses. “Buscamos que todos se capaciten para tener una vida digna. El número de estudiantes aún es bajo, pero también hay varios que ya dominan el idioma. Son inteligentes. Ahora faltaría acompañarlos para que puedan de-
dicarse a los empleos en los cuales tuvieron o tienen capacidad”.
Con semblantes amables, Gora y Bamba afirman la Argentina “es dura y difícil”. “Vinimos porque tenemos hermanos aquí, que mandaban buen dinero a mi familia”. Chiech balbucea: “Los alquileres son altos y a nosotros, que no tenemos documentos, nos cobran más. Por una habitación nos piden más de $ 6.000”. También Abdul se refiere a lo “carísimo del país, pero -reconoce- algo se puede hacer y es menos difícil que Brasil, Ecuador o Perú, donde estuve y no pude mantenerme”.
Todos coinciden en que, cuando los aprietan con alquileres imposibles, no tienen otra que hacer las valijas y buscar un albergue más barato. Suelen elegir los barrios de Once, Constitución y Monserrat. “Estamos acostumbrados a la vida nómade”, desdramatizan.
“Mi sueño es poder traer a mi familia, pero para eso necesito tener documentos en regla y así poder tener un trabajo en blanco, estoy preparado”, reclama Bamba. Gora, mientras, niega con su cabeza: “A mí no me gusta vivir en Buenos Aires, pero agradezco la posibilidad que me da para ganar algo de plata. Cuando tenga ahorros, me vuelvo, extraño mucho”.
Se miran pícaros y se animan a las carcajadas cuando escuchan la palabra “dólar” e, inmediatamente, exclaman “¡40 pesos!”. Es que ellos enviaban, mensualmente, dólares a sus hogares, el equivalente a $ 1.500 o $ 2.000, “pero en estas últimas semanas se nos está complicando, apenas podemos pagar los gastos y comer”, se queja Kara. De paso, cuentan que en Senegal hay inflación “pero no tanta como en la Argentina. Lo de aquí no lo hemos visto nunca”. Pero vuelven a defender a la Argentina: “Por lo menos podemos trabajar, hacer algo, pero no nos conformamos”.
Sobre la cotidiana con el argentino, no son diplomáticos, todos opinan, muchos en su idioma. Abdul, Modou y Chiech traducen: “Como en todos lados, nunca falta el que nos dice negro hijo de puta, hay violencia, racismo, pero también hay gente buena que nos defiende”. Y Bamba cierra sin pruritos: “En la calle no nos sentimos seguros, porque la policía no nos cuida, algunos nos dicen monos, y nosotros bajamos la cabeza, respetamos a la autoridad porque representa al país”. ■
Argentina es cara pero lo más complicado es atravesar los primeros meses, porque sin poder hablar es imposible hacer algo”. Kara, 33 años
Está en Argentina desde 2015
Saber el idioma nos permite vender más y enviarles dinero a nuestras familias en Senegal, que es lo que más nos importa”. Gora, 35 años
Emigró hace tres años
Los que vienen son pacíficos. No toman ni van a fiestas, son muy religiosos y sólo están enfocados en trabajar”. Guillermo España
Sociólogo, les enseña español