El encanto del doble discurso
La siempre creativa izquierda argentina, la que no araña los dos dígitos en las elecciones populares, volvió a intentar quemar la mutual de Gendarmería de la calle Tacuarí. Fue el lunes 24 de septiembre, en las celebraciones previas al paro general de ayer, martes 25.
Ni es la primera vez, ni será la última que ese edificio sufre la pedagogía molotov de los manifestantes: dadas sus características, cada vez que haya una protesta, habrá bombazos en la calle Tacuarí. Parte de esa izquierda incendiaria que expresa sus argumentos a través de la violencia, tiene representación parlamentaria.
Allí hay algo que no cuaja: o respetamos las instituciones democráticas y apagamos las mechas, o usamos las bombas y renunciamos a la democracia. Hacer las dos es una peligrosa hipocresía. Ya pasó antes. Y salió pésimo.
Algo parecido sucede con los ex voceros e intérpretes del kirchnerismo que hoy, ante el minucioso despliegue investigativo del Poder Judicial, abdican de aquel pasado, fulminan a quien se los recuerde y pretenden igualarse a Thomas Jefferson. O con quienes dicen estar preocupados por la educación de los chicos y hace el equivalente a casi un mes que no les dan clases. La pasión irresistible por el doble discurso, que siempre esgrime razones que explican ambos, evita por conveniencia revelar que en esos dobles mensajes, uno siempre es falso.