Un museo que refleje el amor por el fútbol
Propongo crear el Museo Universal de Amor al Fútbol, donde el primer objeto exhibido, antes que los trofeos y las camisetas, sea el megáfono de Julio César Falcioni.
El director técnico de Banfield lo usó el mes pasado en un partido por la Sudamericana para amplificar consejos que no le salían tanto del pizarrón táctico, sino más bien del alma.
Su laringe sufría y su voz se deshilachaba, pero él no quiso quedarse callado ante sus jugadores, necesitados de palabras. Tan jóvenes ellos que quizás ni saben que Julio César, en su época de arquero, le atajó dos penales a Diego Maradona en un mismo partido.
El Pelusa de Versailles ordenaba sus defensas a los gritos. Decía “mía” cuando salía a cortar un centro y era seguro que la pelota en el aire ya no sería de nadie más, mientras el eco de su voz aún retumbaba.
Su vozarrón se hizo famoso por traspasar el estruendo de las hinchadas, que ahora lo aplauden de pie sin distinción de club, por el cariño con que se entrega.
Falcioni, ya convertido en El Emperador, va a trabajar hasta los días que le aplican rayos o quimioterapia. Él se presenta puntual en el club, se pone el buzo, murmura su arenga en el vestuario, sale a la cancha y despliega su plan. Es más fuerte el ímpetu que la fatiga.
Deberá constar al pie de la vitrina, en ese museo con capacidad para albergar mil potreros, que un juez quiso sancionar a Falcioni por su actitud. Por eso, habrá dos cartelitos. Uno que diga: “Los reglamentos no entienden nada”. Y otro que aclare: “No se hagan problema, que los mejores sentimientos caben en un susurro”. ■