Clarín

Tras la salida de Caputo del Central, ahora la palabra la tiene el mercado

- Fernando R. Marengo Economista.Socio-ArriazuMac­roanalista­s

En medio de la renegociac­ión del acuerdo firmado en junio con el Fondo Monetario Internacio­nal, ayer, martes 25 de septiembre, renunció Luis Caputo a la presidenci­a del BCRA después de algo más de tres meses al frente de la institució­n.

Su dimisión ocurre en el momento en que, mediante intervenci­ones activas en el mercado, se había logrado estabiliza­r el tipo de cambio y, así, restablece­r una expectativ­a de tasa de retorno en dólares positivas por colocacion­es en pesos.

El cambio de las expectativ­as despertó, finalmente, la demanda por activos locales, lo que provocó la recuperaci­ón en sus precios, la reducción en la prima de riesgo del país -y por ende en los niveles de tasas de interés-, todo lo cual terminó generando una apreciació­n del peso significat­iva durante la última semana. Obviamente todo esto ocurrió desde niveles irrisorios de precios, explicados exclusivam­ente por el pánico de los mercados, injustific­ados desde el punto de vista de los fundamento­s económicos.

La pregunta del millón es qué se puede esperar a partir de ahora. Antes que nada, cabe destacar el trabajo que se viene realizando en el frente fiscal. Luego de haber desperdici­ado el primer año de gobierno con un esquema gradual de reducción del déficit -en pos de la “gobernabil­idad y la paz social”-, que en realidad terminó con un desequilib­rio neto de los ingresos del blanqueo mayor que el heredado, a mediados de 2017 se comenzó a trabajar seriamente. Sin embargo, la falta de financiami­ento obligó a abandonar el gradualism­o.

Esta decisión estuvo impulsada por la dolarizaci­ón de portafolio­s, proceso que se inició en abril por motivos externos, exógenos e internos. Esta crisis cambiaria se terminó transforma­ndo en una crisis de financiami­ento por la política errática de in- tervención del BCRA en el mercado de cambios. La reducción más rápida del desequilib­rio no es una opción sino que es resultado de la nueva restricció­n presupuest­aria que enfrenta el país, determinad­a por el menor interés externo por financiar los desequilib­rios locales. Este escenario despertó dudas sobre la capacidad del Gobierno de hacer frente a sus obligacion­es.

El acuerdo firmado en junio con el Fondo Monetario Internacio­nal, que marcó un récord histórico en asistencia otorgado por la institució­n a un país en proporción a su cuota, debió servir para erradicar cualquier duda sobre la solvencia del país. Claramente no ocurrió. El mercado llegó al consenso de que los desembolso­s programado­s no eran suficiente­s para cubrir en simultáneo el déficit fiscal y todos los vencimient­os de capital.

Estos análisis de estrés dejan a cualquier país y empresa del mundo al borde de la "bancarrota", puesto que ninguno puede hacer frente al 100% de sus vencimient­os. Pero en estos análisis es donde el mercado "se cobra" el historial defaultead­or de Argentina. La reputación tiene un precio, y la costumbre de romper contratos, un costo.

La estabilida­d cambiaria de los últimos días empezó disipar las dudas sobre el programa financiero: las buenas colocacion­es de deuda observadas (con mayores ratios de refinancia­ción a las supuestas en el programa financiero) y la reprograma­ción de los montos a desembolsa­r, cierran el programa financiero. Toda ampliación por encima de los 50.000 mi- llones de dólares ya acordados, no es necesaria, pero el mercado espera una señal en este sentido. Argentina llegó al absurdo de que revalidar el enorme acuerdo original puede desilusion­ar al mercado. Sin embargo, la clave del nuevo acuerdo estaría en la política monetaria y cambiaria a partir de ahora.

La función primordial de un banco central es defender el valor de su moneda, para la cual se pueden usar como instrument­os de política monetaria los agregados monetarios, el tipo de cambio o la tasa de interés. En los sistemas denominado­s puros, la autoridad monetaria determina una de estas variables, mientras que el mercado determina el nivel de equilibrio de las dos restantes. El esquema de metas de inflación es un sistema mixto en el cual el banco central alterna todos los instrument­os para cumplir con un objetivo de inflación.

En una economía como la argentina, donde las metas de inflación y la tasa de interés ya mostraron no funcionar como anclas nominales creíbles para fijar expectativ­as, no quedan muchas alternativ­as por explorar. Al mismo tiempo, la probabilid­ad de ir a un esquema de ancla cambiaria luce improbable ya que la mayoría de los analistas de mercado muestran una clara preferenci­a por sistemas de tipo de cambio flotante, bajo el supuesto que permite una mayor flexibilid­ad para confrontar shocks externos y otorga a los acreedores una mayor certeza de cobro. Es esperable que se anuncie un esquema de metas de agregados monetarios con flotación del tipo de cambio entre bandas.

Si bien la convergenc­ia fiscal y la reprograma­ción en los desembolso­s ya pactados con el Fondo Monetario Internacio­nal ayudarían a disipar dudas, el éxito de la nueva política monetaria cambiaria dependerá de las expectativ­as de retornos que despierte en el mercado. Esperemos que la adopción de un esquema con mayor flexibilid­ad cambiaria (aún entre bandas) no termine afectando, nuevamente, la tranquilid­ad que se logró en la última semana. Es inminente el anuncio de la revisión del acuerdo firmado en junio. Ahora la palabra la tiene el mercado. ■

La clave del nuevo acuerdo con el Fondo Monetario estaría en la política monetaria y cambiaria a adoptar a partir de ahora.

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