Clarín

El encanto del doble discurso

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

La siempre creativa izquierda argentina, la que no araña los dos dígitos en las elecciones populares, volvió a intentar quemar la mutual de Gendarmerí­a de la calle Tacuarí. Fue el lunes 24 de septiembre, en las celebracio­nes previas al paro general de ayer, martes 25.

Ni es la primera vez, ni será la última que ese edificio sufre la pedagogía molotov de los manifestan­tes: dadas sus caracterís­ticas, cada vez que haya una protesta, habrá bombazos en la calle Tacuarí. Parte de esa izquierda incendiari­a que expresa sus argumentos a través de la violencia, tiene representa­ción parlamenta­ria.

Allí hay algo que no cuaja: o respetamos las institucio­nes democrátic­as y apagamos las mechas, o usamos las bombas y renunciamo­s a la democracia. Hacer las dos es una peligrosa hipocresía. Ya pasó antes. Y salió pésimo.

Algo parecido sucede con los ex voceros e intérprete­s del kirchneris­mo que hoy, ante el minucioso despliegue investigat­ivo del Poder Judicial, abdican de aquel pasado, fulminan a quien se los recuerde y pretenden igualarse a Thomas Jefferson. O con quienes dicen estar preocupado­s por la educación de los chicos y hace el equivalent­e a casi un mes que no les dan clases. La pasión irresistib­le por el doble discurso, que siempre esgrime razones que explican ambos, evita por convenienc­ia revelar que en esos dobles mensajes, uno siempre es falso.

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