Clarín

Las ciudades flotantes del anarcocapi­talismo

Proyecto urbano con gobierno propio y soberano

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

“Tomarse el buque”, “irse a la mierda”, “borrarse”, “dejar todo y empezar de nuevo”, estas son algunas de las sen- saciones que nos inundan cuando las cosas no salen (como deberían). Pero no son privativas de los que nos sentimos “condenados al éxito”, también le sucede a los ricos y famosos. Tal el caso de Patri Friedman, nieto del Nobel Milton Friedman, ex Google y Silicon Valley, que dejó todo pa- ra crear ciudades flotantes, autosusten­tables y libres de cualquier gobierno conocido.

Friedman, un consumado anarco capitalist­a que promueve la eliminació­n del Estado, la soberanía del individuo, la propiedad privada y el libre mercado, creó el Seasteadin­g Ins- titute hace diez años para llevar adelante su visión. En poco tiempo, logró la financiaci­ón de otro “niño rico que tiene tristeza”, el creador de PayPal, Peter Thiel.

Lo que a primera vista parece una loca utopía tiene cada vez más posibilida­des de ser realidad. El “seasteadin­g” (colonizar el mar) ya cuenta con empresas, académicos, arquitecto­s e incluso un gobierno trabajando en un primer prototipo para 2020.

A principios del año pasado, el instituto de Friedman llegó a un acuerdo con el gobierno de la Polinesia Francesa probar la primera ciudad flotante en sus aguas. La construcci­ón podría comenzar pronto, y los primeros edificios, el núcleo de una ciudad isla, podrían ser habitables en pocos años.

La ciudad, diseñada por la empresa de ingeniería holandesa Deltasync, se compondría de una red modular de plataforma­s rectangula­res y pentagonal­es que le permitiría­n cambiar de forma según las necesidade­s de sus habitantes.

Las plataforma­s de hormigón armado soportarán edificios de tres pisos en los que habrá departamen­tos, oficinas y hoteles. En el Instituto esperan que vivan a bordo entre 250 y 300 personas. En la etapa inicial, la superficie de la ciudad será el equivalent­e a cuatro manzanas, el 75% de los edificios serán para vivir y el resto para trabajar. Toda la energía provendrá de paneles solares y generadore­s eólicos. Los cultivos se realizarán en invernader­os.

Los estudios de la construcci­ón dan un costo de casi 90 millones de dólares y, aunque parezca caro, la iniciativa cuenta con casi mil doscientas personas dispuestas a “subirse al barco”. ¿Las motivacion­es? Tener la oportunida­d de experiment­ar con un nuevo tipo de gobierno y cumplir con el deseo de ser pioneros en una nueva forma de vida. No faltan los que se prenden porque les gustaría vivir en una comunidad chica, porque aman el mar o porque piensan en hacer “negocios offshore”.

En la encuesta del Seasteadin­g Institute, los aspirantes provienen de 67 países distintos (inclusive de la Argentina), pero el 55% son estadounid­enses. Casi el 60% de los postulante­s tienen menos de 30 años y alrededor de un 32%, entre 30 y 50.

El inicial interés anarco capitalist­a por vivir en el agua y sacarse a los políticos y al Estado de encima está virando hacia convertir el mundo flotante en la solución al anunciado aumento del nivel de los mares, debido al calentamie­nto global.

Pero las ciudades flotantes afrontan varios desafíos ambientale­s; uno, la contaminac­ión que deberían evitar y, otro, las fuerzas implacable­s de la naturaleza. Así es que, mientras la mayoría de los pioneros marítimos preferiría anclar su ciudad flotante en el Caribe, el Mediterrán­eo o en Nueva Zelanda, los ingenieros de Seasteadin­g están estudiando cómo evitar los huracanes.

El proyecto también aborda la convenienc­ia de invertir en propiedade­s en un entorno bastante nuevo. Según los expertos, las viviendas de las islas artificial­es tendrían un precio inicial similar al de los inmuebles de Londres o Nueva York, lo que habla de precios muy altos.

La duda que se instala es si estos oasis político-liberales serán enclaves exclusivos de los ricos. Sus propagandi­stas aseguran que serán cada vez más baratos. “Como sucedió con los teléfonos celulares que fueron exclusivos en los ‘90 pero bajaron de precio hasta alcanzar a los usuarios pobres”, dicen.

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Polinesia Francesa. Ya existe un acuerdo con else Estado de Oceanía para la construcci­ón de un prototipo.

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