Clarín

“El belcanto no tiene una única definición”

El excepciona­l tenor peruano se presenta este miércoles en el Colón, acompañado por Vincenzo Scalera en piano. El programa va de Mozart a Puccini. Sin embargo, a la hora de los bises, Flórez no descarta algunos tangos y boleros de su flamante álbum “Bésam

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Esta es sin duda una temporada especialme­nte generosa en recitales o conciertos líricos. Poco más de un mes atrás fue el deslumbran­te debut de la soprano Anna Netrebko; luego vino el encantador recital en estilo galés del bajo barítono Bryn Terfel; y ahora es el turno del peruano Juan Diego Flórez (Lima, 1973), el tenor lírico ligero más aclamado de la escena actual, que dará un único recital en el Teatro Colón en compañía del pianista Vincenzo Scalera, pasado mañana a las 20. En este caso no se trata de un debut: el tenor peruano ya había dado un concierto de arias belcantist­as con una orquesta local en el Colón para la temporada del Mozarteum en 2005.

-Después del largo reinado de los cantantes italianos, este parece ser un momento especialme­nte propicio para los latinoamer­icanos o hispanoame­ricanos. ¿Cómo ve el fenómeno?

-Bueno, en este movimiento yo incluiría también a muchos cantantes del este, de Rusia, de Rumania. En la ópera de Rossini que acabo de hacer en Pesaro, Ricciardo e Zoraide, en el elenco había un único italiano, que además era un personaje menor. Los otros eran rusos, un español, uno de Sudáfrica. La ópera se ha extendido mucho y sobre todo de Rusia llegan voces muy buenas, como también de Latinoamér­ica, especialme­nte tenores. Creo que ahora hay muchos cantantes jóvenes que se interesan por la ópera, aunque no sé si esto va de la mano de un relevo, de una reactualiz­ación del público. El público de ópera ya es de una determinad­a edad, y además ese público no siempre va a la ópera. Se va cansando, muchas veces se queda en casa y las ve por Internet.

-Usted empezó cantando música popular. ¿Cuándo y cómo se decidió por la lírica? ¿Qué se modificó y qué se mantuvo a partir de entonces en la voz?

-Yo empecé con la música popular a los diez años. Tocaba la guitarra, música folclórica, pero también algunas canciones que yo mismo componía a los 14 o a los 15; tocaba en piano-bares, y el repertorio incluía también la nueva trova y canciones argentinas, Sui Generis, León Gieco. La música clásica no estaba en mi entorno. Fue recién a los 18 años, cuando entré al Conservato­rio: ahí me di cuenta de que me gustaba mucho y de que lo podía hacer. El canto lírico es un canto impostado, de modo tal de poder llegar a todos los puntos de una sala de dos mil personas. La música popular se canta de otra manera; más relajada, aunque los cantantes de comienzos de siglo XX, de los ‘20 o los ‘30, tenían un estilo más bien operístico. No había mucha diferencia entre la ópera y el canto popular porque, entre otras cosas, los cantantes no tenían micrófono. Tenían que proyectar la voz para que se oyera en lugares donde además se hablaba. De hecho, un cantante como Carlos Gardel

tenía un técnica muy tenoril, porque había que proyectar la voz. Luego todo eso se perdió con la llegada del micrófono. En cuanto a lo que en mí se mantuvo, podría decir que nunca me alejé del todo de la música popular, y el hecho de haberla cantado tanto me permite volver a ella con facilidad. Desde hace unos cuatro años suelo hacer unas canciones con guitarra después de los conciertos. -¿Lo va a hacer también aquí en Buenos Aires?

Sí, porque además esta visita coincide con el lanzamient­o de mi nuevo disco, Bésame mucho, que acaba de salir este viernes. Va a estar fresquito fresquito.

-Su padre (Rubén Flórez) fue un reconocido intérprete de Chabuca Granda. ¿Usted llegó a conocerla en persona? -No, y es algo que le recriminé a mi papá toda la vida.

-Yo la escuché una única vez en la Argentina, hace casi 40 años, y nunca olvidaré ese recital. ¿Cuál era en su opinión el secreto de su estilo? -Chabuca decía: “Yo soy como un San Bernardo con swing”. De hecho ella tiene una canción muy bonita que se llama Pobre voz. Ella casi no cantaba; ella decía, lo principal era transmitir. Sus canciones son cuentos. En este nuevo disco está su tema José Anto

nio, mientras que de la Argentina están Volver y Solo le pido a Dios.

-La primera vez que usted vino a Buenos Aires trajo un programa casi exclusivam­ente belcantist­a. El de esta gira recorre de Mozart a Puccini. ¿Con qué criterio arma los programas? -El programa muestra una parte de Mozart, que es lo último que hice, con lo que canté en mi pasado, Donizetti, para cerrar la primera parte con un ojo a futuro, con la Traviata que debutaré en el Met dentro de poco, o I

lombardi, que aunque no está en mis planes inmediatos es muy probable que en algún momento haga. Y luego en la segunda parte está todo el repertorio francés que estoy haciendo ahora. Comienzo con Manon, que cantaré dentro de poco, sigue con

Fausto, que también voy a cantar en Viena, y con Werther, que ya hice, además de una Bohème que también en su momento haré. Entre mi pasado y mi futuro, digamos.

-De modo que los recitales son una manera de ir entrando en ciertas óperas o ciertos personajes. -Totalmente, es una cosa que yo hago bastante, es como ir rodando un poco las cosas. -Su recital de 2005 fue con orquesta, una orquesta local que si mal no recuerdo no estaba muy a punto. Ahora vuelve con piano. ¿Cómo se siente más cómodo? -Yo doy muchos conciertos durante el año, tanto con orquesta como con piano. Las orquestas a veces están más preparadas que otras. El piano es mucho más práctico, aunque, claro, no están las sonoridade­s originales. Con el piano uno puede ir más fácilmente de un lugar a otro, casi sin ensayos, porque el pianista te conoce. El recital con piano es más íntimo, y uno canta más, ya que la orquesta no se pone a tocar fragmentos u oberturas entre medio, como ocurre invariable­mente en este tipo de formato. Cantás más, y por otro lado en los bises sos libre de hacer lo que quieras, sin tener que haber preparado algo con la orquesta. El pianista tiene un montón de partituras para elegir. -¿Cómo recuerda ese concierto de 2005?

-Me gustó mucho el Teatro, por su acústica y su belleza, pero no tuve una experienci­a muy bonita. -Recuerdo que usted se disculpó diciendo que no estaba con todas sus energías, pero nadie se había dado cuenta...

-Es que había comido sushi la noche anterior y me quise morir. Incluso en el recital tuve que ir al baño entre una y otra pieza.

-Pensó que estaba en Lima, donde se come el mejor pescado del mundo.

-Puede ser. Esta vez nada de sushi. -Suele hablarse del belcanto como un bloque más bien homogéneo, aunque ya entre Rossini y Bellini hay un mundo de diferencia­s. ¿Cómo definiría usted el belcanto?

-El belcanto es muy amplio, no tiene una única definición. Rossini es todo un mundo, un universo, pero también el bel canto puede nombrar a Vivaldi o a Handel, ya que la voz se explotaba muy intensamen­te. Rossini es como lo último que queda, una reminiscen­cia de eso, alguien que había visto y escuchado a los castrati. Y si hablamos de belcanto también tenemos que pensar en Verdi, al menos en el Verdi de Traviata, I lombardi, incluso Trovatore. No tiene mucha diferencia con Bellini o Donizetti. Ya tampoco podemos decir que Mozart no es belcanto. Ya después, con los compositor­es de ópera francesa, la cosa comienza a cambiar. Podemos decir que todo se va romantizan­do. -¿Cuál es el punto en que un tenor lírico deja de ser “ligero”? ¿Cómo imagina su futuro?

-Digamos que la forma mía de cantar nunca fue de “ligero ligero” sino de “lírico ligero”. Aunque la voz tenía cierta agilidad, y la tiene todavía, ya que acabo de hacer un rol de Rossini (el Ricciardo de Ricciardo e Zoraide) muy expuesto en este punto. Me ha ido bastante bien con ese rol y es muy bueno comprobarl­o. De todas formas, la voz cambia. A todos nos pasan los años, y a la voz también. Se baja en todo; en mi caso, el centro se volvió un poco más robusto, y empecé a abordar obras que me resultaban más cómodas en esa zona, aunque después hubo un poco de confusión y hubo que volver a encontrar el agudo. Puedo decir que en este momento tengo la fortuna de hacer un Rossini de los más difíciles y después puedo hacer un Werther (Massenet). Me doy cuenta de que lo puedo hacer.

-Porque no todos los cantantes consiguen administra­r muy bien el repertorio...

-Hay que ir con cuidado, hay que ir probando cosas. Una referencia importante para mí es la del tenor español Alfredo Kraus. Yo en este momento estoy prácticame­nte en el mismo repertorio que hacía Kraus.

-Kraus no era muy partidario de esa suerte de empresa “Los Tres Tenores”, que considerab­a extremadam­ente populista.

-Sí, pero quizá porque no le tocó estar. Yo no sé si él no hubiera hecho el papel de José Carreras con mucho gusto. ■

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Portrait Juan Diego Florez for Sony Classical Intl.

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